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"El último beso" - por María José

Hacía frío aquella tarde. Yo barría con apatía las últimas hojas de los plátanos, las colillas y los papeles arrojados por parroquianos descuidados y obtusos, que ahora yacían desperdigados por la acera y el aire aventaba para mi fastidio. Él aguardaba desde las cinco en la esquina donde, supuestamente, se había citado con ella como otras tardes. Yo los conocía de vista. Su presencia me era familiar aunque ellos ni lo sospechaban. Nunca una pareja me había parecido tan feliz. Llevaba más de diez años en esa calle y conocía a los transeúntes que cada día y en cada fragmento horario recorrían su camino para dirigirse a casa, a sus lugares de ocio, o quién sabe a qué refugio secreto. Desde hacía algún tiempo me había llamado la atención la aparición de estos dos nuevos pobladores del barrio y en mi imaginación empecé a fraguar fantásticas historias de sus vidas basándome en sus caras, en sus expresiones y sobre todo en su comportamiento efusivo y casi rayano en la cursilería. Estaba claro que eran amantes. Yo envidiaba su aparente felicidad de la que hacían ostentación sin recato. Sin embargo, aquella tarde a él se le veía nervioso. Volvió a mirar su reloj y encendió otro cigarrillo, comenzó a caminar para vencer el frío y el desasosiego de la espera y entonces la vio cruzar la calzada.
Yo le observaba desde cierta distancia. Podía adivinar su anhelo desbocado. Ella corrió a su encuentro y se juntaron interrumpiendo el paso en mitad de la acera. Se abrazaron sin hablar y se fundieron en un beso largo y profundo, después se dirigieron a aquel café del hotel donde otras veces se habían reunido. Yo espiaba a través del cristal. Aun con el peso de la culpa recayendo sobre mí no podía evitar verme impelido a averiguar el desenlace de esta historia que desde el comienzo me había cautivado. Entré en el local, no sin cierto temor a ser descubierto. Aprovechando mi amistad con el camarero, disfracé mi inquietud de aterimiento por el frío y le pedí un café para poder situarme cerca de la pareja y escuchar con total impunidad.
-Esto no puede ser –decía ella-, nos estamos haciendo daño.
-¿Y qué podemos hacer? ¿Acaso somos culpables de que la tierra siga girando o de que el sol nos alumbre o de que la vida haya cruzado nuestros caminos para poder entregarnos a este sentimiento, a esta pasión sin límites? -Huyamos de aquí, empecemos otra vida juntos.
-¿Y nuestros hijos?, ¿Y nuestras vidas de ahora? –decía ella al borde del llanto.
-Si me dejas me mataré, lo tengo decidido. –Decía él con el desafío escrito en el rostro.
¡De modo que así era! Seguramente así discurrían sus encuentros furtivos tarde tras tarde, entre la conciencia de lo prohibido y la tragedia de lo inevitable. De repente se levantaron y se dirigieron al ascensor. Seguramente subieron hasta el último piso por lo que tardó el apagarse el piloto. Allí se perdió totalmente mi conexión invisible con aquellos amantes. El camarero me dijo que solían pasar juntos muchas tardes en una habitación pero no quiso darme más detalles, su discreción le honra tanto como a mí me preocupaba la expresión desencajada que vi en sus rostros después de darse aquel último beso, antes de tomar el ascensor enlazados por la cintura.
Seguí durante un rato conversando sobre fruslerías con el camarero. De pronto llamó nuestra atención el tumulto de la calle.
Habíamos escuchado un golpe brusco y repentino como de algo pesado al caer. Pensamos que había sido un accidente de tráfico. ¡Cuánto distábamos de sospechar la realidad!
La sangre de los dos cuerpos se fundía en el asfalto ingrato de la acera. La gente se arremolinaba gritando horrorizada. Un profesional médico pedía paso y la sirena de la ambulancia convocaba a más curiosos alrededor. Con el último rayo de sol, nubes dispersas teñían el cielo de un bello tono rojizo. Paulatinamente, todo fue volviendo a la normalidad. Necesité bastante agua para eliminar por completo la sangre derramada sobre la acera, pero necesitaré toda una vida para mitigar la dolorosa impresión que esta historia dejó en mi memoria.

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4 comentarios

  1. 1. Eva dice:

    Es una historia cautivadora y un reto bien superado como narrador testigo. Enhorabuena! No tengo nada más que agregar, excepto que tal vez lo podrías revisar para darle aún más dramatismo al suicidio. Un abrazo. Nos leemos!

    Escrito el 19 enero 2016 a las 22:04
  2. 2. Carmen Alagarda dice:

    Me ha gustado mucho tu relato, aunque yo rectificaría algo la puntuación. Por otro lado en la frase ” Seguramente subieron hasta el último piso por lo que tardó el apagarse el piloto”, creo que ha sido un fallo por despiste, cambiaría “el apagarse” por “en apagarse”. En cualquier caso me ha gustado mucho y te envío mis felicitaciones.
    Un saludo.

    Escrito el 21 enero 2016 a las 12:36
  3. 3. María José Triguero Miranda dice:

    Hola Carmen,
    Sí, tienes razón, ahí me despisté, debería decir “en apagrse”. Mil gracias.

    Escrito el 21 enero 2016 a las 13:21
  4. 4. María José Triguero Miranda dice:

    Bueno… ¡Otra vez!, quiero decir: “en apagarse”, ja ja ja.

    Escrito el 21 enero 2016 a las 13:23

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