Ascenso mortal - por Seruji-Lerel

El autor/a de este texto es menor de edad

¿Dónde estoy? No recuerdo gran cosa desde que me he despertado aquí, en este frío e impresionante paraíso. Desde aquí puedo tocar este rocoso y polvoriento suelo que tanto he visto por televisión, hacerme la idea de que estoy en la misma superficie en la que quizás nadie semejante a mí está. Sí, todos los demás siguen en esa mancha de color azul que veo llamada Tierra que me despista cuando trato de contar las estrellas que hay sobre mí.

—¡¿Hola?! —grito—. ¡¿Hay alguien?!

Me siento estúpido. Nunca antes nadie me había hecho caso cuando hablaba. ¿Por qué sí lo deberían hacer ahora?
Veamos, vamos a rememorar. Me agarraron brutalmente mientras dormía, de eso estoy seguro. ¿Luego qué? Solo recuerdo cómo me soltaban dentro de un espacio muy pequeño y me daban un golpe, con el que quedé inconsciente.

—La Luna —me limito a decir, fascinado.

Sinceramente en estos momentos no me importa quién me ha traído hasta aquí o con qué propósito, solo me interesa seguir formando parte del espacio.

—Te has perdido, ¿verdad?

Esa voz me despierta de mis pensamientos y hace que me gire hacia mi derecha para encontrarme con un compañero.

—Ah, no —digo tratando de contestar lo más rápido posible para no parecer idiota—. ¿Quién eres?

—No, ¿quién eres tú? Es que esto está empezando a ser un descontrol.

—Marcelo Benino —le contesto. Realmente no entiendo nada.

—Estás buscando el cementerio, ¿no? Está por allí —me indica con un movimiento.

—¿El cementerio?

—Tranquilo, yo también tardé en orientarme. ¿Te acompaño?

Mi acompañante es de la misma estatura que yo, aunque es un tanto más oscuro y de cuerpo ancho. No sé si alegrarme de que me hayan encontrado tras lo que me ha dicho, pero por lo de ahora voy a seguirlo por curiosidad y, de paso, explorar más el satélite.

Durante todo el camino va hablándome de cosas que en teoría tienen a ver con todo esto, aunque sigo sin comprender la situación.

—Pues sí —dice a medio camino—, a mí me trajeron mis amigos y me dejaron bajo vigilancia junto a un montón más de viajeros. Llegamos aquí, nos desalojaron a empujones de la nave y se fueron.

—Pero… ¿qué hacemos aquí? —pregunto tras dejar que hablara.

—O sea que tú eres de esos —se detiene y me mira fijamente—. Lo siento, tenía que haberte preguntado antes de empezar a contarte mi vida.

—Bueno…

—¿Cómo te llamabas, decías? —me interrumpe.

—Marcelo Benino —contesto ya cansado.

—Ah, eres un Marcelo Benino. Hay más de vosotros aquí, estate tranquilo.

—Pero…

—¡Es ahí! —me señala con otro movimiento.

El alma se me cae al suelo al ver la parcela. Montañas de ropa y objetos usados se encuentran delante mío agonizando y muriendo poco a poco.

—¡¿Qué es esto?!

—Ya has acabado un ciclo, ¿no? —me lo quedo mirando—. Para eso has venido.

—Pero si yo aún no…

—Marcelo, los humanos han acabado por consumir toda la superficie del planeta donde desecharnos y por eso ahora se hacen viajes espaciales. ¿No has escuchado a los que controlan las naves? Siempre hablan del tema entre ellos, por lo visto. No creo que sea muy apropiado para nosotros que estamos ahí, pero…

No oigo nada. Siento que el otro sombrero sigue hablando de fondo, pero solo puedo centrarme en los gritos que desprende esa superficie vallada, donde casi que puedo ver la vida de todos esos objetos yéndose hacia el espacio.
Hasta ahora ser un simple complemento con el que adornar un humano me ha parecido algo inigualable, siempre en la cabeza de quien me llevaba. Pero… ¿para qué tan arriba? He llegado a la máxima altitud para morir.

Supongo que es la parte que me toca al ser un simple sombrero de copa.