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El último beso - por omunicio

Estoy tranquilo, sereno… Sí, sí, tenía dudas, he sido escéptico, lo reconozco, pero he oído tantas versiones…
No siento dolor, quizás es mejor así. El porqué de esta ausencia de sufrimiento no lo sé, puede que en mi estado sea normal no sentir dolor ya, a pesar de saber con certeza cuánto las quiero. Mi yo racional conoce, recuerda, pero no sufre con lo que ocurrió.
Recuerdo perfectamente la fecha, 12 de septiembre de 2015, aquella mañana de sábado, despejada, de cielo azul.
Estoy confuso, ha pasado algún tiempo, pero es difícil saberlo. Era un estupendo sábado para salir fuera, para hacer cosas con mi hija María y mi mujer Beatriz. Era además un buen momento pare reconciliarme con mi esposa, habíamos tenido una pequeña, bueno no tan pequeña discusión, aunque no recuerdo debido a qué; ahora me doy cuenta de la absurda importancia que damos a cosas triviales y banales.
Así, aproveché la ilusión que tenía mi pequeña para ir al campo, para organizar una salida, los tres juntos, en familia, algo que por mi trabajo no era habitual; ahora, sin embargo, el tiempo no es ningún problema…
Cuando miro la foto que hay en nuestra habitación, veo a una familia feliz. Por supuesto que hubo discusiones y crisis de pareja, pero sé que nuestro amor es verdadero, y ahora, cuando veo a Bea más tranquila, sé que hemos superado lo que pasó.
Aquella mañana María vino a nuestra habitación, solía hacerlo los fines de semana, cuando apurábamos alguna hora más de sueño. Saltó a nuestra cama con su sonrisa habitual, la misma de su madre, deliciosa e ingenua, acompañada de esos ojillos entrecerrados. Se abalanzó sobre mí y la cogí y la besé, mientras su madre esbozaba una tímida sonrisa. Le miré y ella bajó los ojos aun recelosa y disgustada conmigo; conocía bien ese semblante, serio, triste, aunque deseoso de hacer las paces. Cogimos los bártulos y nos dispusimos a pasar un agradable día del ya decrépito verano.
Nos pusimos en marcha, cogimos la autopista, pero a medio camino decidimos tomar el puerto para disfrutar de aquel paisaje frondoso, de los aromas que se filtraban en el aire y de aquellos pintorescos pueblos divididos por la sinuosa carretera.
No llevábamos mucho tiempo de viaje. El tiempo cambió casi sin darnos cuenta, las nubes ocultaron el brillante sol, y la luz decayó bruscamente cambiando las tonalidades del paisaje, haciéndolo diferente, pareciendo otro mundo, otro universo, a pesar de los mismos árboles, de los mismos montes, de la misma carretera… Los truenos retumbaron, y tras ellos y con ellos un repiqueteo constante, fuerte, rápido y ensordecedor de una fuerte lluvia que eclipsó la música que sonaba en la radio. El diluvio nos engulló, y cambió nuestra existencia.
No sé cómo sucedió realmente, la intensa lluvia, el mal estado del firme, la suma de ambos. Sólo sé que perdí el control del coche, primero giró y giró sobre sí mismo, para deslizarse hasta aquella curva y caer por aquel barranco. Oigo todavía llorar a María y gritar a Beatriz.
Tras los primeros instantes, el silencio sucedió al llanto y a los gritos; me sentí aturdido y confuso, moví la cabeza y un halo emborronó mi visión. No podía hablar, lo intenté, una y otra vez pero ni un simple susurro escapó de mi boca. Miré a mi hija, tenía los ojos como platos, balbuceaba asustada, pero no había rasguños ni golpes ni heridas, nada.. Sentí tranquilidad, paz, serenidad. De nuevo intenté hablarle pero no pude, intenté sonreírle tranquilizador pero me ignoró con su mirada, parecía no verme. Miré a Bea, tenía un golpe en la cabeza, sangraba, pero movía los brazos, intentaba quitarse el cinturón, me devolvió la mirada y comenzó a llorar desconsoladamente. Me tocó pero no sentí nada. Miró a nuestra pequeña y rió entre sollozos.
Estuve aturdido algunos segundos más y más aún cuando me percaté de la ausencia de peso, advertí que Bea y María quedaban por debajo de mi altura. Subí, ascendí, me elevé y empecé a verlas más y más abajo, no sentí miedo, solo paz, tranquilidad… y me vi, en aquel asiento de nuestro coche, con la cabeza rota, con el cuerpo inerte, despojado de vida y vi a mi familia, y cómo Bea lloraba desconsoladamente y me besaba en la mejilla, cómo me daba mi último beso.

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5 comentarios

  1. 1. CARMELILLA dice:

    Hola Omunicio:
    En relación a la forma del relato quizá en alguna frase yo hubiera puesto alguna coma o quitado alguna otra, sin tener claro que fuera más correcto. Has usado “la” para referirte a tu hija y “le” para referirte a tu mujer, si no me equivoco tendrías que haber utilizado también “la” para referirte a tu mujer (creo), por lo demás nada que decir.
    Es un relato de lectura ágil, con un ritmo adecuado, bien escrito. Triste y real, cuántas historias como la que cuentas suceden a diario y sin posibilidad de poder cambiar el final.
    Me gusta, bien hecho.
    Seguimos por aquí.
    Saluditos.

    Escrito el 19 enero 2016 a las 13:09
  2. 2. omunicio dice:

    Muchas gracias Carmelilla, la verdad es que me pasa, y me lo han dicho. El tema de las comas. Tengo que corregirlo.
    Gracias de nuevo por leerme.
    Un saludo.

    Escrito el 19 enero 2016 a las 15:32
  3. 3. Javier Be dice:

    Hola omunicio, si, en verdad las comas te comen un poco jejeje.
    Pero lejos de eso, se lee bien, se entiende a la primera y eso ya se agradece de antemano.
    Ya desde el principio definías para donde iba, y eso si que me gustó.

    Si gustas darte una vueltecilla por el mío, soy el 210.

    Un saludo

    Un saludo.

    Escrito el 19 enero 2016 a las 20:22
  4. 4. omunico dice:

    Gracias por tu comentario Javier!! Me alegro de que te haya gustado, me pasaré por el tuyo y el de Carmelilla sin falta.

    Escrito el 20 enero 2016 a las 15:07
  5. 5. Oda a la cebolla dice:

    ¡Hola, Omunico! Tremenda historia, en un soporte bien encarrilado. ‘Me uno’ al tema de las comas que ya te han comentado, pero la velocidad es la adecuada. Bien descrito, en todo momento. Me gustò. ¡Seguimos leyèndonos! Mi relato es el nùmero 21, por si pasas por allì. ¡Saludos!

    Escrito el 27 enero 2016 a las 00:35

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