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Retorno - por Anastasio de la Torre

RETORNO

Si cerraba muy fuerte los ojos, todavía era capaz de recordar todo lo que sentía cuando llegaba a la playa.

Era en verano, muy por la mañana, la arena todavía no ardía y el sol se veía allá a lo lejos, por encima del mar. Toda la familia había madrugado para coger el trenecito que les llevaría a una excursión que sería recordada y comentada durante toda la semana. Se habían peleado para coger sitio en el vagón y colocar toda la impedimenta que acarreaban: sombrillas, colchonetas, flotadores, neveras con comida, neveras con bebida, neveras con helados, se habían gritado para que ninguno se perdiera, pero a él solo le importaba una cosa, su cubo y su pala.

Deprisa se bajaba del tren y corría hasta la playa, más deprisa se quitaba la ropa para quedarse con el bañador que ya llevaba puesto, le pedía con urgencia a su madre que lo untara con aquella crema pringosa, y entonces, desentendiéndose de todo y de todos se dedicaba a su pasión: Hacer castillos de arena.

‒Este niño es la repera ‒decía su padre‒, nunca ayuda en nada, parece que esté en otro mundo.

Y era verdad; podía pasarse el día entero haciendo castillos cada vez más complicados, con más almenas y más torres, con sus puentes levadizos y sus fosos de protección llenos de agua, reproduciendo, cada vez con mayor exactitud, los modelos que había en los fascículos coleccionables que puntualmente le llevaba a su casa el cartero.

‒No te preocupes tanto por él, Manolo ‒decía la madre‒, ya verás como cuando se haga mayor ni se acuerda de los dichosos castillitos.

Así ocurrió, se fue a estudiar a aquella ciudad sin mar y poco a poco se olvidó de su antigua afición; nuevas inquietudes, nuevas diversiones fueron sepultando aquella obsesión de pequeño. Encontró un trabajo, hizo su vida, sus amigos y no volvió a acordarse más de todo aquello.

Pero un día como otro cualquiera, su jefe le llamó al despacho y le comunicó que le despedían, que le agradecían los servicios prestados durante tantos años a la empresa, pero que con eso de la crisis, los patronos no ganaban suficiente dinero y tenían que deshacerse de la mitad de la plantilla.

Volvió a su pueblo, volvió a su playa, volvió a hacer figuras de arena. Se dio cuenta de que los paseantes y los bañistas se quedaban mirando sus esculturas, que incluso le tiraban monedas en cantidad suficiente para cubrir sus necesidades diarias.

Entonces volvió a su infancia, se sentía feliz; las figuras fueron haciéndose cada vez más complejas, construyó un autentico zoológico con camellos, leones, elefantes y hasta algún loro. Incorporó más elementos a sus esculturas, les hizo un entorno donde había corrientes de agua, cuevas, laberintos, efectos de luz; ya tenía hasta un público fijo que le daba conversación y consejos.

No paraba de tener nuevas ideas, la última fue la de establecer un museo de figuras de arena en aquella playa. Pretendía crear esculturas basadas en las grandes obras pictóricas de los grandes maestros, quería que las pinturas tuvieran una tercera dimensión, que se las pudiera rodear, que se las pudiera abrazar, en una palabra que cobraran vida. Empezó con Leonardo y consiguió poner en un lado de una mesa a trece comensales con una fidelidad casi absoluta al original, a veinte metros de esa primera obra empezó a esculpir una infanta, con unas criadas, un perro, y no se cuantas figuras más que estaban en una enorme habitación.

Casi lo consiguió; una enorme tormenta de verano, uno de esos diluvios universales en los que el agua del cielo se junta con la de la tierra y los rayos y truenos rompen toda la armonía del mundo, se llevó por delante toda su obra.

Yo lo vi y hablé con él cuando mojado y cabizbajo se refugiaba en la casa okupada donde dormía, me dijo con palabras confusas algo que no entendí muy bien acerca de lo efímero de la belleza, del arte y la vida, del eterno retorno de Nietzsche, de un tren que llevaba a un niño a una playa. Creo que se había vuelto loco.

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5 comentarios

  1. 1. Saldivia dice:

    Hola Anastasio. De tu relato lo que más me gusta es el modo en que conectas lo local y lo universal de forma sutil e inmanente. Al leer la forma de diminutivo “trenecito”, tan propia de ciertas zonas de la península ibérica (e inusual fuera de éstas) y luego devenir en el tema de la cordura humana, has logrado asociar ámbitos de escalas muy diversas, lo que me resultó estimulante y grato. Igualmente grato es el modo en que está escrita la historia, muy dulce, aunque con su toque aguijoneante en la justificación del patrono para el despido.

    También considero bien lograda la duda sobre la persona del narrador, al principio se coquetea con la posibilidad de in narrador en primera persona, luego me pareció omnisciente y termina en segunda persona. No soy experto en la materia, ni mucho menos, pero no es común tropezarse con ese dinamismo y que además el resultado sea coherente.

    Te felicito por tu relato, que además me ha hecho recordar el museo de arena de Tottori, en Japón.

    Escrito el 17 mayo 2016 a las 19:17
  2. 2. Beatriz dice:

    Apreciado Anastasio:
    Tu relato es muy hermoso y delicado. Sabes manejarte entre los sentimientos infantiles que guardamos los adultos bajo llave
    Namasté

    Escrito el 18 mayo 2016 a las 22:14
  3. 3. Noypia dice:

    Hola Anastasio!

    Me ha encantado tu relato, muy dulce y bien escrito. Ha sacado a la luz recuerdos de mi cercana infancia. Está muy logrado. Gracias por esta maravillosa historia.

    Saludos!

    Escrito el 22 mayo 2016 a las 13:24
  4. 4. Yoli dice:

    Hola, Anastasio.
    Me ha gustado tu relato. Está muy bien escrito y me ha gustado el protagonista, el volver a sus sueños infantiles, aunque con un final triste.
    Si quieres leer el mío, soy el 156

    Escrito el 29 mayo 2016 a las 11:26
  5. 5. Feli Eguizabal Fernandez dice:

    Hola Anastario, por orden me toca leer y comentar tu trabajo, y me alegra que sea asi, porque me ha encantado. Bien estructurada la historia, se lee facilmente con un ritmo adecuado, y una atmosfera de casi misterio que te lleva hasta el final sin detenerte. Cierto que me ha sorprendido el tema que te comenta Saldivia acerca de los narradores, y aunque no se si está del todo correcto, la verdad es que no me ha impedido leer y comprender la historia que deja una buena metáfora. Te felicito. Mi relato esta uno antes que el tuyo.

    Escrito el 8 junio 2016 a las 11:58

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