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El lápiz mágico - por Bernabéu con Q

¡Señoras y señores presentes, tengan el agrado de recibir, muy calurosamente, al botón de luz!
¡Qué se acerque! ¡Qué se acerque!
El público estaba extasiado con los colores, con las formas, todas las estructuras que a primera vista desafiaban las leyes termodinámicas de conservación de energía, porque uno presente ahí podía argumentar que se trataba de magia, energía creada desde el centro mismo del botón, y aquel que se apoderaba de dicho botón transfiguraba en dibujante de todas las maravillosas, casi malévolas, cuestiones que carcomían el aire; ¿era él acaso presunto fugitivo? con un arma de fuego, pintada en fuego, apuntalada con carbón.
Se veía, se sentía en los movimientos llenos de gracia realizados por el genio (fugitivo) incrustado en el centro de la carpa, las capacidades que otorgaba el botón al que se acercase demasiado a su luz; pues del dedo del actor, como camaleones llenos de alas en vez de patas, se formaban esquemas, sombras, contornos, perfiles y todo lo que pudiera encerrar una figura del pasado, un monumento anclado a la tierra a una distancia indecible de millones de centímetros, algún pedazo de la imaginación de algún otro comediante viviente o mal viviente en algún remoto, para que cuando dicha figura concluya el trazo a través del dedo actoral, se convierta en vida, aparezca glamorosa en un estallido de aire por unos breves (pero inmensos) segundos y dinamite la mente de cualquier presente que observe semejante hazaña, una figura de otro lugar retratada como verdadera delante de sus ojos, un santiamén y a quedarse con las ganas, pensaría alguno.
El botón, observado desde el pesado puesto que contenía las piernas y los pesares de Alberto, Betito, era un disimulo, una pequeña distracción para el circo que se montaba alrededor de aquel que dibujaba, ahí tan centrado en el centro de la escena. Desde aquí arriba -pensaba yo- puedo aniquilar la farsa inicial y detectar para todos y para siempre el origen de esta magia de cartón, que parece un cuadrado rodante o algo que comentaría yo con Manuel, Manunu, si me lo encontrara en algún sueño, donde seguro discutiríamos de la falta de geometría de aquel elefante en roma que se ve en este momento, o los puentes que faltaron al dibujar el Sena. Pero Beto -diría Manu- si vos no sabes nada de trigonometría. Y tendría razón, no la suficiente pero si la verdadera, y yo trataría de discutir que él no entendía de elefantes ni de roma, y que no se le ocurra ponerme un triángulo cerca de la cara, o de los ojos, o de la vida.
Y quizás podría ahora levantarme, dejando todo el circo y al dibujante en el centro, sin tener que generar nostalgias ni desamores, que el botón hacía feliz a tanta gente y yo no encontraba el derecho de quitarle el derecho a la gente de ser feliz con la luz inmaculada del botón, porque eran pacientes del botón, buscando todos el turno para poder alucinar con lo que le pidieran al dibujante, minúsculo segundo de éxtasis, la imagen que ellos más quisieran para verla tan de cerca y tan sangrada, y olvidarse de lo que no recuerdan.
Yo me voy Manu -advirtió Alberto al levantarse- este asiento me queda muy lejano del centro y no tengo la simpatía de que la gente me tenga piedad, ya sea por mis piernas salvajemente envejecidas, como para acercarme a que me dibujen alguna porquería que yo tenga colgada en el techo como anhelo. No necesito al dibujante ni al botón, no necesito un carajo nunca.
Las luces que atronaban el circo y al botón parecían atragantar con la partida de Beto, y Manu no podía más que esperar sentado a que llegue su turno, que se hacía lejano, porque las luces caducaban y empezaba el sueño de lo oscuro, y corría en el aire una adrenalina de realidad.
Y la luz se apagó.
Alberto, dibujante desde siempre, despertó desconcertado sobre su mesa de dibujo, con los restos del circo a medio borrar, a medio apagar. Su lápiz, aunque él lo deseara con todo el color de la sangre, no era lo suficiente de mágico, lo suficiente de medicinal. Las cosas que él imaginaba se revolvían entre los axiomas al ser dibujadas, al menos, por un momento cálido. Pero el lápiz es un modo de recordar -se decía a sí mismo- es un modo de pensarte Manunu.
Y mientras Beto contemplaba el cielo, Manu seguiría muerto, al menos, hasta el próximo dibujo.

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1 comentario

  1. 1. manoli VF dice:

    Interesante texto, Bernabéu. No sabía al principio si te estabas refiriendo a una escena futurista o si formaba parte de algún espectáculo televisivo, por lo que la expectación se mantiene hasta el final. Sn duda un sueño para un artista, como resulta ser el dueño del lápiz.

    Como mejora, yo pondría algo de perspectiva en la escena, algo que la conectase con lo externo al sueño, como una alarma o un ruido que nos diese una pista, porque el lenguaje hay párrafos en que se hace un poco difícil de entender.

    Un saludo. (Te invito a pasarte por el mío (80). Nos leemos. Un saludo.

    Escrito el 2 diciembre 2015 a las 21:58

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