El último beso - por Tilly

El último beso

—Disculpe, señora Marquesa, si cojo este ascensor y no el de servicio. Sabe usted, está estropeado. El técnico que iba a venir pronto aún no ha aparecido. Lo siento, son diecisiete pisos.
El portero con la cabeza baja, sin mirarla, entró y le dio a la B de Bajo.
La Marquesa suspiró, menuda compañía este patán con el chicle. Sujetó el bolso como si le fuera la vida en ello y no le contestó.
Me ha tenido que tocar esta estirada, pensó el portero, mientras le miraba las uñas pintadas de rojo que sobresalían de unas sandalias doradas.
Ella se decía, desesperada, que aún faltaba mucho, todavía estaban en el catorce. Y ya le empezaba a faltar aire.
Y En el catorce se quedaron tras una leve sacudida.
—Dios mío- dijo ella
—No se preocupe señora Marquesa, en unos segundos se pondrá en marcha.
Ella le miró como a un insecto al que se quiere aplastar y calló.
El portero sabía que si no estaba en su garita tardarían tiempo en socorrerles, pero no comentó nada, veía las manos de la Marquesa blancas y temblorosas como un flan recién hecho.
—Señora, acabo de pulsar el botón de alarma y todo el edificio sabrá que alguien se ha quedado encerrado.
— ¿Y Usted cree que a alguien le importa? Llame al número que está colgado en la pared.
—Señora Marquesa— no se atrevía a levantar la mirada —lo siento he dejado el teléfono en la portería.
—Tenga, tenga, utilice el mío. Buscó en el bolso con tanta energía que tiró al suelo un pintalabios y unos pañuelos.
El portero miró el teléfono como si fuera un objeto no identificado y le contestó con una voz a medias.
—Lo siento muchísimo, señora, no sé cómo funciona, es distinto al mío.
Menudo inútil este portero, pensó ella. No tardaría mucho en hacerle despedir.
No le quedaba más remedio que llamar ella misma y le temblaban las manos.
Marcó el número y esperó, no contestaba nadie. Soltaba el dedo y presionaba sobre el icono de llamada cada cinco segundos.
El portero alucinaba. Sólo consiguió que al teléfono se le acabara la batería.
—Y ahora qué ¿Qué va a pasar? — su voz ya no era tan firme, ella sentía que de un momento a otro le daría un ataque de pánico.
—Tranquila, no han pasado ni diez minutos, ya llegarán.
—Ya llegarán, ya llegarán. ¿Quién? ¿Cuándo? ¿No se da cuenta de que no puedo respirar y estoy empezando a marearme?
El la miró. Tenía la frente bañada en sudor y una parte del maquillaje se estaba derritiendo, ahora mismo parecía más vieja.
Por un segundo le dio pena, tan engreída y tan frágil.
—Estúpido, haga algo.
-Señora, lo siento, a gusto le haría el favor, pero hay que esperar…
No terminó la frase cuando la Marquesa se abalanzó sobre la puerta de acero y empezó a cargar contra ella.
—Socorro, socorro, estoy aquí.
—Disculpe, nadie puede oírla a través de esta puerta, solo va a gastar el poco aire que tenemos.
Ella temblando se cayó al suelo, uno de los tacones se rompió. — Me voy a morir aquí dentro y con usted, que es un incapaz.
—Ya está bien, Ahora escúcheme usted a mí. No le aguanto ni un insulto más. Usted ni es señora ni es nada, mantenga la compostura, el marquesado le servirá para algo. Tenga, saca una bolsa de plástico sucia del bolsillo de su mono, póngasela alrededor de la boca. Sí, ¿no lo ha visto en las películas?, y se la colocó a la fuerza .Ella con las pupilas dilatadas la sujetó y poco a poco se calmó.
Menos mal, solo faltaba esperar, aunque tuviera que estar con esta histérica.
De repente otra sacudida, el rugido de un león que sale de la siesta y el ascensor empezó a funcionar. Llegaron abajo.
-Señora Marquesa, compóngase, no querrá que la vean así ¿verdad?
Ella se levantó apoyándose en la pared. Se alisó la falda, cogió lo que había quedado en el suelo, la sandalia, el tacón, el pintalabios, los pañuelos y, sin venir a cuenta, le dio un abrazo y en la mejilla el primero y el último beso.