Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Cañón - por Manuel Pla Martí

Web: https://plamarti.wordpress.com/

El capitán Corpus dejó su camioneta Dodge bajo el porche posterior y miró con desolación el estropicio que había ocasionado el lobo pollero en el gallinero. Luego miró hacia la caseta de Cañón, bajo el enorme mango, y se dio cuenta de que este no estaba. Se acercó y vio la cadena en el suelo unida al collar. El collar estaba roto.
Por la mañana, apenas levantarse había subido al torreón de proa, como él llamaba a la garita que tenía montada sobre una alta estructura de madera y echó un vistazo al mar. Lo hacía todos los días, pero hoy le llamó la atención el color, el rizado de las olas, el movimiento de los peces y el olor. Se concentró en un punto lejano del horizonte y supo que el tifón se acercaba a la isla por el norte. Luego le preparó la comida a Cañón, le acarició la cabeza y este se paró, con sus patas delanteras en el pecho del capitán. “Esta mañana voy a salir. Te vas a quedar en el patio cuidando las gallinas”, le dijo. Cañón emitió un ligero gruñido, agachó la cabeza y le lamió la mano. Desayunó frutapán en tajadas fritas. Se montó en la camioneta y se dirigió al centro. Tenía que conseguir unas tablas para asegurar las ventanas que daban hacia el acantilado. Salía dos veces al mes, cuando se le acaban los víveres, por eso cuando lo vieron entrar en la Grosery de misis Alma lo saludaron con interés y le preguntaron por Cañón. Después fue al aserradero del señor Mitchel y estuvo charlando con él durante una hora sobre el movimiento separatista que resurgía en la isla. Era un buen amigo, aunque algo embustero. Muy exagerado. Luego almorzaron los dos juntos en la Fisherman House y regresó a la cabaña de los arrecifes. Eran las tres de la tarde.
Le extrañó no ver a Cañón, porque éste se le acercaba corriendo siempre que llegaba a casa. Luego vio la gallina jaba muerta y el collar roto y le dio una sacudida el corazón. Abrió la puerta del patio y empezó a llamarlo. Caminó por el sendero de los guamúchiles, cruzó el llano de la verdolaga y se adentró en el bosque de tamarindos. “¡Cañón!”, llamaba y creyó escuchar un gemido. Lo encontró al pie de un trupillo con el vientre abierto, los ojos de vidrio y la lengua descolgada. Parecía haberle esperado para lanzar el último suspiro. Tenía una pata destrozada y un charco de sangre se acumulaba alrededor de sus vísceras calientes. El capitán Corpus se quitó la gorra, maldijo en voz baja y lo cargó sobre sus hombros. Sentía el calor de su cuerpo y la humedad de su sangre en la espalda. La cabeza le colgaba al lado de la suya, su lengua le mojaba la camisa con una baba espesa.
Lo depositó junto a la caseta al pie del mango y buscó un pico y una pala. Lo envolvió con una sábana blanca y lo depositó en el hueco. Puso también los restos de la gallina jaba sobre el cuerpo de Cañón y los enterró con grandes paladas de tierra negra. Luego formó una cruz con dos tablas cruzadas y la clavó en la tierra. Estuvo frente a la tumba un rato y supo que aquello no había sido sólo obra del lobo pollero. Entró en la sala y la encontró revuelta. Habían entrado y le habían robado sus pocas pertenencias. “Si me lo hubieran pedido se lo hubiera dado todo”, pensó. Se sentó en la mecedora y fijó su vista en el espejo de pie que reflejaba la parte alta del closet de la sala. Se levantó, se montó en una silla, abrió la puerta y vio que la trampilla estaba intacta. Corrió la tabla y dejó al descubierto el hueco. Introdujo la mano y sacó un objeto envuelto en tela. Cerró, se bajó de la silla y se sentó de nuevo. Ahora el espejo reflejaba su cara. Vio sus cabellos blancos y ralos que le caían descuidados sobre las orejas. “Debía motilarse”, pensó, “pero ya para qué”. Sus ojos hundidos eran dos profundos pozos por donde se colaba la angustia. Su barba de cuatro días parecía un bosque de hormigas. Sus orejas, su nariz y sus labios eran los colgajos del abatimiento. Abrió el envoltorio, empuñó la Beretta de 7 mm, “¿por qué no la habrán encontrado los asaltantes?”, se miró de nuevo en el espejo y sonó el disparo.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

6 comentarios

  1. 1. A. Pantaleón dice:

    Hola Manuel!
    La cadencia de tu relato es muy interesante. Tienes madera de narrador. No entiendo ese desenlace tan cruento. Saludos

    Escrito el 17 diciembre 2015 a las 20:38
  2. 2. Oda a la cebolla dice:

    Hola, Manuel. En todo momento, cada lugar y pensamiento està muy bien descrito. Quien lo lee se ve metido de lleno en el entorno y en la mente del protagonista. Sin embargo, al menos para mi gusto, invade la tristeza en demasìa. Aùn asì, lo encuentro interesante. Un saludo.¡Felices Fiestas!

    Escrito el 19 diciembre 2015 a las 00:09
  3. 3. beba dice:

    Hola, Manuel. Hermosa composición;excelente expresión de serenidad en la primera parte y de fatalismo en el desenlace; aceptación de los caprichos de la naturaleza y desilusión mortal ante la obra del hombre.
    Un relato pulcro,fluido, sin demasiadas tensiones: así es la vida. Lástima: tanta vida y tanta muerte.
    Un saludo. Buenos augurios para las Fiestas.

    Escrito el 19 diciembre 2015 a las 02:35
  4. 4. Andrés Scribani dice:

    Buen trabajo, Manuel.

    Tienes un relato muy peculiar, pero sin duda interesante. Digo peculiar porque la vibra que trasmite no la había sentido con ningún otro relato del taller, supongo se debe a la calma mortal en el ambiente que creaste.

    Un abrazo. Felices fiestas.

    *https://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-30/4508 -> mi relato

    Escrito el 21 diciembre 2015 a las 04:33
  5. Gracias a todos por vuestros comentarios. Leeros me estimula para seguir escribiendo.
    Muchas gracias

    Escrito el 21 diciembre 2015 a las 21:56
  6. 6. Frida dice:

    Manuel, acabo de quedarme sin palabras ante tu relato, quería decirte que en ocasiones podrías haber sustituído alguna y por una coma, pero lo cierto es que he quedado atrapada por lo que he leído y, las comas como que ya no tienen importancia. No sólo logras transmitir la rutina diaria en esa isla caribeña, sino que cuando llegas a la parte en que Cañón ha desaparecido, el relato se vuelve tenso, oscuro; la tragedia envuelve lentamente al lector y, el inesperado final refleja tanta frustración, impotencia ante la vida y el infortunio, que provoca una profunda tristeza que te horada durante minutos.

    De verdad te felicito por tan sorprendente y humano relato.

    Escrito el 22 diciembre 2015 a las 21:24

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.