Retrato de familia - por Virginia Woolf

CAPÍTULO 1. Ven acá hijo, párate aquí al lado mío y mira para la cámara. Pero primero llama a tus hermanos, esos angelitos de dios. Y qué remedio, llama también a tu papá, esa rata coño de madre. No te preocupes, el hocico no sale en la foto ni las patas ni la cola inmunda. Allí solo sale lo bonito. Hijo, llama también a tus abuelos, esos insoportables viejos achacosos que me han jodido la vida con sus regaños y sus sermones. Pero esa parte tampoco sale. Corazón, endereza esa espalda y péinate. Mete la barriga y saca el pecho y límpiate esos mocos. Sécate el sudor y pásame el peine. Párate aquí al lado mío y mira derecho a la cámara, digo, si es que puedes mirar recto con ese ojo bizco que tienes. Mira correctamente que esta foto pasará a la posteridad. Qué que es la posteridad. Qué coño sé yo hijo, por dios, tú sí preguntas mariqueras. Yo me la imagino como una señorona majestuosa y exigente que reina desde un futuro incierto. Una diosa implacable que reclama belleza y corrección si es que queremos llegar hasta ella, si es que pretendemos alcanzarla, no importa que todo sea mentira vil y apariencia vana. ¡Ay! Se me olvidaba. Vete y avisa también a los tíos, tan coños de madre como tu papá. No se cansan de joder, pero familia es familia, qué remedio. Llama a esos borrachos y no te preocupes que la hediondez del licor no sale en la foto, como tampoco saldrán –porque no caben– los cientos de mujeres barrigonas que han abandonado a lo largo y ancho del territorio nacional así como los miles de hijos regados por esos llanos, por esas montañas, por esas costas…De paso avisa a las tías, esas perras de baja calaña con sus sedosos cabellos de peluquería, sus 60-90-60 y sus labios muy pintados, esas putas entaconadas que robaron mis valiosas joyas. Sí, ya sé que ni tan valiosas pero joya es joya, no entremos en detalles. Las muy desvergonzadas dicen que no fueron ellas. Dicen que fue un ninja que entró por la ventana del baño. ¿Quién les va a creer semejante cuento? Y te juro, hijo, que si alguno de los personajes anteriormente mencionados mancilla el honor de la familia agarro el photo shop y la tijera y lo desaparezco de toditos los retratos del álbum familiar y que se olvide de alcanzar la fulana posteridad, no me importa si allí queda un hueco o una sombra fantasmal. Corazón, si te pones a ver, las únicas personas decentes en esta foto somos nosotros: tus hermanos ―esos angelitos de dios― tú y yo. Pero eso tampoco sale. Estoy por pensar que a la posteridad todos vamos a llegar iguales, todos muy correctos, todos peinaditos. Todos menos tu padre, ese señor hijo de puta que tanto nos ha hecho padecer. Pero sobre ese tema escabroso te hablaré mañana.