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El Ascensor - por David V. R.

Web: http://www.davidvilches.com

Es llamativo, tanto el espacio como el tiempo son completamente dependientes de la emoción humana. Juraría que aquel ascensor, en el que tantas veces me había peinado, era aquel día mucho más angosto que normalmente. Prácticamente, al abrir la puerta sentí una necesidad terrible de huir, de escapar de todo y de todos, de refugiarme de nuevo en mí, de no esperar nada de nadie, ni tener que hacerlo nunca jamás, sin embargo, entré, y todavía no sé muy bien por qué lo hice. Mi madre llevaba su uniforme de “familia de bien”, ese conjunto de vaquero de los noventa desgastado por el paso de los años, la camisa de un intenso azul oscuro, la americana de profesional liberal -cosa que nunca fue- y el toque de gracia con aquel horrible colgante plateado terminado en forma de clave de sol. Ella debía de suponer que visitar al director del instituto exigía la misma etiqueta que acudir una tarde de domingo a charlar con el cura; de todas maneras, hacía tiempo que no pisábamos ya la iglesia, iba a hacer un año de la muerte de papa y ya habíamos dejado de necesitar a ningún Dios misericordioso.

La tarde se había ido cerrando desde que salimos de aquella cárcel a la que llamaban irónicamente edificio educativo. El camino de vuelta hasta casa intuía un silencio incómodo, una especie de presión en el pecho me invadía y si hubiese tenido algo de libertad, habría roto a llorar, a gritar, a patalear contra todo aquello lo que viese. Mi madre abrió la puerta y me miró agresiva, como exigiendo que entrara ante mis vaciles. Mi mirada estaba atolondrada, perdida en su reflejo. Me estudiaba desde dentro, una mezcla de duda, y traición se cernían sobre mí mismo. Me preguntaba si realmente era alguien, si podría serlo o si alguna vez me habían dejado serlo, pero aquella mirada rápidamente interceptó cualquier pensamiento. Al entrar, con las prisas, me tropecé ligeramente con el desnivel del ascensor. Era verano y llevaba chanclas, “casi se parten” -pensé-, era lo último que necesitaba. Nunca había sido una persona claustrofobia, es más, había estado la mayor parte de mi vida encerrado, y justo mis problemas habían llegado por querer expandirme, por abrir las puertas, por intentar ser coherente conmigo mismo, pero, la imagen de las tres puertas del ascensor cerrándose delante de mí, una tras otra, mecánicas, desprovistas de emoción, frívolas incluso en su color, tan solo atisbaban más problemas, o al menos, demasiada seguridad ante posibles complicaciones. Primero la que tenía aquella ventana opaca que nunca acabé de entender, después la verde jardín de rejas que se corría de un lado a otro y por último las dos puertas gruesas grisáceas que se cerraban desde cada lateral. Mi madre había presionado el botón, nos quedaban siete pisos por delante, el hedor a tabaco de algún vecino seguía en el ambiente, pero, sobre todo, lo que pesaba en el aire era la sensación de que en aquel sitio nadie se podía sobresalir. Cada uno deberá resguardarse dentro de su propio ascensor, guardando sus memorias en diccionarios de sentimientos que como mucho solo han de salir a relucir los domingos, bien vestidos, sin chanclas, y hablando en voz baja.

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8 comentarios

  1. 1. Rinconillo y Cortadete dice:

    Hola, David V. R.
    Me permito comentar tu texto, que sigue al mío. Me ha costado entender la situación que planteas, pues no sé si van a ver al director o vuelven a casa cuando suben al ascensor. Tampoco entiendo lo que crea los problemas al protagonista; pues, salvo sus propios sentimientos y sensaciones sin causa explícita, no veo qué puede ser: ¿La madre, de la que sabemos muy poco; el director, la muerte del padre, o las tres puertas del ascensor?
    Al escribir “como exigiendo que entrara ante mis vaciles”, supongo que pretendes decir “vacilaciones”. A continuación, hablas de la mirada de la madre y de la mirada interior del protagonista, pero no queda explícita a cual de ella te refieres al decir “pero aquella mirada rápidamente interceptó cualquier pensamiento”. Una persona es claustrofóbica. Las puertas no atisban; quizás, entiendo que sería mejor: dejaban atisbar. el adjetivo verde jardín debe situarse junto al sustantivo: la de rejas verde jardín. Y yo diría: en aquel sitio nadie podía sobresalir.
    Espero haberte ayudado con mi visión de tu relato. Me gustaría decirte que es solo mi opinión, y que acepto que puedo no haberlo entendido cabalmente. Un saludo cordial.

    Escrito el 17 marzo 2016 a las 19:12
  2. 2. Jose Luis dice:

    Hola
    Me paso por tu relato para leerlo y dejar mi comentario.
    A nivel formal he encontrado:
    papa ——— papá (pero es cierto que también se puede decir papa, aunque yo creo que es mejor poner tilde para que nadie lo confunda con una patata, por ejemplo)
    a patalear contra todo aquello lo que viese. ——————– a patalear contra todo aquello que viese.
    ante mis vaciles ————- ante mi vacilación
    persona claustrofobia ————- persona claustrofóbica
    en aquel sitio nadie se podía sobresalir ————— en aquel sitio nadie podía sobresalir
    En cuanto al contenido, se nota que dominas el arte de narrar. Es un relato que está impregnado de imágenes evocadoras y de metáforas, habla sobre sensaciones y sentimientos de un personaje introvertido (¿tal vez tiene una relación difícil con su madre?), por lo que yo lo relacionaría más con un gran y largo poema escrito en prosa que con un cuento que tenga principio, medio y final.
    Un saludo

    Escrito el 17 marzo 2016 a las 22:49
  3. 3. DIASPORA dice:

    HOLA, DAVID V.R

    Coincido con las apreciaciones de José Luis y Rinconillo. Personalmente me costó detectar el conflicto que mueve la historia. Por ahí también pude observar algunas frases dudosas. Por ejemplo, “ya habíamos dejado de necesitar a ningún Dios misericordioso”. Suena mejor: “ya habíamos dejado de necesitar A UN Dios misericordioso.
    Bueno, esta es solo una opinión personal.
    Sí admiro tu capacidad para relatar, y al kilómetro se ve que tu teclado esconde muchas y excelentes sorpresas.
    No sueltes la antorcha.

    Escrito el 18 marzo 2016 a las 00:22
  4. 4. María Kersimon dice:

    Buenas noches, David V. R.,
    Primero felicitarte por haber logrado transmitir un proceso psicológico denso (la historia de una represión y un ensimismamiento de un menor). Utilizaste la alegoría de un viaje en ascensor para hacer experimentar al lector la cerrazón y el enclaustramiento emocional que sigue y presumiblemente precede un episodio represivo que intuimos.
    Me pregunto si un chico de la edad que podemos imaginar llegaría a la formulación intelectual que expresas con las frases siguientes:
    “Me estudiaba desde dentro, una mezcla de duda y traición se cernían sobre mi mismo. Me preguntaba si realmente era alguien, si podría serlo o si alguna vez me habían dejado serlo” o si más bien se quedaría en una amalgama de sensaciones difusas como cuando experimentas eso mismo pero no sabes muy bien qué sientes en realidad, pues está todo en el nivel de lo emotivo. sería confusión, impotencia, frustración, repliegue sobre si mismo, vacío de si mismo, invasión de su ser… pero no sería capaz de realizar el análisis y la formulación intelectual aún.
    Un gusto leerte. Soy la inquilina del piso 37.
    Saludos.

    Escrito el 19 marzo 2016 a las 00:30
  5. 5. Bea dice:

    Hola David:

    Antes de nada darte las gracias por pasarte por mi relato y darme todos esos consejos.
    En cuanto a tu relato, me ha gustado pero me ha parecido algo confuso, me identifico un poco con los anteriores mensajes, pero lo cortes no quita lo valiente, gran narración.

    ¡Felicidades!

    Escrito el 19 marzo 2016 a las 00:38
  6. 6. Nuria GR dice:

    Hola David, felicidades por ese relato tan emocionalmente complejo, llega claramente al lector la carga psicológica con la que está lidiando el personaje principal.
    Al igual que otros compañeros, yo también echo de menos tener una idea más aproximada de lo que origina el malestar del protagonista, no me queda del todo claro, quizá es sólo la combinación de todos los elementos que presentas sobre él y su vida (su madre, la muerte del padre, etc.) En cualquier caso, me ha parecido un buen relato. No me detengo en cuestiones formales ya que te las han comentado ya.
    Después de ver tus comentarios a otros textos, tan elaborados y sinceros, me encantaría si pudieras pasarte por mi texto (el 152) y dejarme tu opinión.
    ¡Hasta la próxima!

    Escrito el 20 marzo 2016 a las 23:29
  7. 7. Luis Ponce dice:

    Hola David:
    Tienes en manos un relato de una compleja dualidad: la edad cronológica del protagonista y su edad intelectual. Muchos niños (y me incluyo a mil años luz) tienen dentro el verdadero personaje, que no lo pueden sacar por temor o timidez. Ese podría ser el caso.
    En lo formal, aparte de las puntuales apreciaciones de José Luis: me han llamado la atención:”normalmente. Practicamente” hay una cacofonía a pesar del punto.
    Los caminos no intuyen.Peor silencios incómodos.
    Las miradas no pueden atolondrarse, creo que ni en la poesía.
    No me puedo imaginar por más esfuerzos que hago unas frívolas puertas de ascensor que al mismo tiempo sean mecánicas.
    La última frase me parece bien lograda y el relato en sí tiene bases para redondear una historia entre infantil y surrealista.
    Nos leemos.

    Escrito el 21 marzo 2016 a las 02:11
  8. 8. Alicia dice:

    Hola David,
    Vi en los comentarios anteriores que te dejaron una serie de recomendaciones que a mí también me son útiles, dado mi reciente ingreso a esta interesante y enriquecedora página, así que voy a lo que yo percibí.

    Tu relato deja ver a un joven que al menos debe tener 12 años, dado que su madre lo acompaña. Pareciera que tienen encima y dentro un profundo conflicto que a esa edad debe ser terrible, pero la historia se deja llevar casi con el desafío de saber quién fue de adulto aquel chico: ¿un escritor?, ¿un don nadie?, ¿un psicópata?

    Tu relato se deja leer con facilidad.
    Buen trabajo.

    Saludos,

    Escrito el 4 abril 2016 a las 19:57

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