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El último beso - por Mariví Alonso

En mi trabajo he visto escenas muy duras, imágenes que harían cuestionarse la existencia de Dios a cualquier ser humano, pero nunca me han impactado tanto como lo que voy a relatarles.
Se preguntarán cómo me gano la vida. Pues bien: soy tanatopractor, una profesión poco conocida y que suele inspirar mucho miedo porque la muerte es el mayor tabú de nuestra sociedad. Mucho más que el sexo.
Imagino que querrán saber en qué consiste eso de la tanatopraxia. Les explico: contribuimos a que la familia del difunto no tenga que recordarlo como un muerto. ¿Cómo lo conseguimos? Lo primero es lavar el cadáver y desinfectarlo para que sus seres queridos no huelan la descomposición. Después taponamos la nariz y la boca y afeitamos a los hombres. La última acción siempre es el maquillaje y peinado buscando la máxima naturalidad, por supuesto.
Bueno, a lo que iba, que me disperso. En aquella ocasión el difunto era un bebé. Que muera un recién nacido es lo más triste del mundo. Siempre que eso ocurre nos esmeramos en el trabajo de preparar el cadáver y la gente que va a acompañar a la familia está especialmente silenciosa. Se nota la desolación en el ambiente.
Sin embargo, no pude trabajar como de costumbre porque la madre del pequeño, una rubia bajita y delgada con ojos color miel, se empeñó en ayudarme. Decía que había disfrutado de muy poco tiempo con su hijo, que había vivido menos de dos días y que quería lavarlo y llevar a cabo todos los cuidados necesarios.
Entre mi jefe y yo conseguimos convencerla de que no podía estar allí, que tendría que esperar fuera. Le dijimos que no se preocupara, que lo trataríamos muy bien y que el proceso duraba menos de una hora. Ella contestó que esperaría, que su bebé era precioso y que por favor le hiciéramos justicia. Que había planeado el funeral desde la semana veinte de embarazo, cuando le dijeron que a causa de una enfermedad genética, trisomía 13, su hijo viviría solo unas horas si es que sobrevivía al embarazo.
La historia me pareció sorprendente. ¿Cómo alguien podría plantearse traer al mundo un bebé en esas condiciones? Pero más sorprendido me quedé cuando vi al niño. Su madre decía que era precioso y a mí me parecía un monstruo: una nariz en forma de pequeña trompa ocultaba su labio leporino. Era lo más alejado a un bebé de esos rollizos, rubios y de ojos azules que anuncian pañales.
Hice mi trabajo distraído, intentando comprender a esa mujer que esperaba a su “precioso” bebé y que llevaba meses preparando el funeral. Coloqué al pequeño difunto en un ataúd que parecía de juguete. Y entonces pensé que lo más triste del mundo no era un cadáver de un recién nacido, sino las cosas que este dejaba atrás y que ni siquiera había podido usar: ropita, peluches, cuna… Aunque el niño en cuestión sí que usaría uno de los objetos que habían comprado para él: un féretro blanco de medio metro que te ponía la carne de gallina.
Depositamos al niño situado en la sala en la que lo visitaría la gente y la madre entró a verlo y nos felicitó por lo bien que lo habíamos dejado. Mi jefe le dio un pequeño apretón en el brazo mientras murmuraba lo de siempre: “La acompaño en el sentimiento”. Cuando se alejó no pude evitar preguntarle a la madre:
−¿Por qué?
−No entiendo. ¿A qué se refiere?
−¿Por qué lo ha tenido si sabía que no iba a vivir? ¿Pensaba que los médicos se habían equivocado? ¿Que se iba a curar?
Fijó en mí sus ojos de miel y me contestó con voz grave:
−No. Los médicos lo tenían clarísimo. Pero, ¿por qué no iba a tenerlo si es mi hijo? Aunque no viviera mucho tenía el derecho de existir. Es un niño que solo ha conocido amor el poco tiempo que ha estado entre nosotros. Nunca le regañarán en el colegio, ninguna chica le partirá el corazón, jamás se sentirá solo. Lo hemos querido cada minuto de su vida. Y ahora voy a darle el último beso.
Se inclinó hacia el ataúd y me di la vuelta para brindarle otro momento con aquel pequeño monstruo que a ella le parecía el ser más bello del mundo. Salí de la habitación con la garganta seca y los ojos empañados. Cuando me di la vuelta para cerrar la puerta miré hacia atrás: sonreía.

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7 comentarios

  1. 1. Nikels dice:

    No soy muy entendida en usar un narrador testigo pero, a mi parecer, tu texto esta escrito en primera persona.
    Por lo demás, me ha encantado tu texto. Me ha enganchado desde el primer momento. Escribes de maravilla. Es como si un amigo te estuviera contando una historia. Enhorabuena y gracias por comentar mi texto. 🙂

    Escrito el 20 enero 2016 a las 01:47
  2. 2. Javier Be dice:

    Hola Marivi.

    Vaya un relato denso.
    Me gusta la manera en la que combinas los sentimientos y emociones propias con las de la madre.
    El relato me transite cada emoción y sentimiento que debe ser.
    Me gustó mucho y captó mi atención desde el principio.

    No le encuentro mucho por aportar, pero estoy seguro que los demás podrán hacerlo sin dudar.

    Te invito a pasar por mi relato, es el número 210.

    Saludos.

    Escrito el 20 enero 2016 a las 17:13
  3. 3. Earendil dice:

    Saludos, Mariví Alonso:
    Han calificado tu escrito de emocionante y denso. Yo añadiría sorprendente, escalofriante, inesperado…
    No quiero decir con esto que no me guste, al contrario, me encantan las historias diferentes, que me hacen pensar y me embargan, y el tuyo me ha dado mucho qué pensar.
    La primera incógnita surge de saber si es un caso real o no, lo que dice mucho de la historia, porque en el caso de que sea inventada, la has narrado con una naturalidad abrumadora.
    Tus sentimientos frente a la muerte están clarísimos, y comparto contigo la aseveración que haces respecto de que el gran tabú de la sociedad “occidental” es la muerte. Y recalco occidental, pues sólo ocurre en occidente, al contrario de otras culturas más concienciadas con este tema.
    Los sentimientos que atribuyes a la madre, son otro cantar. Está bien no temer a la muerte, pero su frialdad frente a la muerte del hijo raya lo psicopático.
    En la parte formal del escrito, lo veo bien narrado, con buen ritmo, sin faltas de ortografía y bien puntuado. Sin embargo, creo que tu narrador no cumple la premisa del reto, más bien corresponde a un narrador protagonista.
    Aquí te dejo mis opiniones, y te agradezco las tuyas en mi comentario.
    Un saludo, nos leemos.

    Es un niño que solo ha conocido amor

    Escrito el 20 enero 2016 a las 19:13
  4. 4. pato dice:

    Hola Marivi.
    Tu relato es escalofriante, duro, pero está muy bien contado, sin excesos dramáticos ni eufemismos inútiles. Te felicito.
    El lenguaje que usas es claro y sencillo(excepto lo de tanatopractor), cercano, sereno.
    El tanatopractor es un personaje honesto que lo hace muy verosímil, es honesto como te he dicho pero a la vez compasivo.
    Me ha gustado mucho. Espero que haya salido de tu imaginación, como bien dices la muerte de un niño tan pequeño es una desgracia terrible.

    Escrito el 20 enero 2016 a las 20:52
  5. 5. Tenshys dice:

    Un buen relato; con una historia -para mí- sorprendente, como dijeron algunos de los compañeros comentaristas, escalofriante.

    En cuanto a la forma, me gustó la forma en que lo estructuraste y la fluidez de la trama.

    En los aspectos a mejorar, y conste que lo digo solo porque está marcado como “reto”, es que en realidad el narrador está contando su parte de la historia, no la del bebé y no la de la mamá, sino él frente a esas circunstancias.

    ¡Me gustó!

    Escrito el 20 enero 2016 a las 23:23
  6. 6. Mariví Alonso dice:

    Muchas gracias por vuestros comentarios positivos, animan a seguir escribiendo.
    La historia no es autobiográfica, pero sí real en parte (por desgracia).
    Saludos

    Escrito el 21 enero 2016 a las 00:07
  7. 7. Joaco dice:

    Marivi,

    Siento leer que esté basado en hechos reales. En cualquier caso la calidad literaria del mismo es alta, muy probablemente por haberlo escrito con sentimiento. Muy fluido, fácil de leer, y me gusta como juegas con las comas/longitud de las frases para darle el ritmo que quieres.

    Es cierto que el narrador es más primera persona, quizá si el protagonista no hubiera estado tan en el centro de la escena (por ejemplo, siendo un mero observador en lugar de llevar a cabo las acciones) podría haberse considerado que cumplía el reto. En cualquier caso, y pese al fondo triste, me ha gustado tu estilo.

    Un abrazo!

    Escrito el 29 enero 2016 a las 20:28

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