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El lápiz mágico - por Lorena Ple

Habían pasado ya muchos años desde aquel día en que su vida cambió de repente.
Ahora, de pie frente a la estantería, volvía a invadirla ese sentimiento de vacío que conocía tan bien. No podía rendirse, no quería. Marc siempre le decía que era una cabezota y que esa era una de las razones por la cual se había enamorado de ella. Siempre supo que eran verdad, las dos cosas, pero a veces le costaba reconocer unas más que otras.
Buscaba desesperadamente con el ceño fruncido. Sus finos y arrugados dedos pasaban de un libro a otro, acariciando los lomos, de uno en uno.
Su memoria era ya su peor enemiga. Sabía que estaba allí, pero por más que intentaba no conseguía recordar cómo era: su color, su forma, su olor… Todo ahora se iba perdiendo poco a poco. Por eso le había encomendado esa tarea a sus manos, ella sabía que nunca le fallarían. Y tenía razón. Se habían parado sobre uno de los libros del estante superior, lo sacó de su sitio y fue a sentarse en el sillón verde que su padre se había empeñado tanto en comprar cuando aún era una niña, para, unos cuantos años después, dejarlo tirado en la casa tras abandonarlas a su suerte.
Su tacto era el de siempre, la sobrecubierta de terciopelo seguía tan suave como la primera vez.
"Serendipia" por Katrina Salazar.
Era lo que rezaba la portada. Nunca había logrado encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que sentía cada vez que tenía entre sus manos su primer libro.
Sentada allí, en mitad de esa vacía y fría habitación, comenzó a recordarlo todo.

“Era otro día caluroso de agosto, el día de su decimoctavo cumpleaños.
Su padre daba vueltas en la habitación del piso superior, con la pequeña bolsa de viaje preparada desde hacía días, planeando cómo podría fugarse sin que su mujer y sus hijas se percatasen.
Su madre, en la cocina, permanecía silenciosa, con la mente en blanco. Últimamente su cuerpo estaba allí, delante de ellos, pero su mente se encontraba a miles de kilómetros de su casa y de su familia.
Por la tarde, tras un almuerzo mucho más incómodo de lo habitual, se encerró en su habitación, rodó las cortinas hasta que todo quedase a oscuras y se echó en el suelo mirando al techo. No tenía ganas de ver a nadie ni tampoco quería oír los gritos que venían del salón. Su madre había pillado a su padre en la puerta, bolsa en mano, de espaldas a la casa y apunto de dar el primer paso. Todo ese silencio, todas las palabras que se ahorró durante días, salieron a borbotones de su garganta, escupía ira y decepción. Su hermana lloraba desesperada al pie de la escalera.
Apartó la vista del techo al notar que las lágrimas estaban a punto de salir, se había prometido no volver a llorar por nada.
Entonces lo vio, el baúl que su abuela le regaló unos meses antes de morir. Le dijo que lo abriese cuando sintiese que ya no tenía nada por lo que levantarse de la cama, dijo que allí encontraría algo mágico que la ayudaría a seguir luchando.
Y supo que el momento había llegado.
Se incorporó y cogió el viejo baúl con ambas manos, usó todas sus fuerzas para abrirlo y, para su sorpresa, la tapa cedió al instante.
Su asombro fue aún mayor al ver que dentro no había nada interesante, salvo un lápiz de color azul sin estrenar.
¿Acaso su abuela le había tomado el pelo?
¿O quizás solo estaba delirando?
Se sintió defraudada, pero, por raro que sonase, comenzó a sentir una extraña atracción por aquel lápiz, era como si algo la empujase a cogerlo y comenzar a escribir con él.
Y así lo hizo. Volvió a correr las cortinas, sacó su libreta y escribió lo primero que le vino a la cabeza. Escribió durante horas, mientras en la habitación contigua su vida y la de su familia se venían abajo. Escribió todos los días y comenzó a sentirse mejor.
Fue cuando supo que escribir se convertiría en su profesión.”

Cerró con firmeza el libro al llegar a la última página, se levantó, no sin esfuerzo, y se acercó al gran escritorio. Pasó la mano con dulzura sobre el baúl, lo abrió y comprobó que seguía allí, intacto, como si fuese nuevo.
Tenía que admitir que era un lápiz mágico de verdad.
Entonces respiró hondo y se permitió el volver a llorar.

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2 comentarios

  1. 1. Wiccan dice:

    Buenas Lorena,

    El relato es muy sentido, me gusta como contrapones la tranquilidad de la primera escena con el descontrol de la segunda y la imagen de la protagonista escribiendo ajena a la conmoción en su familia. En un principio pensé que el libro que sostenía era el primer libro que había leido con lo que el final me pareció más revelador. Lo único que me hubiese gustado es tener un poco más de información de la situación actual de la protagonista, porque al final no llegas a saber que pasa con Marc, si es su marido, si está viuda (que es lo que me imaginé yo), y aunque no sea importante te deja con la intriga, humanizaría aún más al personaje, aunque supongo que tampoco pudiste alargarlo más.
    En cuanto a la forma, para mi está bien escrito, lo que cambiaria un poco es la puntuación, por ejemplo, en “niña,para” o en “defraudada, pero” eliminaria esa coma; y en “su garaganta, escupía” o en “aquel lapiz, era” cambiaría la coma por un punto. También en la palabra apunto creo que sería más correcto “a punto”.
    Gracias por compartirlo!!

    Escrito el 1 diciembre 2015 a las 20:43
  2. 2. Andrés Scribani dice:

    Hola Lorena, tu relato no engancha de primer momento, sin embargo mientras continuas la lectura se hace cada vez más agradable. Tal como Wiccan te menciona, pienso que se podría mejorar al detallar un poco más la situación de la protagonista.

    Me fascinó la parte en la que la protagonista escribe olvidando su entorno, como entrando en un trance, en estado meditabundo.

    Saludos.

    Escrito el 3 diciembre 2015 a las 23:48

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