Ilargia - por Eunice Espejo

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Mientras esperaba, miró hacia el cielo, intentando ver algún destello de la bóveda celeste que los protegía del exterior. Tras aquel cristal, miles de estrellas brillaban sin descanso.

—Pareces preocupado. ¿Qué es eso tan urgente que tienes que decirme?

Menzner miró a su derecha y sonrió.

—Pensaba que no vendrías. ¿Tú qué tal estás? ¿Cómo llevas tu último mes en la Luna?

—Es raro. No termino de creer que todo vaya a terminar. Todo parece tan normal… Pienso en lo que debieron sentir nuestros tatarabuelos cuando la Tierra estaba a punto de desaparecer. Debieron sentirse impotentes, insignificantes.

Con un asentimiento de cabeza, Menzner confirmó sus palabras. Una larga pausa se interpuso entre los dos, que miraban al infinito, en silencio.

—Estoy impaciente por saber qué querías decirme —dijo al fin Lumen.

Menzner se giró hacia ella, meditando sus palabras.

—Sabes que sólo somos un par de personas, atrapadas bajo una cúpula de cristal, que morirán en unos días. Tú has hablado de cómo se sentirían aquellos terráqueos que sabían que su fin se acercaba, pero yo pienso en los selenitas que miraban desde la Luna, a salvo de la catástrofe que se avecinaba, conscientes de que les esperaba una vida dura con los mínimos recursos. ¿Tú crees que sintieron miedo?

—Supongo que sí —contestó Lumen un tanto extrañada por la pregunta.

—Claro que sí. Pero también debieron sentirse aliviados. Y milagrosamente sobrevivieron en tierra hostil y aquí estamos, atraídos por la gravedad del sol. Viajando lentamente a una muerte segura. Sin alternativa.

Lumen se movió incómoda. La conversación estaba tornándose oscura y ella había decidido pasar esos últimos días como si todo siguiera igual, de forma positiva. Quería pasar el umbral de forma digna.

—Entonces… —dijo, esperando que le contara de una vez por todas aquello que le tenía que decir con tanta urgencia.

—Ah, sí. Puede que nosotros tengamos la oportunidad de sobrevivir. No en las condiciones idóneas, pero sobrevivir al fin y al cabo.

—¿Cómo? —dijo Lumen escéptica.

—Hablo de salir de aquí antes de que la Luna llegue a esa distancia límite en la que ya no podremos vivir. Antes de que el calor del sol nos calcine.

—¿Pero cómo? ¿Cómo se supone que harías eso?

—Llevo años con ellos. Te lo enseñaré.

Cerca de allí, bajo una gran lona, se alzaba algo que Lumen no alcanzaba a distinguir.

—¿Qué es?

—Una cápsula —Menzner destapó la estructura dejando a la vista un gran cilindro grisáceo sobre una base metálica que, en conjunto, parecían forman un gigantesco sombrero de copa—. Lo he preparado para que sea autosuficiente. El interior está protegido del calor. Dos personas pueden sobrevivir meses ahí dentro. Me ha costado muchísimo encontrar los materiales, no se ni cómo he podido construirlo finalmente. Pero aquí está.

—¿Dos personas? —susurró Lumen sin dejar de mirar la nave.

—Si. Tu y yo.

—¿Y a dónde iremos? ¿Qué hay de los demás?

—Sabes que no hay opción para los demás. Los recursos son insuficientes para hacer más como esta. Ni siquiera se si funcionará. Pero tenemos una oportunidad. Es morir aquí o morir allí.

—No lo entiendo. ¿Para qué alargar nuestra vida unos míseros meses en condiciones precarias? No tiene sentido.

Lumen andaba de un lado para otro, imaginando sus perspectivas de futuro con este giro de los acontecimientos. Menzner la agarró del brazo para que se detuviera.

—Esa es la cuestión. No quiero morir ahí afuera. Quiero que intentemos sobrevivir cómo lo hicieron nuestros antepasados, aquí en la Luna. Quiero aterrizar en lo profundo de un cráter de Mercurio. Allí tendríamos una posibilidad. Estamos colocados en la posición correcta ahora mismo. Si partimos mañana no nos costará demasiado llegar allí. ¿Qué me dices?

Lumen miró a Menzner y asintió. Podían morir en un mes, podían morir mañana o podían morir en las profundidades de un cráter en Mercurio. Fuera como fuese, al menos tenían la opción de elegir cómo morir.