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El Último Beso - por Joaco

Después de meses sin llover, por fin las nubes se desahogaban sobre la ciudad generando ríos de hollín negro que morían en las bocas de las alcantarillas, que se tragaban ávidas ese negro manjar tras tanto tiempo de sequía. Desde la calle y sin importarle la lluvia, ella miraba la ventana de su casa donde, parcialmente ocultas tras unas cortinas grises, se distinguían borrosas las figuras de su familia.

Pero ella miraba sin ver. Probablemente maldecía su suerte, sin saber bien qué hacer, en uno de los momentos más tristes de su vida. Tras unos momentos como una estatua bajo la tormenta, miró de nuevo al suelo y vio a la compañera de toda una vida a su lado. Sin embargo, ésta no podía devolverle mirada y parecía completamente ida. Desesperada, ella la intentó llamar, implorándola que reaccionara, pero sus palabras se perdían entre el ruido de las gotas al caer y los susurros de los coches que se sucedían a su lado como si fueran una procesión de luces blancas y rojas.

Seguramente ella no podía creer que había llegado ese momento. Habían pasado más de catorce años pero se había asegurado a sí misma que quedaba mucho tiempo por delante. Sin embargo con el inicio del invierno había llegado la más cruel de las noticias, un tumor había corrompido la mitad de la cabeza de su amiga más fiel sin que se hubieran dado cuenta, y ahora era tarde para hacer nada. Su compañera se moría sin remedio, y se iba de este mundo sin que pudiera hacer nada por evitarlo. ¿Por qué tenía que suceder tan pronto?

Sin duda ella quería alargar este momento, no quería volver a entrar en la casa porque significaba asumir que lo que sucedía era cierto. No importaba la lluvia. Calarse o no era secundario, y el frío se podía evitar con un caldo caliente y una manta. Pero ella sabía que la muerte era inevitable, y sólo cabía esperar que ese momento no fuera más que un sueño tejido por una mente febril.

Miró su reloj preocupada, sabía que tan sólo quedaban unos minutos para que aplicaran la inyección letal a su mascota. Ella había dicho que le parecía un precio muy elevado pero necesario para acabar con el gran dolor que debía sentir ya la pobre perrita. Se había convencido finalmente de que era lo mejor para ella. Mientras se agachaba en un intento desesperado por llamar su atención, se preguntaba si había tomado la decisión adecuada. El doctor había dicho que era lo que debía hacer, y que los síntomas sólo podían ir a peor, pero sin duda todavía no estaba convencida de que fuera lo más acertado y por ello alargaba este momento todo lo que podía.
Tras unos instantes intentando que la mirara, su perrita seguía sin reaccionar, dando vueltas en círculos sobre los charcos de barro, realizando movimientos torpes con sus patitas cortas ya muy influenciadas por la enfermedad que invadía su cráneo. Con determinación, la cogió y apretó contra ella su cuerpecito, abriendo la chaqueta de cuero e introduciéndola dentro, intentándola secar y calentar. Poniéndose en pie mientras susurraba unas palabras cariñosas al oído de la pequeña perrita, finalmente se dirigió hacia la puerta de la casa con paso firme.

Su fiel amiga había abandonado ya este mundo, aunque su pequeño corazoncito siguiera latiendo ella ya no estaba allí. Había contado con ella desde que tenía catorce años, y desde ese momento había sido una compañera fiel y constante, siempre animándola en todo momento con la paciencia, el cariño y la alegría que sólo pueden tener una mascota tan sorprendente como la que se acurrucaba contra ella.

Al llegar a la puerta de su casa se detuvo. Probablemente oía el murmullo generado por las palabras tristes de su familia. Ellos también querían a su mascota como si fuera un miembro más, y la echarían tanto de menos como ella misma. Con un profundo suspiro, y tras limpiarse las lágrimas como pudo, por fin entró. Abriendo la puerta mientras veía al veterinario ya preparado para realizar la intervención, de pronto su perrita se giró hacia ella como si entendiera lo que pasaba por primera vez en muchos días. Esos ojos negros la miraban fijamente de nuevo, y su pequeña y áspera lengua rozó su cara una última vez. La perrita sabía que la quería, sabía que debía marcharse, y por ello se despedía dándole un último beso a su adorada amiga.

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4 comentarios

  1. 1. María Gabriela Sanchez Vallejos dice:

    Hola Joaco: Me gustó tu relato y aún cuando lo encuentro muy triste es muy bonito,un relato sencillo que va creando una atmósfera de mucha tristeza muy bien lograda, donde el narrador interpreta los sentimientos de la mascota de una manera perfecta, todo transcurre dentro del mismo clima con un ritmo cadencioso propio del argumento.
    Me gustó mucho. Rayen

    Escrito el 19 enero 2016 a las 20:06
  2. 2. pato dice:

    Hola Joaco,
    Me gustó mucho tu relato. La forma en que nos vas dando la información, mantiene el interés del lector y te genera empatía inmediatamente con las dos amigas y su tragedia. El giro cuando nos cuentas que es su mascota me pareció estupendo. Si me permites una opinión, yo le habría puesto nombre a la mascota, bueno seguro que lo tiene, pero se lo hubiera contado al lector.
    Esta bien ambientado, la lluvia, el hollín negro arrastrado a las alcantarillas, etc. El lenguaje que utilizas nos mete dentro de el estado de ánimo de la historia, por decirlo así. Un acierto.
    Muy buena historia. Felicidades

    Escrito el 20 enero 2016 a las 13:16
  3. 3. Perla Suaress de Oz dice:

    Me encanto tu historia, incluso me saco un par de lagrimas, la trama y como van sucediendo los hechos me parece genial, porque así te mantiene con la duda de que pasara después y te invita a seguir leyendo. Me pareció hermoso como se despide la perrita de su dueña.
    Es una hermosa historia.

    Te pasarías por mi relato? Es el 125 Gracias ♥

    Escrito el 21 enero 2016 a las 01:40
  4. 4. Joaco dice:

    Muchas gracias por los comentarios! Me anima a seguir dándole a la tecla!

    Un abrazo!

    Escrito el 29 enero 2016 a las 20:54

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