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Tu vida la eliges tú - por Cándida Fuentes Arroyo

─¡Papá! ¡Vamos a la playa! ─chilló María entusiasmada al despertar con el sol que entraba por la ventana del apartotel.
Hacía años que Julia se quejaba de que Javier solo miraba por su trabajo. Lo miró con alegría. Estaba feliz de encontrarse en aquel lugar, sin despertador, sin prisas… y lo abrazó sin hacer caso a su hija.
─Ves, cariño, ¿cómo necesitábamos unos días de descanso? ─dijo Julia.
─Hacía tiempo que deseaba esto tanto como tú, pero siempre hay problemas en el trabajo… ─Miró a su mujer con mirada cómplice.
─¡Mamá, ya tengo puesto el bañador!
Cuando salieron rumbo a la playa vieron unos nubarrones aparecer en el horizonte, cosa que no tenían previsto, pues querían estar alejados de aparatos tecnológicos a los que estaban enganchados.
Pasaron por una mansión con un loro en la puerta. María lo saludó y el loro respondió: «Nubes negras, agua a la vista. Nubes negras, agua a la vista». Sonrieron y continuaron.
Al poco rato de darse su primer baño, Julia y Javier llamaron a su hija para que se saliera del agua; los nublados eran cada vez más grandes y se había levantado un aire espantoso. La arena empezó a levantarse y las olas crecían por segundos. Se avecinaba una gran tormenta.
María se quejó, pero sus padres la aplacaron con facilidad.
Se dispusieron a volver al apartotel. Al pasar por la mansión el loro se les quedó mirando:
─Nubes negras, agua a la vista…
No pudieron evitar contener las risas al comprobar que un simple pájaro entendía más del tiempo que ellos.
─Es curioso ─dijo Julia─ . Mi padre conocía los vientos, las nubes y no le hacía falta reloj. Crecer en una ciudad nos ha hecho inútiles para tratar con la naturaleza y parece que no nos manejemos sin determinadas cosas…
─Tienes razón, sería complicado vivir ahora sin todo eso, pero si en otras épocas sobrevivieron, ¿por qué no podríamos nosotros acostumbrarnos? ─interrumpió Javier.
─Hombre, nosotros somos como otra especie… Es como si a un pez lo sacas del agua: se muere.
─Pero nosotros no somos como los peces, sino que hemos hecho imprescindibles cosas que no lo son.
─Eso es cierto, cariño. ¿Y de qué viviríamos? ─respondió Julia.
─Yo sé algunas cosas de cuando iba en los veranos al pueblo, aprendería a cultivar una huerta, a cuidar los árboles y viviríamos de vender los frutos que, además, nos darían de comer…
─¿Y el cole de la niña, teléfono, luz…? ¿O es que quieres que pasemos a prescindir de todo eso?
─Tendríamos una casita con luz solar, un teléfono y un coche, mientras nos vamos acostumbrando a desligarnos de esta vida. Viviríamos cerca del pueblo.
─¿Tú qué opinas, María? ─preguntó Julia mientras María miraba unas conchas y piedras que rodeaban las raíces de un árbol casi tapadas por la arena.
─¡Mira qué bonitas, mamá!
─¿Has escuchado lo que ha dicho tu padre?
─¿Y tendríamos árboles, una casa y un burro? A mí me gustan mucho los burros…
Javier y Julia sonrieron al ver con qué poca cosa puede llegar a ser feliz un niño.
Al cruzar una calle vieron un cartel de un museo y pasó un cartero.
─Por favor, ¿podría indicarnos dónde está ese museo? ─le preguntó Javier.
─Claro que sí. Al final de esta calle a la derecha.
─Gracias ─respondió Julia.
La puerta del museo estaba flanqueada por dos grandes rocas de granito y en lo alto tenía una gran concha de roca donde indicaba: «Museo de la naturaleza».
María quedó admirada desde que llegaron y todos recorrieron sus estancias siguiendo las instrucciones de un guía. No solo pudieron conocer el origen e historias enterradas entre aquellas rocas y conchas sino la vida y naturaleza de la que habían formado parte fuera del museo.
─La naturaleza es sabia, ¿te das cuenta? ─dijo Julia─. Ha habido hombres que sobrevivieron en esas condiciones, algunos hace menos de un siglo.
─Creo que es el momento de modificar nuestro hábitat ─respondió Javier y Julia asintió con convicción.
María había permanecido ajena a lo que sus padres estaban tramando.
Al salir del museo, pasó una carroza tirada por caballos.
─Mamá, si nos fuéramos al campo, ¿tendríamos un caballo?
Julia estrechó a su hija con su brazo y le dijo:
─¿Te conformarías con un burro?

Al mes siguiente, Javier, Julia y María descargaron las maletas en su nuevo hogar donde, entre olivos, encinas y frutales vivirían en una casa pequeña a tres kilómetros de un pueblo de la sierra onubense.

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8 comentarios

  1. 1. Beatriz dice:

    Que bonito relato.
    Te felicito… lo del burro fue muy gracioso
    Namasté

    Escrito el 18 mayo 2016 a las 22:16
  2. 2. Ianada dice:

    Buen relato. Muy cotidiano, el giro vital de los personajes se siente orgánico a pesar de que acabamos de conocerlos, y resulta convincente.

    Podría ser el germen de un relato mayor. Enhorabuena.

    Escrito el 19 mayo 2016 a las 09:23
  3. 3. Cándida Fuentes Arroyo dice:

    Gracias, Beatriz, por comentar. Este mes voy retrasada, pero cuando comente los tres que me tocan, intentaré leer el tuyo.
    Un saludo

    Escrito el 19 mayo 2016 a las 11:01
  4. 4. Manoli VF dice:

    Hola, Candida:

    Tu historia está escrita con sencillez y soltura al mismo tiempo.

    Me han llamado la atención algunas repeticiones de palabras. En concreto en la frase: ” Javier sólo miraba por su trabajo. Lo miró con alegría.” Repites el verbo mirar y, un poco después vuelves a ponerlo: -Miró a su mujer con mirada cómplice”

    Lo del museo y el cartero parecen metidos un poco forzados. Y lo del burro ya la niña lo preguntara antes por lo que me pareció también un poco repetitivo.

    Por lo demás, es una historia amena que fluye adecuadamente. Un saludo.

    Escrito el 19 mayo 2016 a las 16:03
  5. 5. Cándida Fuentes Arroyo dice:

    Gracias por vuestros comentarios.

    Manoli, gracias por tus aportaciones. Tendré en cuenta lo del verbo mirar, aunque también lo otro. Desde principio me imaginé ese trayecto en el que con la urgencia de una tormenta pudiera encuadrar al cartero y el museo en un relato de turistas, y no había pensado en que resultara forzado, porque me salió natural, igual que lo de la niña. Un niño entusiasta repite lo mismo y pide lo mismo muchas veces. La inquietud del personaje por la piedras y los burros es lo que intentaba transmitir, como continuaría en el relato que es más largo.
    Gracias por leerme.

    Un saludo

    Escrito el 20 mayo 2016 a las 15:04
  6. 6. Yoli dice:

    Hola Cándida.
    Gracias por pasarte por mi relato. Se me ha hecho muy ameno el relato. Me han gustado los personajes, sobretodo la niña con su burro 🙂 a sido gracioso.

    Escrito el 21 mayo 2016 a las 12:12
  7. 7. María Esther dice:

    Hola Cándida;muy fresco y hermoso tu relato.
    Muchas personas ya están tratando de cambiar de vida, de huir de tanto ruido , de tanto correr sin saber adónde.Buscan eso,contactarse con la naturaleza, con sus voces sus colores.
    Recuerdo que cuando niña iba a la casa de mi abuela, en el campo y lo que me hacia más feliz ,era oír el canto de los gallos, levantarme temprano, ver salir el sol y darle de comer a las aves.
    ¡Felicitaciones! Muy buena idea.
    Nosleemos.
    Maritel 65

    Escrito el 26 mayo 2016 a las 01:59
  8. 8. Candi Fuentes dice:

    Hola, Maritel: Gracias por pasarte por mi relato y me alegro que te haya gustado. No me gusta la ciencia y ficción y aunque ficción es lo que escribo, casi siempre intento plasmar situaciones cercanas.
    Intentaré pasar por tu relato, aunque tarde unos días.
    Un saludo.

    Escrito el 26 mayo 2016 a las 21:39

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