El floreado trono del rey, y mi estampe de cara - por Cam

El autor/a de este texto es menor de edad

Mi padre seguía presionando, no lograba entender mi situación. Para él elegir una esposa era tan fácil como comprar una joya nueva, él no entendía nada.
Parecía imposible encontrar una mujer decente, todas ricas y coquetas, caprichosas y mimadas. Todas iguales. Quejándose de lo mismo, gritando y pataleando de forma poco ética, mejor dicho, muy ética para mi gusto.
«¡Oh no, se me ha corrido el maquillaje!»
«¡El vestido se me ha mojado!»
«¡Mis zapatos se han embarrado!»
Recuerdo una vez haber entablado una conversación con lady Lanters, hija de un rico embajador de quién sabe donde. Tenía el cabello recogido en una especie de moño, que hacía ver sus perfectos y armados rizos dorados, agregando su vestido rosa claro escotado.
«¿Por qué a las mujeres les importa tanto su cabello?» recuerdo haber preguntado.
Con Amada Lanters llegamos a tener cierta intimidad entre nosotros. No me mal interpreten, Amanda tenía claro que no estaba interesado, fue la única mujer que lo ha aceptado y ha dejado de coquetear. Más allá de eso, tenemos una intima conexión como amigos, ella respondía algunas incógnitas que tenía yo sobre las mujeres.
Amanda seguía abanicándose con su precioso abanico rosa con flores bordadas en negro, combinando a la perfección con su vestido. Caminaba elegantemente por el jardín, el movimiento enigmático de los vuelos del su vestido captaban toda mi atención.
Mantenía su característico semblante indiferente pero, esta vez con una pizca de picardía en los ojos.
«Para las mujeres es fundamental su apariencia, y el cabello es muy importante para lucir bien, además a todo hombre le gusta acariciar suaves hebras de cabello con un delicado aroma a flores ¿O me equivoco?» pregunta mirándome de reojo.
«Tienes toda la razón» dije al instante, al notar el peso de su mirada.
Esa fue una de las conversaciones más largas que mantuvimos entre nosotros, antes de que el silencio nos inundara.
Si no me equivocaba, hoy tenia un encuentro en los aposentos de mi padre, para obviamente hablar de la elección de mi esposa. Sería una larga y tediosa discusión.
Entré en la habitación sin siquiera tocar, y encontré a mi padre, el rey, sentado muy cómodamente en una butaca floreada. Esta era de color beig y las flores de color fuxia, era divertido ver la figura de mi padre tan seria y regia, sentado en un sillón tan chillón y femenino. Era una imagen considerablemente cómica. Contuve una sonrisa.
―¿Has encontrado un esposa? ―dijo seriamente. Se me escapó una pequeña y corta risa.
―No ―dije recuperando mi compostura―. No encontré a la indicada.
―¿Cuanto tiempo más precisas? ―dice con rabia en la voz―. ¡Todo rey necesita su reina! ¿Cómo planeas reinar sin reina? ¡Necesitas herederos! ¡Yo quiero nietos! ―dice ahora con nerviosismo, ocultó su cabeza entre los brazos y me pareció escuchar un pequeño sollozo.
―Solo un poco más de tiempo. ―Posé mi mano en su hombro para intentar tranquilizarlo.
El se apartó bruscamente, y fijó su severa mirada en mi de nuevo.
―Mil años, tan solo mil años ―dice repetitivamente.
Mil años era poco tiempo, considerando esta difícil elección. Mi padre era tan terco como una cabra, no iba a darme más tiempo aunque le suplicara de rodillas.
―¿Que pasa si no he elegido al final de ese periodo de tiempo?
―Te casarías con Amanda ―dice al instante. Suspire.
―Bien. Pero tendrás que dejarme elegir a cualquier doncella, sin importar su origen, su familia o el lugar en donde viva ―dije firmemente.
―Mientras que sea ric…
―No. Quiero conocer a las mujeres pobres y quizás, serán más nobles de corazón que cualquier mujer rica.
Mi padre reflexiono un largo minuto.
―Está bien. ―Sonreí.
Me di media vuelta y salí de la habitación.
Debo de admitir que al parecer, la emoción nublo mi vista, ya que a penas salir al pasillo principal me estampé de cara al suelo con algo a lo que no pude reconocer. Esto no era bueno
Si no me equivocaba, esa caída me iba a sacar 500 años de mi valioso tiempo, no tengo ganas de gastar palabras y decir por qué.
Seguía en el suelo, con una mano me limpié el hilo de sangre que salía de mi nariz. Comencé a gritar ordinarieces de todo tipo insultado a todo objeto que estuviera alrededor.
Antes de cerrar los ojos pude ver una empleada llegando hasta mi. Y ahí comenzaron mis 500 años de sueño.