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El Último Beso - por Tomás Rivero

La noche cayó sobre la ciudad con relativa rapidez, haciendo desaparecer con su habitual bruma los hermosos rayos dorados que se ocultaban tras las enormes montañas de picos nevados.
La avenida por la que caminaba estaba totalmente solitaria. Las farolas tenían halos de luz parda formados por la neblina que le hicieron recordar los ojos de aquella hermosa mujer… La mujer que se veía a través de las ventanas del enorme caserón que se elevaba con elegancia y carácter sobre las demás mansiones de la zona.
Habían acordado tiempo atrás encontrarse una vez más, revivir lo que se les había arrebatado de una forma violenta y despiadada. Como cuando se arranca una extremidad de cuajo, Raúl podía sentir cómo le faltaba una parte de sí…
Pero todo cambiaría esa noche, esa helada noche de invierno.
Continuó con su camino, linterna en mano. Hacía tiempo que la mansión de los Cabrestelli había quedado abandonada, después de la guerra que destrozaría las vidas de familias enteras. Sin embargo, Laura y él aún se reunían a la luz de la luna, sentados alrededor de una enorme fuente ahora vacía y destrozada. A su mente llegaban los filamentos de cabello rubio de Laura, que parecían espectrales al contra luz de la luna.
Barcelona nunca le parecía tan enigmática como por la noche. Las hermosas avenidas decoradas con árboles, la arquitectura de sus edificios, y la soledad de sus calles, le conferían un aire de misticismo y majestuosidad que pocas ciudades tenían.
De nuevo su pensamiento se volcó en la mansión. La había visitado tantas veces que se había aprendido todos sus pasajes de memoria. Las habitaciones, los enormes salones, el sótano… todo grabado a fuego en su memoria. Sin embargo, llevaba la linterna consigo. No sabía si alguna parte se había derrumbado. Tenía que evitar los accidentes si quería seguir reuniéndose con ella.
Recordó su reencuentro con Laura. Estaba sola, sentada en el bordillo de la fuente, llorando por todo lo que había perdido. Raúl no sabía cómo había llegado hasta allí ella sola, pero no le importó. Lo único que quería era que no se apartase de su lado. Desde entonces, cada mes se reunían en la antigua mansión, desempolvando viejos recuerdos, reviviendo el pasado.
Ella hablaba con la mirada perdida, tanto como lo estaba ella. Su familia había muerto durante la guerra, y todo lo que había conocido se había desvanecido en el aire como un castillo de arena. Él solo podía mirarla y consolarla, pero a veces su tristeza le inundaba, y ambos simplemente se limitaban a mirar las puertas de madera de la mansión.
Finalmente llegó al punto de encuentro.
La fachada blanca de piedra parecía emitir un halo a la luz de la luna, algo mágico y fantasmagórico, casi intocable. Los enormes ventanales, algunos rotos, dejaban ver la oscuridad de la muerte… Sin embargo, allí la vio, caminando hacia el sótano de la mansión.
Abrió la verja de hierro negro, al tiempo que esta emitía un chirrido familiar.
Caminó hacia la entrada de aquel lugar. Era extraño que quisiera reunirse dentro, pero no le importaba. Simplemente quería verla, hablar con ella, besarla y recordar esos viejos tiempos.
Cruzó con paso acelerado todas las habitaciones de la casa, en las cuales descansaban inertes las esculturas, cuadros y todo el mobiliario que alguna vez había convertido a los Cabrestelli en una de las familias más poderosas de toda Barcelona. Pero ahora, ni la casa era visitada y mucho menos recordado el apellido por la generación actual de aquella caprichosa ciudad.
Bajó hasta el sótano.
Encendió la linterna para poder ver a su amada.
Y allí estaba, sentada, con las facciones pétreas, viendo al lugar en el que descansaría su familia por la eternidad, incluyéndose a sí misma. También vio a su padre y su madre, y a sus dos hermanos menores. Habían quedado inmortalizados en la eternidad de la piedra.
El escultor había hecho un trabajo increíble.
Se acercó y besó los labios de la escultura, fríos y sin vida, serios y pálidos como la cal.
Se sentó a su lado y comenzó a hablar. Sabía que aquella sería su última reunión con aquella hermosa mujer que tanto había querido y la cual la guerra le había arrebatado de sus brazos. Habrían sido tan felices juntos…
Tomó una de las sillas de la habitación y se sentó junto a su amada, acto seguido disparó el revólver que apuntaba a su cabeza.
Habían quedado unidos por siempre.

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4 comentarios

  1. 1. J. Colmarias dice:

    Me ha gustado. A pesar de que es predecible la naturaleza fantasmagórica de la amada desde el comienzo, lo resuelves con un buen giro final. La historia está bien comprimida en el límite de caracteres y las descripciones son ágiles. Mi única “pega” es el recurso del revolver, sería más natural mencionarlo antes de pasada.

    Un saludo 🙂

    Dejo el mio:
    https://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-31/4678

    Escrito el 18 enero 2016 a las 19:30
  2. 2. Gastón dice:

    Hola Tomás,

    La ambientación me ha gustado, aunque a momentos me ha resultado un tanto pesada, quizás alguna pausa más acentuada en la primera mitad ayudaría.

    Yo no me di cuenta de cuál sería el giro de la estatua, pensé que se trataban de dos ancianos que aún se reunían pasados varios años.

    Para mi gusto, sin las dos últimas oraciones, la historia hubiera quedado mejor.

    Saludos! Y sigue adelante!!

    Escrito el 21 enero 2016 a las 19:04
  3. 3. MM Ariel dice:

    Hola Tomás,

    Pues a mi me ha tomado completamente desprevenido el final. Me ha parecido un excelente giro. Además, has creado una atmósfera lúgubre y pesada que se siente. Me parece un bue trabajo.
    Adelante.

    Escrito el 21 enero 2016 a las 20:50
  4. 4. María Esther dice:

    Hola Tomás:
    Haces una descripción minuciosa y abundante en detalles,logrando imágenes de gran plasticidad.Todo el paisaje,incluyendo a la mujer,quedan envueltos en esa bruma fantástica, que todo lo absorbe y lo aleja.De la misma forma logras trasmitir, el amor que los unía.
    No me esperaba ese final.

    Escrito el 23 enero 2016 a las 22:21

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