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Carduelis carduelis - por baltasar

Carduelis carduelis

Juancho y Manolín, o Manolín y Juancho, que tanto monta, vivían en un pequeño pueblo al pie de la Sierra de Guadarrama, en el que el invierno se prolongaba desde mediados de noviembre hasta bien entrado marzo.
Eran inseparables. Vivían uno frente al otro distanciados apenas por la estrecha carretera que atravesaba el pueblo, en viviendas semejantes, si exceptuamos el ascensor que el padre de Juancho se había visto obligado a montar cuando la madre de este quedó inválida tras un desgraciado accidente.
A Manolín le gustaba ir a la casa de Juancho. Le encantaba subir y bajar en el ascensor, que naturalmente había sido noticia en el pueblo, y presumir ante los otros chavales de que subía y bajaba cuantas veces quería, porque sabía la envidia que les daba.
Pero la pasión de ambos era que llegara el sábado, que no había colegio, para lo antes posible corretear por el campo y hacer las mil diabluras que se les ocurriera, lejos de miradas que pudieran impedírselo.
Uno y otro tenían una verdadera disposición por todo lo que la naturaleza les ofrecía. Aquel hermoso río despeñándose desde lo alto de su nacimiento, plagado de truchas a las que pronto supieron buscarles las vueltas para pescarlas a mano en sus propios guaridas.
─Mira, le dijo Juancho un día a Manolín apuntando con su índice hacia lo alto de un frondoso árbol. Un nido de jilgueros. Acabo de ver entrar a la hembra con unas pequeñas ramas en el pico.
─El sábado que viene tenemos que subir para encontrarlo ─replicó Manolin frotándose las manos.
─Yo creo que deberíamos esperar al siguiente ─comentó Juancho─. No vaya a ser que se asusten y lo abandonen. Para entonces incluso habrá hecho la puesta y ya sí que no se irán.
─A mí me gustaría quedarme con uno.
─Y a mí con otro. ¡Mira!, ahora es el macho el que la ayuda.
─Yo había oído que era solo la hembra la que se ocupaba del nido.
─Pues parece ser que no. Pero creo que sí, que principalmente es la hembra. Me da pena, Manolín, pero tenemos que irnos. Mi padre se enfada cuando llego tarde a comer.
Y echaron a correr a la vez que comentaban entre risas de gozo el hallazgo.
Pasados quince días caminaron alegres hasta un lugar próximo al árbol de los jilgueros. Se pararon detrás de una gran piedra y, en silencio, esperaron a ver qué hacían los pajarillos. Ni el más mínimo movimiento.
Instantes después, los trinos del cante gorjeante del jilguero lanzaban al aire el éxito de su apareamiento.
─Tengo la impresión ─dijo Manolín rompiendo el silencio─ que la hembra ya está incubando. ¿Me dejas que suba para ver cuántos huevos ha puesto?
─¿Y por qué tú? Yo quiero verlo también.
─Podemos subir los dos, ¿no?
─Vamos. Sube tú primero, pero con la condición de que no me digas nada.
Trepó Manolín con la agilidad propia de sus once años. Poco antes de que alcanzara las primeras ramas, la jilguera salió despavorida. Cuando descubrió el nido continuó su ascensión hasta llegar a su altura. Lo contempló unos momentos y descendió con la misma habilidad con la que se había encaramado.
Juancho, sin que cruzaran una sola palabra, se dirigió hacia el árbol. Cuando avistó el nido, quedó absorto. Luego gritó sin poder evitarlo:
─¡Guay! ¡Tiene cinco huevecillos! ¡Es una maravilla!
Luego corretearon por el prado comentándose atropelladamente lo que acababan de contemplar.
─Oye ─preguntó parándose en seco Manolín─ ¿A que no sabes cuál es el nombre científico del jilguero?
─¿Pero tiene otro nombre? Ah, sí, Sietecolores.
─No. Ese sí viene en el diccionario, pero el científico no. Ayer estuve brujuleando por Internet en el ordenador de mi hermano: Carduelis carduelis.
─¿Qué?
─No sé, allí ponía que era el nombre científico.
─¿Y eso qué es?
─No tengo ni idea.
Habían entrado en el pueblo. Al llegar a la plaza uno de los mayores del colegio se fue derecho a ellos, y agarrando con fuerza de una oreja a Juancho le espetó:
─¿De ver el nido de los jilgueros, eh? Pues ni se te ocurra volver por allí. El nido es mío. Y le soltó dándole un empujón que le hizo rodar por el suelo.
Sin levantarse miró a Manolín, que estaba rojo como un tomate.
─Has sido tú quien se lo ha dicho, ¿verdad?
─Yo…
─No hace falta que me digas nada. ¡Eso es una traición! Ya no te ajunto.

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4 comentarios

  1. 1. J. Colmarias dice:

    Muy buenas Baltasar!
    Me has hecho reír con la última parte. Creo que has plasmado muy bien la emoción que se siente de niño ante un nuevo descubrimiento. Otra cosa que me ha gustado ha sido la ambientación del relato en un escenario de campo, río y fauna. Cuidado con las aclaraciones en los diálogos, en alguno te has comido el guión.

    El mío es el 91 por si quieres leerlo.

    Un saludo!

    Escrito el 18 marzo 2016 a las 20:47
  2. 2. Alma Rural dice:

    Los amigos de la infancia se perdonan las traiciones con facilidad. Hoy no se ajuntan, pero a la mañana siguiente todo cambia… Genial el relato que nos haces de estos dos niños, Baltasar.

    El ritmo de la acción es el adecuado. Metes los diálogos en el momento oportuno para que la lectura sea más ágil y agradable; pero ten cuidado al transcribirlos porque te has comido algún guión.

    La ambientación del texto es perfecta. Parece que estuviéramos viendo al mismo tiempo que los niños el nido de los pájaros. Lo único que he encontrado un poco forzado ha sido la introducción del ascensor en el texto.

    Te felicito por tu texto, Baltasar. Ha sido una grata lectura.

    Un saludo.

    Escrito el 18 marzo 2016 a las 22:43
  3. 3. Laura dice:

    Hola Baltasar. Al igual que Alma Rural, encontré un poco forzada la introducción del ascensor.
    A la pesca de truchas con la mano, ¿no sería más adecuado buscarles “la vuelta” en lugar de “las vueltas”?
    De todos modos, una linda vuelta a la infancia

    Escrito el 19 marzo 2016 a las 21:35
  4. 4. beba dice:

    Hola, Baltasar:
    Me pareció una preciosa historia, fresca, ingenua y realista; el ritmo y el tono son de lo más apropiados para la escena y los presonajes. Encantadoras las descripciones de los chicos.
    Cumples las palabras obligatorias, pero me parece forzada la introducción de las tres; en particular, el ascensor; tal vez si lo pones entre comillas, o dices algo de la ingeniosa rusticidad que me imagino tuvo el papá de Juancho.
    El episodio de la traición es posible en el contexto, pero queda suelto, tal vez por el nuevo personaje. Lo del diccionario es muy ingenioso,también puedeser posible; pero no me cierra con la imagen de estos chicos de aldea, más de jugar y pescar que de buscar jilgueros en el diccionario.Bueno: no es imposible.
    Si quieres leer mi cuento “Mis musas están de parto”, visita mi blog “ahorayodigo.blogspot.com” Gracias.

    Escrito el 31 marzo 2016 a las 00:35

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