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el museo y su amigo cartero - por davo

El museo y su amigo cartero

Comenzaba un día extraño, con un amanecer oscuro y amenazante, como presagio de tormenta, produciendo un silencio no muy bien recibido por las paredes añosas del museo, el que, por alguna razón no bien fundada, estaba siendo sometido por manos negras inescrupulosas, las que querían cerrar sus puertas, y transformarlo en una suerte de negocio mal habido.
Su director es un hombre longevo cercano a los setenta años, que demuestra una vitalidad de un mozuelo; sumándole a ello su riquísima experiencia de vida, acumulada en los años trabajados en aquel libro histórico natural, que, con sus exhibiciones y reliquias, lleva a sus visitantes a recorrer salones y pasillos, conociendo cultura y pasado ahora revividos.
Para él era impensable saber, que la existencia de este monumento a la cultura tenía sus días contados, que iba ser desmantelado por la avaricia de algunos corruptos administradores de la gobernación, que solo querían desquebrajar la historia, a golpes del sucio dinero, transformándolo en un garito de mala muerte.
Ya en su oficina, de pie, frente a su amplio ventanal miraba el mundo exterior, dominando la entrada al parque central, lugar preferido del pueblo para su descanso dominical. Tratando vanamente de recordar del porqué se llegó a esta situación, y cuál fue su error de no darse cuenta a tiempo, evitando ese horrendo proceso de cierre.
De la misma manera se esforzaba en visualizar su intervención en la audiencia del senado, y además de la intervención oportuna de su amigo fiel, el cartero Luis Orlando Ríos Opazo, apodado el “Loro”, por las iniciales de su nombre; el que siempre sin importar condición climática, siempre entregaba la correspondencia oportunamente, y que, aprovechándose de esto, siempre se regalaba una amena charla de treinta minutos con él.
Por unos segundos sus ojos se cerraron, trasladándose a sea majestuosa sala, donde los honorables senadores, debatían un sinfín de proyectos para beneficios de la comunidad.
Esta vez, por ser un caso muy especial, diligentemente aceptaron ser partícipes en esta decisión final, que determinaría el futuro del museo.
Sin saber cómo, su imagen se proyectó ubicándose al costado de su amigo cartero que no le veía; le miró tiernamente, sin comprender como él podría ayudarle. Fue en ese mismo instante, cuando sin pensarlo, se apareció delante de él, una mano gigantesca portando un reloj de arena, el cual fue dado vuelta, dando inicio a la exposición de su amigo.
– ¡Señorías! Mi misión en esta vida, es entregar las misivas que ustedes y que el común de la gente, envía a diferentes partes del país. Es un oficio que no requiere ser profesional, pero si, exigente en sacrificio de distancias y tiempo. Pero así, tan simple como lo ven, tiene la vital importancia de la comunicación.
Pues bien, así como mi oficio es importante, el museo es aún más, ya que, en este lugar, existe una comunicación muy especial y de mayor relevancia, pues es una comunicación directa con nuestro pasado, que nos recuerda que, sin la historia, no hay presente y menos alguna posibilidad de futuro.

Como queriendo buscar una reafirmación a lo escuchado; uno de los senadores más anciano, quiso saber por qué deberían creer cierta esta afirmación.
El cartero, “Loro” como lo apodaban, contestó muy seguro:
– Nadie con sentido común, le gustaría repetir las atrocidades que sucedieron en el pasado: Errores políticos, guerras caprichosas por líderes nefastos, contiendas civiles, pandemias, abusos de las religiones, en fin.
Y de la misma manera existen otras, dignas de ser seguidas e idealizadas: pinturas, esculturas, literaturas, investigaciones científicas, lideres hambrientos de democracia.
Señores, toda esa enseñanza viene del pasado, y en la medida que nuestra población tenga la posibilidad de ver y comprender la importancia de esta lección; definitivamente descubriremos, que el pasado tiene vida, y nos llama en este presente a ser responsables de nuestro futuro. – Por último, esgrimió: “El museo es la llave para comprender nuestra vida”

Todos guardaron silencio, mirándose los unos a otros. El presidente de la cámara se levantó de su asiento, diciendo:
– Gracias por su presencia señor cartero, su carta ha llegado a buen resguardo.

Todos votaron y fue unánime, el museo era denominado patrimonio nacional, y por nada del mundo cerraría sus puertas.

Desde ese día, cartero y director, recorren sus pasillos conversando amenamente, descubriendo, que cada uno de ello es un mundo diferente digno del mayor respeto.

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4 comentarios

  1. 1. drow_jack dice:

    Buenas, davo.
    Una prosa regalada de opulencias léxicas para cubrir un tema éticamente primordial. Para mi gusto peca de ostento pero es acorde con la historia que trata. Quizá, la escena, al dar vueltas siempre sobre el mismo conflicto, da la sensación de que una de esas vueltas se te repita; pero, ¿qué decir? A día de hoy, para mí es imposible escribir algo de este porte.
    Buen pase por el taller, y muy bien asumido el reto.

    Escrito el 18 mayo 2016 a las 02:37
  2. 2. luis dice:

    Hola Davo, soy Luis(90)

    Muy buen relato. Lo del apodo para sacar la palabra loro, genial. Nos seguimos leyendo. Un abrazo desde Barcelona

    Escrito el 19 mayo 2016 a las 17:50
  3. 3. Elvi dice:

    Me ha gustado mucho tu historia, desde el principio hasta el fin y muy entrañables sus dos principales personajes.
    Me quedo con un sabor muy agradable.
    Saludos.

    Escrito el 24 mayo 2016 a las 19:10
  4. 4. María Esther dice:

    Davo, me pareció bueno tu relato; bien estructurado, con un conflicto claramente expuesto,que evoluciona favorablemente.
    Los protagonistas a mi modo de ver se complementan muy bien, es más logran así, unidos contrarrestar “las fuerzas oscuras” que tratan de cerrarlo.
    Muy elogiable el discurso del “Loro”,que lleva la acción a un punto culminante y convincente.No me esperaba la solución del conflicto de esa manera.
    ¡Felicitaciones!Para mi te salió, lo que se dice redondo.
    Maritel 65

    Escrito el 30 mayo 2016 a las 04:05

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