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Un motivo para vivir - por Yolanda Tovar

Tendido en la cama, Iván observaba la penumbra sin poder dormir.
Otra vez.
Las horas pasaban lentas cada noche, sin concederle descanso. A su lado, algo inquieto, dormía su único hijo, David, de ocho años. Todavía tenía pesadillas, aunque ya habían pasado tres años desde que su madre les dejara. «La vida es muy injusta», pensó Iván mientras le acariciaba la frente.
La luz de un relámpago se coló por los agujeros de la persiana, iluminando la madrugada y los muñecos de StarWars que su hijo tenía repartidos por toda la casa. En seguida, el sonido de un trueno rompió el silencio y la lluvia empezó a caer con fuerza. Iván sonrió con tristeza. Le gustaban las tormentas. Le recordaban a ella y le hacían revivir el día en que se conocieron.
Elia…

Había sido un mal día. El coche no había querido arrancar, en la oficina nada salía a derechas, le dolía la cabeza y la nariz parecía un grifo abierto. Sólo quería llegar a casa y meterse en la cama. Pero, un fuerte chaparrón le sorprendió nada más salir del trabajo.
Sabía que no le convenía acabar empapado así que, muy a su pesar, se metió en el primer edificio que vio, el Museo del Libro. Estaba lleno de gente, aunque la mayoría, que permanecía en la entrada mirando al cielo, simplemente se resguardaba de la lluvia. Incluso el cartero del barrio, que tenía fama de hacer su trabajo contra viento y marea, estaba allí.
Tanta gente le agobiaba. Pensó que sería una buena idea dar un paseo por el interior. Hizo un recorrido por la historia del papel hasta llegar a la sala donde se exponía una réplica exacta de la imprenta que inventó Gutenberg. Se sentó en un banco, cansado y tiritando, mientras contemplaba aquella maravilla. Sin darse cuenta, se quedó dormido.
Un leve zarandeo, acompañado de una voz femenina, le devolvió a la realidad.
—Oye, tienes que irte. El museo va a cerrar.
Iván levantó lentamente la cabeza y se topó con unos ojos verdes que le miraban con cierta preocupación.
—¿Te encuentras bien? Yo diría que tienes fiebre.
Él intentó incorporarse pero le dolía todo el cuerpo.
—No te muevas, ahora vuelvo.
La chica regresó con una pastilla y un vaso de agua y se los ofreció.
—Es paracetamol. Te ayudará a llegar a casa, ahora que no llueve.
Iván se la tomó sin protestar y se incorporó.
—Gracias —dijo con un hilo de voz. Salió del edificio casi arrastrándose.
Unos días más tarde, ya recuperado, volvió al museo. Esperaba encontrar a la joven que le había ayudado. No recordaba bien su rostro, pero sí sus ojos. Recorrió diferentes zonas hasta que dio con ella, en la sala de miniaturas.
—Hola —dijo algo nervioso.
—Hola, ¿puedo ayudarte en algo?
—Bueno, en realidad, ya lo hiciste.
Ella le miró fijamente y, de repente, pareció recordar.
—¿Eres el chico enfermo del otro día?
Iván notó que se sonrojaba y asintió. Cuando se atrevió a mirarla dijo:
—Quería agradecerte lo que hiciste.
—No hace falta. —Hizo un gesto con la mano para quitarle importancia al asunto.— Creo que hice lo que debía. Me alegro de que ya estés mejor.
—Gracias. Esto… me preguntaba si… si aceptarías que te invitara a tomar un café, como muestra de agradecimiento.
—Pues la verdad es que no… —Sonrió al ver su cara de decepción— Prefiero un té.

Fue la mejor tarde de su vida. Ellos aún no lo sabían pero, desde aquel día, sus vidas se unieron para siempre.
O eso creía él. Un dolor profundo le oprimía el pecho al pensar en cómo la enfermedad se la había arrebatado. Fue un duro golpe pero, incluso durante aquellos largos meses, ella se encargó de prepararle para lo peor. Le proporcionó el chaleco salvavidas que le había permitido seguir adelante sin rendirse.
De repente, el molestoso loro empezó a hablar y despertó a David. Iván no lo soportaba pero fue un regalo de los abuelos y el niño lo adoraba.
El pequeño saludó a su padre como de costumbre:
—Buenos días, C3PO.
—Hola, R2.
Después, ambos se dirigieron al baño y David giró el reloj de arena que le marcaba el tiempo que necesitaba para lavarse los dientes. Iván se quedó mirando sus pequeños ojos verdes reflejados en el espejo. Eran los ojos de su madre. En ese instante, la sintió cerca y recordó, como cada mañana, el motivo por el que merecía la pena seguir viviendo.

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8 comentarios

  1. 1. Yoli dice:

    Hola tocaya 🙂
    Tu relato me ha gustado, ha sido triste y melancolica, pero al final a tenido como una pequeña esperanza y eso a sido muy bonito y me ha gustado. Me ha echo gracia como de llamaban entre ellos el padre y el hijo.

    Escrito el 17 mayo 2016 a las 16:18
  2. 2. Yoli dice:

    Por cierto, soy el numero 156, por si quieres leerme 🙂

    Escrito el 17 mayo 2016 a las 16:22
  3. 3. LUZ ORTEGA dice:

    Hola Yoli:
    Me ha encantado tu historia es triste pero muy dulce.
    Me gusta como se plasman los sentimientos y como son percibidos cuando lees el texto. Felicidades.

    Escrito el 18 mayo 2016 a las 21:01
  4. 4. Yolanda Tovar dice:

    Hola Yoli y Luz:

    Muchas gracias por vuestros comentarios. Me alegro de que os haya gustado el relato.

    Un saludo.

    Escrito el 19 mayo 2016 a las 15:00
  5. 5. Inma Calvo dice:

    He venido a ver qué me encontraba por aquí…Y sí, como dice anteriormente Yoli, la narración destila dulzura y melancolía. Los ojos verdes le dan un puntito final de alegría y de intensidad al recordar en el presente, un rasgo de una madre que ya se ha ido. Personalmente, creo que habría ahondado en el por qué de la enfermedad de la madre o la relacionaría de alguna manera con el presente del niño y del padre…pero claro, eso sería ya otra historia. Buena-buena narración.

    Escrito el 20 mayo 2016 a las 13:40
  6. 6. Elisabet Jiménez - Sevilla dice:

    Hola!! te devuelvo la visita.
    Que bonito, me alegra que me hayas comentado, somos muchos y no me ha dado tiempo de leerlos todos.
    Precioso, melancolico y cercano.

    Enhorabuena!!
    Nos leemos!!

    Escrito el 25 mayo 2016 a las 06:47
  7. 7. Jorge Luis Acosta Torres dice:

    Hola, me gusto tu relato. Integraste las palabras del reto de forma natural. Al igual que Inma me hubiese gustado que hablases más de la enfermedad de la madre, le hubiera dado un poco más de dramatismo.

    Pero si esa no era tu intención, podrías por lo menos decir el nombre de ella. Porque una historia de ese tipo no puede quedarse con idea de la madre de su hijo.

    Sin más nada que agregar, me despido hasta una próxima lectura.

    Post-data: mi relato es el 107, por si te interesa leerlo.

    Escrito el 27 mayo 2016 a las 18:34
  8. 8. beba dice:

    Hola, Yolanda:
    Tu historia, muy sencilla y emotiva, presenta un lenguaje claro, correcto y bien organizado. Tal vez por los límites de las 750 palabras parece faltarle fuerza expresiva al conflicto; el texto queda en una añoranza esperanzada ante una situación irreversible.
    Mi texto es el 187.

    Escrito el 31 mayo 2016 a las 00:03

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