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El último beso. - por Andrés García

El autor/a de este texto es menor de edad

Estuve ahí ese 6 de Junio, la brisa marina calaba hasta los huesos mientras las balas zumbaban sobre nuestras cabezas. Desembarcamos avanzando con decisión contra un enemigo cuyo único pecado era hablar una lengua diferente, vestir de otro modo, comer otro guisos, porque al igual que nosotros todos ellos estaban aquí por el simple capricho de hombres mucho más viejos que todos nosotros, con el pecho lleno de insignias así lo habían decidido, tiempo después se sentarían en sus acolchados sillones a contar las bajas.
El monótono rumor del mar, el va y ven de las olas, no lograba apagar el sonido de la metralla amiga y enemiga, los gritos de auxilio, el golpeteo de decenas de cuerpos cayendo sobre la húmeda arena.
Horas antes nos reíamos de este enemigo imaginando mil y un formas de acabar con ellos, regresar a nuestros hogares convertidos en héroes de guerra, presumir nuestras medallas, contar nuestras heridas de batalla, regresar hechos hombres al lugar donde habíamos partido como niños.
Pero la guerra nos dio un puñetazo en toda la cara se rio de nosotros sin distinción de bandos.
Granadas explotaban alrededor nuestro, se gritaban órdenes pero nadie las escuchaba, nadie lograba entenderlas, corríamos hacia el enemigo sobre un terreno que se empeñaba en tirarnos al suelo, el coraje, el valor, los sueños de guerra se nos iban a cada bocanada de aire marino.
Mi arma estaba atascada pero ni ella podía sacarme de este infierno salino y atronador, las estrategias, el arduo entrenamiento ni el discurso motivador que se nos dio antes de salir a nuestra misión nos prepararon para todo lo que nuestros ojos captaban.
Allí estaba Ricky, capitán del equipo de fútbol, sobre un charco de lodo con sus sesos esparcidos por el terreno.
Jeremy bailaba una danza extraña para después caer boca abajo. Carl y David entraron en una nube de arena y jamás volvieron a aparecer. Charlie de rodillas apretaba entre sus manos el rosario que le había dado su madre.
Jhonson intentaba ayudar a Kurt, lloraba sobre el cuerpo mutilado de su amigo, las manos le temblaban trataba desesperadamente de desenrollar las vendas, Kurt se esforzaba por respirar y en cada exhalación sendos chorros de sangre salpicaban las ropas de Jhonson, Juro ante Dios que antes de llegar aquí Kurt tenía un par de piernas y un brazo más.
Un extraño aroma llenaba mis pulmones mientras me concentraba en seguir mis órdenes, avanzar y nada más, era algo más que el salitre, no era la metralla quemada, me hacía recordar la carnicería donde mamá solía comprar las chuletas para cenar, pero el recuerdo de mi hogar aquella mañana me agotaba más que la endemoniada carrera que llevaba realizando, la arena se veía tan cómoda que invitaba a recostarse sobre ella.
Me tumbé, miraba el cielo, nubarrones negros ocultaban de tanto en tanto un pálido sol, un eco apagado subía desde mi espalda hasta mi cabeza. Unos brazos se extendieron hacia mí, un rostro ario me gritaba cosas incomprensibles mientras hurgaba mi pecho que se sentía ahora cálido, ahora frío, me sonrió mirándome a los ojos mientras un rocío carmesí brotaba de un agujero en su frente, él estaba tan cansado como yo, se acostó a mis pies y durmió… yo solo quería regresar a casa.
Todos los sonidos ahora me resultaban tan distantes, tan cansado me encontraba que me costaba hinchar mi pecho para respirar.
Rebusque en uno de mis bolsillos y lentamente alce la mano sobre mi rostro, por poco olvidaba aquel trozo de cielo que traía conmigo.
Una foto de Elleine apenas lograba capturar toda su belleza, recuerdo la primera vez que la vi, un moño rosa sostenía una larga cola de caballo de un negro intenso, sus ojos avellana, sus labios rojos, su piel blanca, el aroma a jazmín que siempre la acompañaba, su voz aterciopelada que acariciaba los oídos, su andar elegante casi etéreo.
Después llegó el primero roce de sus manos, una tarde en el cine y después el sabor de un beso.
El recuero de la calidez de su cuerpo casi arrancaba de mí el frio mortal que se extendía desde mis pies y que poco a poco iba subiendo hacia mi pecho, luego el último beso en la estación antes de llegar a este lugar de muerte y la última vez que nos dijimos “te quiero”, el último beso que le doy a su foto en blanco y negro, mi último aliento… y mientras tanto… yo solo quiero regresar a casa.

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4 comentarios

  1. Guau, me has dejado los pelos de punta. Me has hecho sentir mucha emoción con tu relato. Es curioso, yo también pensé en una guerra para escribir el mio.
    He detectado alguna errata como por ejemplo “llegó el primero roce de sus manos” o en “El recuero de la calidez de su cuerpo”, que me imagino que querrías poner “primer” y “recuerdo”.
    Y poco más puedo señalar.
    Un placer leerte.

    Escrito el 19 enero 2016 a las 10:02
  2. 2. @jaiarus dice:

    Muy buena historia, enhorabuena, de verdad. Creo que está muy bien redactada, quitando alguna errata como comenta Bego o el tercer párrafo que me ha sonado algo mal al oído “presumir nuestras medallas, contar nuestras heridas de batalla,” y poco más.

    La ambientación es brutal, te mete en la historia, en el miedo de enfrentarse a un enemigo que ni siquiera los es, como bien plasmas también al principio de la historia. Me ha encantado, también he acabado con los pelos de punta.

    Escrito el 22 enero 2016 a las 12:53
  3. 3. beba dice:

    Muy bueno. Impecable tu relato; muy logrado el choque de emociones: la muerte y la foto llena de vida y de recuerdos. Te señalo algunos deslices: “Las granadas” y no “Granadas”. “Vaivén”, y no “Va y ven”
    Por lo demás, aplausos.

    Escrito el 23 enero 2016 a las 15:00
  4. 4. Andrés García dice:

    Muchas gracias a todos por sus comentarios, en verdad que los valoro mucho, espero leerlos pronto.

    Escrito el 24 enero 2016 a las 00:21

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