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RECETARIO PARA VOLVER A LA ANIMALIDAD QUE HEMOS RECHAZADO - por Hans Reiter

Nunca fui un buen cocinero ni me interesó serlo ni hice lo posible para que la cocina, tarde o temprano, llamara a mi puerta para quedarse. Otras artes sí que me interesaron, a saber: la literatura, el buen beber, las mujeres. Por eso ninguna invitada encontró un cuaderno de recetas en la casa y sí, en cambio, pilas de libros hasta detrás de la puerta del baño o armarios repletos de botellas de excelente vino francés. Mi madre me dijo que las latas de conserva tenían muchísimo alimento y yo lo tomé como una recomendación al pragmatismo. Fue el primer y único consejo que me dio y lo sigo, a día de hoy, al pie de la letra. Al fin y al cabo, para qué invertir dos horas en la elaboración de un alimento si puedes obtener sus beneficios de una forma más rápida. Lo natural es comer, no cocinar, o no más de lo necesario para que sea digerible. Lo biológico es comer. Esto, sin embargo, parece haberlo olvidado la gente, y ve con buenos ojos meterse en la cocina durante horas y rechaza a quienes, como yo, buscan lo esencial y desdeñan cualquier floritura. Esto, ciertamente, se puede extrapolar a otros ámbitos de la vida cotidiana. Nos hemos vuelto locos.

Ya he dicho que no hay un solo cuaderno de recetas en mi casa. Esto no es del todo cierto. No tengo un cuaderno de recetas culinarias, pero sí otro tipo de cuaderno de recetas. Un cuaderno de tapa dura, rojo y con franjas marrones, en el que apunto los pasos a seguir para llevar a cabo mi venganza. ¿Y cuál venganza? Una cruzada contra lo innecesario, contra la opulencia, contra la copiosidad; una cruzada en favor de la utilidad y de la moderación. Una batalla librada para devolver al conformismo al lugar que le corresponde. La venganza de este siglo que ha empezado y que va camino de llevarnos al interior de una pecera repleta de arrecifes de colores, piedras preciosas y brillantes, tesoros ocultos bajo arena blanca y fina. Porque vamos a ver: ¿quién se cree aquello de que debemos ser inconformistas para alcanzar la felicidad? ¿Pero cuál felicidad, de qué felicidad estamos hablando, dónde la encontramos? ¿Está fuera o está dentro? ¿La felicidad dura? ¿Y el amor? En fin, los libros y el vino no ayudan ahora a que me centre y divago claramente.

Uno de los pasos para alcanzar la venganza se centra en el ascetismo. Si quiero cambiar el mundo, me digo -aunque alguien lo dijo anteriormente-, qué mejor forma que empezar cambiándome a mí mismo. Llevo semanas despojándome de todo aquello que no necesito. He hablado de mis pasiones: la literatura, el vino y las mujeres. De momento nada de esto he tocado; es más, mi dedicación a ello ha aumentado considerablemente: bebo más, leo más, más mujeres entran en casa. Todo lo demás, sin embargo, ha cambiado. La casa está prácticamente vacía: no hay muebles, no hay cuadros, no hay televisión, no hay nada. Si desde afuera, a través de una ventana, se observara el interior, uno llegaría a la conclusión de que está deshabitada. Las paredes blancas y el suelo negro hacen que las estancias parezcan más grandes de lo que en realidad son. He reducido mi armario y apenas se encuentra en él la ropa necesaria para no ir todo lo desnudo que la sociedad prohíbe estar en plena calle. Las mujeres que entran en casa, jóvenes que conozco en la calle o en clubes de noche, fingen sorprenderse cuando ven las condiciones en que vivo, pero yo sé que lo hacen porque así están enseñadas, porque nadie les ha dicho que la vida, tal y como la conocemos, puede ser diferente. Pero de eso me encargaré yo. De cambiarlo todo, de ponerlo todo patas arriba. Es el último paso de mi cuaderno de recetas, al cual llegaré más pronto que tarde. A veces estas mujeres ojean los libros que tengo tirados por el suelo o se sirven una copa de vino mientras yo me masturbo. Cuando se dan cuenta, sin embargo, sueltan lo que tienen entre manos y se tapan la cara escandalizadas. A mí entonces me dan ganas de reír, pero no lo hago. Lo que sí hago es ladrarles, o maullarles, o rebuznarles. Lo vi en una película de Bertolucci y me pareció gracioso. Yo no me avergüenzo de ser un animal.

Ah, se me olvidaba. Aún no me he presentado. Me llamo Diógenes.

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4 comentarios

  1. 1. Saldivia dice:

    Hola Hans. Desde que comencé a leer el relato me vino a la mente Diógenes el cínico, con lo que el final ha sido muy redondo. Me parece muy meritorio el rescate de personajes como el aludido, trasladándolos a la actualidad y describiendo su conducta probable si estuviesen presentes en esta sociedad. Usas un lenguaje prolijo y correcto, lo que enriquece la experiencia de la lectura.

    Me pareció un poco forzada la catalogación del guión de la venganza de Diógenes como libro de recetas; sin embargo no deja de ser una asociación válida, ocurre que al ser el texto más narrativo que metafórico me pareció que no casaba totalmente esa imagen. Fuera de ese detalle, encuentro al relato impecable y ameno, ¡Enhorabuena!

    Escrito el 18 octubre 2016 a las 15:12
  2. 2. Beverly Matos dice:

    Hola Hans a mi también me ha gustado el relato está muy bien escrito y puntuado; me faltó quizá un poco de acción pero eso ya es gusto personal.

    Escrito el 18 octubre 2016 a las 19:30
  3. 3. Marta Peiro dice:

    Muchas felicidades por este relato. Me ha parecido muy bien estructurado y el uso de las frases le da el ritmo adecuado, una buena combinación de distintos tipos de oraciones.
    Además, me ha parecido que el personaje de Diógenes está muy bien adaptado a la sociedad actual, y en el relato usas un léxico muy rico y adecuado.

    Escrito el 19 octubre 2016 a las 06:49
  4. 4. LUIS dice:

    Hola Hans Reiter. Soy Luis(72). Como relato esta bien escrito. Al cuaderno de cocina no le veo ningún protagonismo y la venganza tampoco. Bueno quizás, es que no lo he entendido. Saludos y nos seguimos leyendo.

    Escrito el 25 octubre 2016 a las 19:33

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