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Si hoy es viernes, esto es una llave - por Paco Gijón

El autor/a de este texto es menor de edad

El anciano encontró la llave en el último cajón del armario. Estaba buscando una bufanda, o quizá un sombrero para el sol. Siempre estaba atento al cambio de las estaciones, la llegada de la primavera y del otoño, y sobre todo a los solsticios de verano y de invierno. Solsticio, pensó, qué palabra mas peculiar. No es una palabra que se pueda gritar. Hay que susurrarla o decirla en voz queda. Es como una contraseña para conjurados o miembros de una sociedad secreta. Nunca había oído hablar de un grupo clandestino que se llamara “Los adoradores del solsticio” o “Los solsticianos solícitos”. Es normal, se dijo, si era una sociedad secreta sólo sus miembros la conocerían. De todas formas decidió ir al salón para consultar en su enciclopedia ilustrada el significado exacto de solsticio y de paso saber algo más sobre las logias masónicas.
De lo que estaba seguro era que la bufanda no estaba en el último cajón del armario. El sombreo para el sol tampoco. Solo había una llave. Iba caminando hacia el salón para consultar la enciclopedia cuando al pasar por el recibidor…
-¡Eh, Jorge! Esto no está bien. -Le dijo a su imagen reflejada en el espejo del aparador.
Acababa de descubrir que la bufanda estaba colgada en el perchero, junto a la gabardina. Y también un sombreo tipo panamá para protegerse del sol.
El anciano fue hasta el salón pero no consultó la enciclopedia. Se sentó en el borde de una butaca y caviló. Si la bufanda y la gabardina estaban colgados en el perchero, quizá ya era invierno. Pero si el sombreo panamá estaba allí, quizá fuera verano.
Tantas cavilaciones le habían dado sed, así que fue a la cocina para beber un vaso de agua. Estaba a punto de abrir el grifo cuando se dijo:
-¿Qué voy a comer hoy?
No era una pregunta retórica. Simplemente no sabía que menú le había preparado la asistenta. Desde que su mujer, la anciana, había muerto hacía ahora más de cuatro años, la asistenta venía tres veces por semana, limpiaba la casa, hacía la compra y le cocinaba algunos platos que dejaba en la nevera. Por la noche se arreglaba con una tortilla francesa o un poco de fiambre.
Celsa, que así se llamaba la asistenta, era una gallega de Cangas de Morrazo. Una mujer de mediana edad con una vitalidad envidiable. Su marido había trabajado como marino mercante. Pasaba meses y hasta años lejos de casa, así que Celsa, por no estar mano sobre mano, se había empleado de asistenta. Ahora su Pepe, como ella contaba, se había jubilado, pero igualmente no paraba en casa. Por las mañanas bajaba hasta la dársena del puerto, se subía a una pequeña barquita con motor y ¡Hala! a navegar por la bahía. Tiraba el anzuelo bien cebado y un día caía una lubina, otro día un besugo, otro día sacaba un pulpo o unos calamares.
¡Dios! Qué bien conocía el anciano esos platillos, y qué ricos estaban. Celsa era una cocinera excelente. Dominaba la técnica del horneado, del estofado y del guiso en cazuela. Todo le salía bien y además con productos naturales, del mar a la mesa. Nunca mejor dicho porque Celsa, una semana tras otra traía parte de las capturas que su Pepe conseguía con habilidad y paciencia.
-¿Qué voy a comer hoy? –se dijo de nuevo mientras abría la nevera.
Perfectamente ordenados en los diferente compartimientos había: huevos, yogures, fiambre, unos tomates, una lechuga, un tarro de aceitunas… pero ni rastro del guiso del día.
Si hoy es viernes, reflexionó, tendría que haber una cazuela con estofado o con merluza a la vizcaína, pero nada. Ante la evidencia decidió bajar al restaurante de la esquina. Se puso la gabardina, cogió la bufanda y salió de casa. Al pisar la calle una bocanada de aire caliente casi le asfixia. La poca gente que pasaba por la calle iba buscando la sombra. Las hombres en manga corta, las mujeres con vestidos vaporosos, agitando el abanico.
-¡Qué raro! –pensó –si estamos en invierno ¿por qué hace tanto calor?
Entonces se acordó que era jueves, que era verano, que Celsa, se había ido de vacaciones con su Pepe a Cangas de Morrazo, y que lo que estaba buscando… Estaba buscando un sombrero para el sol, cuando posó la llave de la casa en el último cajón del armario.

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4 comentarios

  1. 1. saulo dice:

    Hola Paco,
    Me ha gustado mucho el relato. Tan solo una cosa. Estaba metido en la historia del viejo y, de repente, aparece otra que la corta. Creo que la historia de Celsa podría sobrar. Con saber que cocina bien, nos basta como lectores. No nos interesa más, ya que el protagonista y la historia es la del viejo.
    Por lo demás, me parece muy buena.
    Gracias

    Escrito el 19 junio 2016 a las 15:38
  2. 2. Sergiodammerung dice:

    Hola, me encanta, es como leer palabras en un río. Y como se dice en comentario de Saulo, creo que la parte de Celsa, aunque sí habría que nombrarla, debería ser más corta. Además, así el protagonista habría podido divagar algo más. Lo vuelvo a repetir, me encanta. ¡Sigue así!

    Escrito el 21 junio 2016 a las 10:14
  3. 3. Alonso García-Risso dice:

    Saludos Paco Gijón: Excelente relato en el que se retrata con justeza el perfil del protagonista. Un anciano descolgado de las preocupaciones del normal de los citadinos, se extravía de días y horas. Bien logrado, tienes mis felicitaciones.
    Formalmente con acierto narras las vicisitudes del anciano. Va de una escena a otras, razonando consigo mismo su devenir. Así se nos ofrece una lectura ligera que no le sobra nada, ni nada le falta. Gracias por hacernos llegar tu historia. Muy bien, felicitaciones

    Escrito el 21 junio 2016 a las 23:02
  4. 4. Vespasiano dice:

    Hola Paco:
    Primero agradecer tu paso por mi relato y los comentarios realizados.
    Tu historia, a mi entender, refleja perfectamente los inicios del Alzheimer. Confusiones, olvidos, descuidos.
    Infelizmente la vejez acaba siendo afectada por tan indeseable dolencia.
    Me ha gustado la forma de narrarla y de describir el entorno del protagonista.
    Por ello te felicito.

    Escrito el 27 junio 2016 a las 21:52

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