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El último beso - por Tinin

En casa de la abuela Tina la humedad va conquistando los techos y el muro exterior cansado de los extremos rigores del clima afloja sus, en otro tiempo sólidos cimientos, comenzando a desmoronarse lentamente, pero luchando aun medio erguido, como resistiéndose al final que un próximo futuro anuncia de forma inevitable, que él también será parte del suelo que ahora le sustenta.
Aquí, en Rosiori de Vede, todo parece estar abocado al olvido y se deja sentir en las casas por su abandono, en sus pobladores por la falta de actividad, en sus calles tan solitarias, en las vestiduras, en las miradas, a veces en un injustificable mal carácter y que solo en las proximidades de la plaza del mercado parece encontrar un oasis de normalidad.
La mayor parte de los edificios son decorosos, pero los ciclos que van sumando sus propietarios los hacen débiles para cuidar de su salud, por lo que si no son válidos para ellos mismos, como serlo para sus hogares. De esta forma y con la ayuda de este clima extenuante la calle de Tina no presenta la cara alegre que tenía cuando todo irradiaba vida, no solo por los niños que ocupaban con sus juegos todo espacio, si no porque cada situado que frente a cada vivienda se encontraba, pretendía mostrar lo mejor de cada casa con la mas florida colección de plantas que cada uno pudiese aportar, de forma que constituía la primera imagen de sus moradores, su tarjeta de visita, su mejor presentación. Además, al final de cada primavera todos los vecinos remozaban sus edificios reparándose las averías y desperfectos de cada temporada y reuniéndose en grupos de trabajo, si las labores de reacondicionamiento superaban la capacidad de la familia
Ella tampoco escapa a esta tristeza y cuando me fijo en su rostro no puedo evitar sentir dolor por esas marcadas hendiduras en la piel, por su mirada perdida y apagada. Consciente de lo poco que le deparará el próximo devenir, excepto el ineludible encuentro con el portador de la guadaña, solo le atormenta el futuro de su hijo Chuku, otra de sus innumerables cargas que el desencuentro con la fortuna otorgó para éste, una mente incapaz del mínimo raciocinio para su completa autonomía.
La vida de la abuela encuentra en muchos de sus momentos de existencia, la misma historia de penalidades que paso su país y ambos portan como un pesado castigo los hechos que sometieron sus destinos. Solo así se entiende las encorvadas figuras de los que mas años tienen, las calles sin vida, la desconfianza para cualquier cosa que se emprenda, la música que tantas veces canta las penalidades de la vida, la falta de un buen amigo, el débil apoyo que a tantos ofrece el alcohol y la constante idea que hasta las nuevas generaciones comparten, la de que en este país todo está perdido.
Por eso y por tantas cosas que tan solo la abuela sabe y que no desea rememorar, sus pasos son lentos, retenidos por la humedad de los terribles inviernos que debilitan sus rodillas, lastrados por el simple paso de los años y por tantos sueños rotos.
Al salir, el cielo muestra el vestido que siempre gasta para los días más calmos, un oscuro manto celeste salpicado por pequeños puntos de suave luz azul, que suavemente titilan ofreciendo una tranquila noche de verano.
Pero esta noche Verónica y yo partiremos a Madrid y a pesar de albergar una leve esperanza que en algún lejano día del año venidero volverá a abrazar a su hija, nuevamente se repetirá, como cada año, otra lánguida despedida en el número 9 de la calle Crisan.
La abuela Tina no podrá llorar, hace tanto que sus ojos se secaron que ya no recuerda como hacerlo. Con un último beso de inusitada ternura despedirá a su hija, temblará de emoción y murmurará una frase demasiado repetida como para ser tenida en cuenta. Permanecerá inmóvil como estatua de sal hasta ver desaparecer el taxi que nos traslada a la estación de ferrocarril. Tras el giro que realizará el auto al llegar al inicio de la calle para tomar la avenida central, la imagen de Tina se habrá extinguido por completo. Seguramente permanecerá unos minutos mas mirando a la nada, hasta que una honda respiración la empuje a volver a casa, que ya hogar no tiene. Cabizbaja, volverá a su cama donde los recuerdos abrirán otra herida a su ya lacerado rostro y volverá el dolor del inmerecido castigo de la soledad.

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3 comentarios

  1. 1. dalu dice:

    Tinin, hermoso relato! Dibujas con tus palabras y me parece estar viendo esos pueblos olvidados del interior, donde el éxodo de los jóvenes es invitable. Y a tu majestuosa Tina de pie, sólo por cuidar su desvalido hijo. ¿Qué más se puede ser sino testigo del derrumbe de estos pequeños caseríos oxidados?
    El contenido actual, real, muy bien narrado. La forma, a mi humilde entender reevería signos de puntuación. Te felicito! Espero tu próximo relato!

    Escrito el 19 enero 2016 a las 15:26
  2. 2. Mercedes dice:

    Un relato precioso, muy poético y muy bien narrado. Una idea original la elección de la escena y los protagonistas. En mi opinión, dada la extensión que se requiere del texto quizás te hayas explayado demasiado en la descripción del lugar y poco en los personajes y en el núcleo de la historia, que es ese último beso. Me ha gustado tu forma de escribir y de dotar de personalidad a los elementos de la escena. Un saludo!

    Escrito el 20 enero 2016 a las 15:09
  3. 3. marazul dice:

    Hola Tinin
    Nos regalas un bonito y emotivo relato escrito en un lenguaje culto; las metáforas le dan un marcado valor poético al texto.
    Muy buena ambientación que, como en una fotografía, nos muestra la decadencia del lugar. La referencia al hijo retrasado (Chuku) añade realismo a la historia.
    No hay diálogo y la acción se adivina por lo que no hay: “calles sin vida….desconfianza, la falta de un buen amigo…”
    Sin embargo tu relato encierra mucho, Tinin, y ese beso de madre a hija tierno y resignado es muy emotivo.
    Un buen relato. Me ha gustado

    Escrito el 23 enero 2016 a las 23:40

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