Antes del estallido - por Chochu

El autor/a de este texto es menor de edad

Poco a poco mis ojos consiguieron enfocar su rostro y comencé a verla con claridad. No es que lo necesitase, conocía cada detalle de su cara: sus ojos grandes y oscuros, su piel dorada, sus prolijas cejas castañas, las curvas de sus pequeños labios, la línea de su nariz… Y podría haberla visto con los ojos cerrados. Solo que esta vez su expresión se torcía en un gesto de dolor, mientras preciosas lágrimas se deslizaban por sus mejillas; clavaba su desgarradora mirada en mí, llorando.
Apenas conseguía ver el entorno que nos rodeaba, bien podía ser un bosque, bien una ciudad, una montaña, una habitación… No importaba. Lo único que captaba entonces mi atención, curiosamente escasa, eran sus ojos brillantes de humedad, su mirada llorosa, triste, desconsolada. Si noté el viento que bailaba a nuestro alrededor fue únicamente por el delicioso movimiento de su pelo, acariciando una y otra vez los costados de su rostro.
Estiré una mano, inconscientemente, sin caber en mi cabeza nada más que el deseo de tocarla, limpiar sus lágrimas, consolarla… Lentamente, como si temiera romperla, la alcancé con mis nudillos, deslizándolos por su mejilla, arrastrando sus cálidas lágrimas. Cerró los ojos e inclinó ligeramente su cabeza hacia mi mano, disfrutando la caricia, llorando aún más; cuando los abrió, dejó entrever un anhelo nuevo en ellos, además del dolor y las lágrimas, uno de esos anhelos como al que yo acababa de sucumbir.
-Shasta- susurró, sin dejar de mirarme, con esa voz melódica y triste que ya conocía, que luego hacía eco en mi cabeza una y otra vez, que era aún más embriagadora que la más hermosa de las canciones.
Fue entonces cuando quise corresponderla, cuando quise recitar su nombre de esa manera tan especial, y el contorno de su rostro se fue desvaneciendo de nuevo mientras mi visión se desenfocaba inevitablemente, poniéndose tan o más borrosa que mis pensamientos. ¿Su nombre? Mientras más me esforzaba por recordarlo, menos conseguía verla. Su calidez bajo mi tacto desaparecía más y más, y su figura parecía alejarse, como si algo me arrastrara por la espalda, hacia…
– Shasta- la oí susurrar por última vez, lejos, increíblemente lejos…
-¡Shasta!- Me desperté sobresaltado, sentándome en la cama, volcando toda mi atención en la habitación que me rodeaba y en el hombre negro de ojos brillantes que aún sostenía una mano en mi hombro, mientras mi corazón latía desbocado. Zair me observaba expectante, entre molesto y divertido- ¡Por dios, que despertarte a ti es como intentar despertar una roca!
-Lo siento- dije con voz ronca, una vez que hube vuelto al mundo real casi completamente, sujetándome la cabeza un momento con mi mano derecha y limpiándome luego el sudor- Estaba soñando.
-¿Una pesadilla?_ preguntó con el ceño fruncido, repentinamente preocupado. Sentí un inesperado sentimiento de cariño e intenté esgrimir una sonrisa; en el poco tiempo que llevaba viviendo mi propia vida, se había convertido en la única persona en quien podía confiar, al menos un poco. Y hacía mucho tiempo desde la última vez que había confiado en alguien.
-No- respondí, intentando retener los fragmentos del sueño que se desvanecía, que se escurría de mi mente, esforzándome por recordar ese rostro que hasta hace un minuto tan familiar me resultaba. ¿Quién era esa mujer? Sonreí con amargura; la guerra estaba a punto de estallar y yo, cuando no eran pesadillas sobre sangre, muerte y odio, tenía sueños románticos con alguien que ni siquiera conocía- Esta vez no.
-Entonces me muero por saber qué te entretuvo tanto tiempo_ dijo con una sonrisa socarrona, poniéndose de pie- Vamos, levántate. No has olvidado qué día es hoy ¿verdad?
No lo había olvidado. Y no lo olvidaría aún si mi memoria se secaba hasta dejarme sin recuerdos; había llegado la hora.