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Tsunami - por rodrigo

El anciano encontró la llave en el fondo del primer cajón de un armario, en una pequeña habitación que sólo servía para guardar esas cosas que no se usan, pero que tampoco se tiran. Los recuerdos y más aún las sensaciones, los sentimientos, se abalanzaron sobre él como una avalancha, como una fuerza imparable, indescriptible, como una inmensa ola en el mar que lo golpeó y desorientó.
Lo primero que pudo reconocer fue el olor a cloro que emanaba del cuerpo de esa hermosa muchacha de unos doce años de edad. Él también tenía doce, estaban en un club, junto a la pileta, él la miraba y ella casi que no lo notaba. Pero el sol le calentaba la piel mojada y él podía percibir el olor a cloro. Lo supo en el instante, lo confirmó durante el resto de su vida: estaba enamorado. Más que eso, mucho más que eso, sabía que allí existía algo más, un destino si se quiere utilizar mal esa palabra, algo mágico para ser más exactos. Ese fue el único resultado de todo ese verano, verla y saber que algo especial iba a pasar.
El mar retrocedió un poco, un brevísimo instante que no le dio tiempo a reaccionar, y allí había otra ola que lo volvía a golpear en la cabeza. Ahora sentía cosquillas en el estómago. Luego de una novia que le partió el corazón de tal modo que se sintió morir desangrado, ella había vuelto de ese pasado casi olvidado. Reapareció, como si hubiese esperado el momento justo. Ya no tenía doce años, era una hermosa chica de diecisiete. Fue casi instantáneo, aunque en rigor de verdad él hizo lo imposible para que pasara. Y pasó. Como dos autos colisionando de frente, con una velocidad e inercia increíbles, chocaron el uno con el otro. Chocaron sus juventudes, sus rabias, sus curiosidades, la novedad del mundo, la exploración… andaban perdidos, extraviados como todo adolescente, y sin embargo ahora estaban juntos. Se daban fuerzas uno al otro. Las conversaciones eran interminables. Las noches de borrachera, inseparables, autodestruyéndose juntos, la bronca contra un mundo que no entendían y que pronto les exigiría madurez. Pero entre ellos había algo más, mucho más que la suma de sus partes. Él recordó aquella sensación de lo que parecían haber sido siglos atrás, recordó la idea de magia. Ahora eran inseparables.
Sin que posibilidad de reaccionar, una tercera ola, mucho más fuerte que la anterior, lo volvió a embestir sin darle tiempo de respirar, de asimilar el torrente de sensaciones que no podía poner en palabras. Ella ahora se marchaba. Habían vuelto a avanzar un par de años y ella había elegido irse a estudiar a otra ciudad. Su unión fue más fuerte que nunca. Desde siempre la consigna había sido sencilla: ellos eran amigos, no existiría jamás otro ligamen más que el amor mutuo, sin ataduras, sin convencionalismos, sin títulos, solo estar juntos por lo irresistible de esa fuerza que los había unido. Y empezaba la etapa más excitante de la vida de ambos. Ella volvía a su casa paterna bastante seguido, pero lo realmente interesante, el descubrimiento pleno, lo novedoso, el éxtasis era ir a verla. Una ciudad entera, grande, universitaria, sólo para los dos. Noches de puro descubrimiento, de experiencias nuevas. Días enteros de explorar las calles y explorarse el uno al otro, con toda la paciencia del mundo, encerrados en la habitación del departamento, sin la menor posibilidad de una interrupción. Sólo música, alcohol, y ellos. Sobre todo ellos, uno sobre el otro, uno al lado del otro, siempre juntos. El mundo era nuevo a cada paso y las sensaciones se multiplicaban incesantemente.
Además había mucho oxígeno. Cuando no estaban juntos (él en su pueblo, ella en la ciudad) su contrato les permitía respirar, disfrutar de las demás experiencias propias de una adolescencia tardía, la vida universitaria.
Sobrepuesto un poco de las primeras oleadas de recuerdos, supo que venía la última, la definitiva, asique la esperó con resignación, aunque no demasiado. El aire que se permitían el uno al otro terminó en lo inevitable, lo evidente (aunque no lo había sido para él). Ella había conocido a alguien más. La sinceridad lo fue siempre todo entre los dos, pero no fue nada sencillo en la práctica. No se puede poner por escrito ese sufrimiento, no se puede expresar con palabras. En silencio dejó que la ola pasara.
El mar volvió a la calma. Su esposa lo llamó a comer.

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4 comentarios

  1. 1. Naima dice:

    Hola Rodrigo, tu texto me ha parecido muy curioso por lo que cuentas y la manera de hacerlo, es original.

    Sí se me ha hecho algo difícil de leer debido a los largos párrafos. Creo que sería más fácil si hicieras párrafos más cortos.

    En el que comienza con “Sin que posibilidad de reaccionar…”, supongo que te habrás saltado la palabra “hubiera” (“sin que hubiera…”).

    Saludos!

    Escrito el 19 junio 2016 a las 22:28
  2. 2. Don Kendall dice:

    Hola Rodrigo,
    Leo tu trabajo, según la norma de comentar los tres escritos que siguen al propio. De momento, quiero agradecer y felicitarte por el trabajo y el ofrecimiento de lectura del mismo. Es una anécdota original la de buscar un tsunami que acaba en “dique seco” si me permites la mala metáfora.
    En cuanto a lo formal, a expensas de lo que digan compañeras y compañeros con voces más autorizadas que la mía, creo que hay alguna utilización incorrecta del vocablo “lo” (loísmo) y puede que sea excesiv su presencia en otras ocasiones, aún yendo como determinante .
    Me pareció leer alguna disonancia de género (p. e. :párrafo de la “chica de diecisite”).
    En cuanto a la parte narrativa o expositiva, parece que el punto de vista que escoges te obliga a tratar con un narrador omnisciente que naturalmente lo sabe todo. No le queda mucho que especular al lector, y los lectores se suelen aburrir cuando no les das materia de trabajo.
    En resumen, un buen trabajo y un buen material para aprender y para seguir trabajando que es lo que fundamentalmente nos trae aquí ;-))
    Un abrazo

    Escrito el 20 junio 2016 a las 15:56
  3. 3. Leosinprisa dice:

    Hola Rodrigo,

    Me ha gustado la forma en que has ido describiendo los altibajos de una experiencia amorosa, con esas olas que van y vienen, golpeando sus sentidos y recuerdos.

    La verdad es que al leer tu título creia que iba de catastrofes y el pobre anciano las iba a pasar canutas (yo soy así, de desastres y apocalipsis), pero tu relato me ha resultado fresco y entretenido, aunque yo separaría los textos por un espacio, para evitar que así se forme un ladrillo de texto que en más de una ocasión, desanima la lectura.

    No tengo nada más que añadirte, pues los dos compañeros anteriores ya te han comentado alguna cosa que podría decirte.

    Ante todo, he de reconocer es un buen ejercicio de escritura, fomentando la imaginación de mostrar los sentimientos en el anciano.

    Ha sido un placer leerte. Un saludo.

    Escrito el 21 junio 2016 a las 07:58
  4. 4. Mabel Tineo dice:

    Hola Rodrigo,
    Me ha gustado mucho la trama de tu historia, está desarrollada en forma coherente.
    Como acotación en el último parrafo falto la separación en “asique”.
    Ha sido un placer leerte

    Escrito el 24 junio 2016 a las 02:05

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