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El lápiz mágico - por Alberto Gárgoles García-Pliego

Eva tiene cinco años. Está sentada en una pequeña sillita infantil sobre una mesa de la misma proporción, en la habitación que comparte con su hermana. Pinta a lápiz en un folio en blanco, despacio, muy concentrada, como midiendo cada trazo. Los lápices de colores se los había dejado el salón, esparcidos por la mesita baja, de cualquier manera. Ella normalmente es más ordenada de lo que suelen ser los niños, pero se había marchado apresurdamente a la habitación cuando su hermana mayor, de diez años, tiró de ella con cierta urgencia para salir rápidamente de la estancia, llamando lo menos posible la atención. Intentando ser invisibles. Ella lo hizo con naturalidad, sin resignación con el puntito de nervios de quien va por un acera sabiendo que las bombas caen sólo en la de enfrente.
Ahora su hermana está sentada al lado de la puerta, la vista fija en la pared, escuchando los gritos. Una vez más. Cada día que pasaba era un poco peor que el anterior, la bronca aumentaba de intensidad, y no sabía hasta dónde podía llegar.
El último exabrupto fue seguido de un silencio, otro reproche injustificado, otro exabrupto, otro silencio. Los silencios eran peores que los gritos. Eva paró un momento, levantó un poco la cabeza, su concentración comenzó a tambalearse. Su hermana se acercó y le susurró al oído.
— No pares, tienes que seguir dibujando. Ya sabes lo que te dije, el lápiz es mágico. Si siempre dibujas lo que deseas se hará realidad. Y tienes que hacerlo siempre, porque si no, no se cumple.
Eva bajó un poco la cabeza, su concentración se restablecía, la manita volvió a moverse despacio, de forma calculada. Ese dibujo era muy importante para ella, desde que su hermana le contó el poder de aquel lápiz ella ya apenas lloraba, sólo dibujaba, con la esperanza de que tarde o temprano sus dibujos se hicieran realidad.
Su hermana se fijó en el dibujo, era diferente de lo que solía hacer. Últimamente sus dibujos no eran los mismos que al principio. De los cuatro miembros de la familia, últimamente dejaba de dibujar a su padre, pero esta vez sólo reconoció a su hermana y a ella misma. El tercer personaje le resultó conocido, pero no caía. Sin mirarla, ni dejar de dibujar, su hermanita le respondió a la pregunta que no había llegado a formular.
— Es el señor policía nuevo. Es muy guapo, el otro día nos defendió de unos niños malos en el parque, que nos habían quitado la comba.
Entonces le reconoció, aunque sólo fuese por la errática línea que definía la perilla.
Un grito. Esta vez la voz fue la de su madre. Pero ella nunca gritaba. Ambas pararon y levantaron la cabeza, los oídos afinados. Silencio. Un silencio que pareció durar años y que llenaba el espacio, aplastando el pecho e impidiendo respirar.
Siguió un estruendo terrible de la puerta de la entrada al caer, gritos de personas desconocidas, maldiciones, juramentos y alguna blasfemia. Pasos rápidos que se acercaban a la habitación. La hermana mayor abraza a Eva, como si con ese gesto pudiera protegerla de lo que ocurría, fuese lo que fuese. La puerta se abre de golpe. Pálido, serio, con los músculos tensos aparece el nuevo policía del barrio. Las observa, se acerca. Las habla despacito.
— Hola niñas, no tengáis miedo, somos policías y hemos venido a ayudaros. No vamos a dejar que nadie os vuelva a hacer daño.
Para asombro del joven policía Eva sonríe, contenta, alegre. ¡Al fin había ocurrido! ¡Era cierto que el lápiz era mágico! Llevaba un tiempo albergando dudas ¡Pero era cierto! Se gira para coger el dibujo y enseñarselo al policía, pero entonces se queda mirándolo. Algo no va bien. Está segura de que ha olvidado algo. Deja de sonreír. Se le escapan las lágrimas. El policía se acerca despacio, contrariado. Se sorprende cuando se distingue en el dibujo junto a las dos niñas, por la placa, de un tamaño desproporcionado, y lo que parece una perilla. Vé cómo la niña empieza a hacer pucheros. Le pregunta con toda la dulzura de la que es capaz, qué le pasa. La niña se gira, le mira con sus grandes ojos que no pueden contener el llanto por más tiempo y estalla como si hubiese hecho por accidente un daño desproporcionado y terrible que ya no puede reparar.
— ¡No me ha dado tiempo a dibujar a Mamá!

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3 comentarios

  1. 1. Sara Sarutte dice:

    Que trsite este relato. Me sensibiliza mucho cualquier cosa con niños involucrados y este relato lo hizo.La forma en que decidiste narrar me parece muy buena, el asunto del dibujo anticipandose a la realidad me gustó mucho.

    Escrito el 1 diciembre 2015 a las 21:43
  2. 2. Anoide dice:

    Ay, ese final me ha dolido. Qué triste vida la de algunos niños, y qué bien lo has sabido transmitir. Al principio parece una historia más inocente; pensé que su hermana se la llevaba para jugar. Pero cuando empiezan los gritos, ya no hay duda.

    Me parece muy buena idea que los dibujos sirvan para anticipar la historia sin que sea demasiado evidente. Eva me pareció muy dulce, y lo mismo su hermana. Me entristece pensar en la vida que llevarían de ahora en adelante.

    Un saludo.

    Escrito el 3 diciembre 2015 a las 01:22
  3. 3. Cryssta dice:

    Tengo que decir que tu relato es uno de los que más me han gustado de cuantos he leído. Es curioso porque tocas el tema de los malos tratos, el mismo que elegí yo para el mío.

    Ahora me toca decirte las cosas que veo yo mejorables en el texto:

    – si dices “pequeña” sobra lo de “sillita” y lo de “infantil”, es mejor decir “pequeña silla”
    – no está bien lo de “sobre una mesa”, las sillas no se ponen sobre las mesas en todo caso “frente”
    – “se los había dejado en el salón” (te faltó el “en”)
    – “apresuradamente” (te faltó una “a”)
    – te falta una coma tras “sin resignación” de todas formas esa frase no la entiendo muy bien
    – “una acera” (pusiste “un”)
    – falta una coma en la frase “Si siempre dibujas lo que deseas se hará realidad”, tras “dibujas” o tras “deseas” dependiendo de la intención que le quieras dar
    – en todo el texto repites la palabra “hermana” ocho veces y una dices “hermanita”, vendría bien cambiar eso para que no haya tanta repetición
    – iría bien un punto después de “Ese dibujo era muy importante para ella” y luego eliminar “ella ya”
    – en el siguiente párrafo repites dos veces “últimamente”
    – queda mejor “el otro día, en el parque, nos defendió de unos niños malos que nos habían quitado la comba.”
    – “Siguió el estruendo terrible” en vez de “un”
    – dices que “aparece el nuevo policía” pero luego cuando habla él lo hace en plural
    – “enseñárselo” lleva tilde
    – “Ve” no lleva tilde

    Espero haberte ayudado. Un abrazo

    Escrito el 14 diciembre 2015 a las 14:34

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