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EL MUSEO DE ARENA - por Cheche

José y Diego, hermanos gemelos, recorrieron la pequeña isla el mismo día de su arribo. Era la primera vez que cruzaban varios continentes. Hace varios años que se habían propuesto asistir al Festival de Shan-shan, motivados por aquellas danzas orientales con sombrillas de papel que ahí presentaban.
Aprovecharon también para visitar los lugares más emblemáticos. Se maravillaron al ver el desierto y sus impresionantes dunas. Hicieron todo lo que se podía ahí: pasear en parapente y luego a lomo de camello. Cuando acabaron, se detuvieron a discutir hacia dónde más podrían ir. El inclemente sol les indicaba que era aún temprano.
—Esta isla nos ofrece muy poco para explorar, ¿nos vamos a aburrir los otros dos días que nos quedan? —comentó José, que era el mayor, señalando hacia los lados.
—No. Deben haber más cosas, por ejemplo… —a Diego no se le ocurría nada, y giró la cabeza dubitativo, como si fuera a encontrar alguna respuesta a su alrededor.
A unos treinta metros, se hallaba un longevo cartero. Les llamó la atención que siguiera trabajando a pesar de su avanzada edad. Le preguntaron si había otros atractivos turísticos y él les sugirió que vayan al museo de arena porque era el más importante que existía en el mundo. Estaba a unos veinte minutos.
Tomaron un taxi sin dudarlo. No se preguntaron por qué nadie se los recomendó, ni siquiera la agencia que les organizaba el viaje. Nunca habían pisado un local de esas características: bloques de arena que los remitían a la idea de playa, sol, verano, y de regresar a su infancia para jugar y construir castillos. Por ello, les pareció una buena forma de tener un poco más de acción.
—Mira. Allí está —señaló Diego con el brazo extendido.
—¿Parece que está cerrado? —dudó José.
Al llegar, confirmaron las sospechas del mayor. Pero escuchaban movimientos adentro. Como no tenían quien les explicara sobre la forma de ingresar, Diego la empujó y tras un chirrido lastimoso la puerta se abrió. Al entrar los dos exclamaron. El local era enorme monumentos y esculturas trabajados solo en arena: Machu Picchu, las Pirámides de Egipto, el Coliseo de Romano. Estaba repleto de visitantes de todas las razas. La luz del sol entraba por las ventanas en forma de rayos rectangulares.
Los jóvenes, conforme avanzaban, veían que las piezas de arte decaían hasta que llegaron a unos palacios maltrechos de formas extrañas. Se burlaron porque no creyeron que eso era arte, comenzaron a hacer bromas y a reírse sonoramente. Diego, preocupado, recorrió el lugar con la vista, temiendo que en cualquier momento pudiera salir alguna autoridad a llamarles la atención por ese mal comportamiento.
Mientras tanto, José se quedó petrificado. Un loro envuelto en una venda amarillenta y deshilachada buscaba escapar de aquel palacio. Él le tenía un terror descomunal a esas aves. De pronto, la bestia comenzó a volar y loros en similar situación lo siguieron. Galoparon en el aire, sacudiéndose por todo el lugar destruyendo todo a su paso. Él gritó, se apartó, y como respuesta, se escuchó una voz que venía desde el otro extremo: “¡Lárguense de aquí, muchachos incultos! ¡Los que vienen a esta isla no tiene idea de lo que se han metido! ¡Que se marchen! No ven que la tormenta está por llegar”.
Los hermanos voltearon alarmados hacia la voz, vieron a un anciano de canas revueltas muy parecido al cartero. Diego alcanzó a la puerta primero, pero dejó que el otro pasara antes que él. Cuando estuvo a punto de salir, el anciano, que en un instante había avanzado una gran distancia —no se distinguía si caminaba o volaba—, estiró uno de sus brazos hacia él. El menor sintió que fuego vivo incendiaba su hombro derecho.
De inmediato, los gemelos fueron a la estación de policía. El oficial que los atendió no les creyó su versión. Ellos insistieron que habían visto a un viejo gritando, y Diego le mostró la marca —una herida abierta— que le había dejado cuando lo tocó con la mano. Resultó que por eso tampoco reaccionó.
—El museo está cerrado desde que una tormenta arrasó con toda la isla hace medio siglo. Solo quedan las estructuras del lugar.
—¡No es posible que ese lugar no exista! Acabamos de estar ahí con muchos turistas —replicó Diego.
El policía no le prestó atención. Mas bien, le sugirió que vaya a verse la herida a un hospital que quedaba a veinte minutos. Los hermanos no volvieron a salir de la isla.

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4 comentarios

  1. 1. Majencio dice:

    En ciertas cosas, este relato recuerda a una historia de “casa encantada” a la que llegan los protagonistas cuando no debería ser posible. Bravo por la original ambientación en una isla a la luz del día.

    Buen desarrollo y buena creación de la escena de la visita al museo.

    Sin embargo, la visita final a la comisaría, que hace de giro del relato y desvela la “sorpresa” de que el museo está en ruinas, me rompe un poco el ritmo que has creado antes. Creo que tendrías que haber concluido el relato durante el clímax y cerrar con el “Los hermanos no volvieron a salir de la isla.” que sí es una gran forma de terminar. Igual durante la huida podrían haber encontrado un cartel que dijera “cerrado desde 1960” o algo así.

    Aparte, creo que hay algunas frases que podrían expresarse mejor:

    – “él les sugirió que vayan al museo de arena” -> “el les sugirió que fueran al museo de arena”

    – “No se preguntaron por qué nadie se los recomendó” -> “No se preguntaron por qué nadie se lo recomendó”

    – “El local era enorme monumentos y esculturas”. “El local era enorme, con monumentos y esculturas”

    Gracias por tu relato

    Escrito el 18 mayo 2016 a las 09:33
  2. 2. John Doe dice:

    Buenas tardes
    El relato me ha gustado bastante sobretodo la manera en que va conduciendo al lector a través de los espacios hasta adentrarnos en este lugar repleto de misterios y preguntas por contestar, opino al igual que Majencio que la parte de la comisaria tal vez no aporte mucho al relato, de pronto sería bueno mirar el final, me parece que le quita un poco de ritmo al cuento. Hay algunas cosas de escritura como “le sugirió que vaya a verse la herida a un hospital que quedaba a veinte minutos” donde tal vez sería mejor “le sugirió que FUERA a verse la herida a un hospital que quedaba a veinte minutos”. Muy buen relato, felicitaciones

    Escrito el 18 mayo 2016 a las 19:22
  3. 3. Irreconocible dice:

    Buenas

    Antes que nada, debo mencionar que desde pequeño me han interesado las historias con eventos paranormales. Un placer leer tu relato.

    Mi aporte sería el siguiente:
    La frase: “—Esta isla nos ofrece muy poco para explorar (…)” Suena demasiado formal, en mi opinión. Quizá pudo haberse dicho de otra forma, un poco más informal, coloquial. No podría señalar el porqué, pero quizá sea por la/s palabra/s ‘ofrece’ y ‘explorar’.

    Y en: “comentó José, que era el mayor, señalando hacia los lados.” Quizá sea sólo mi caso, pero se me hace extraño lo de señalar hacia los lados.

    En cuanto al final y la comisaría, los comentarios anteriores han dicho suficiente.

    Todo lo demás me pareció que estuvo muy bien. Me agradó, además, ver a Diego preocupado de que pudiesen llamarles la atención por cómo se comportaban. Me recordó a cierta situación incómoda en el transporte público cuando viajaba junto a mi hermano.

    Saludos.

    Escrito el 19 mayo 2016 a las 08:19
  4. 4. ortzaize dice:

    hola fantastica historia que parece real, me ha gustado como este viaje has trasmitido para todos muy bien.
    un saludo

    Escrito el 19 mayo 2016 a las 10:30

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