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La bienvenida - por Fernando Caporal

Web: http://ojosdelalibertad.blogspot.com.ar/

Esa mañana, salió temprano. Los domingos, el mercado itinerante se llenaba de puesteros que solían traer variedades para cocinar alimentos exóticos. Caminó entre los puesto de caño y lona mirando con apasionada atención los productos, expuestos al alcance de la mano. Se detuvo en uno y compró algunas hierbas aromáticas. Se fue y se detuvo en otro, en donde consiguió algunos condimentos no muy frecuentes. Al regresar lo hizo por otro pasillo, el de los quesos. En un puesto se detuvo a comprar tres variedades distintas. Llegando al final de la feria, antes de irse, pasó por el puesto en el que vendía sales. Compró dos kilos.

Al regresar a su casa, contenta con lo que había comprado, dispuso todos los elementos sobre la mesada; tomó un cuchillo, una tabla de madera, un mortero, puso una olla con agua sobre el fuego de un mechero, abrió la cartera y tomó el cuaderno de recetas de su madre. Buscó la página que había señalado la noche anterior y, con los elementos a su alcance, comenzó a preparar la receta que había elegido para agasajar a la madre de su marido. Ese día era especial; se celebraría el retorno de la mujer a la casa, luego de haber estado internada por quince días, cerca de la muerte. "Mi suegra es una mujer fuerte" pensó, por eso supo que debía alimentarla con un almuerzo acorde a su fortaleza.

Mientras hervía las hierbas que masacró en el mortero y picaba las verduras, recordó los momentos que vivió desde el casamiento con su hijo. El mismo día de su boda, al verla vestida de blanco, la miró con desprecio, le dijo que aguardaría paciente el día en que su hijo "despertara" y le vaticinó que tarde o temprano la abandonaría. Para su suegra, ella no era digna de su hijo; siempre deseó para él una mujer culta y refinada, pero ella, la hija de la cocinera de la mansión, no le pareció jamás una buena nuera, ni siquiera cuando supo que su hijo estaba enamorado de ella desde que tenía memoria.

Continuó picando la cebolla, los pimientos y las otras verduras y las puso en la sartén, a fuego lento. Revisó de nuevo el cuaderno de recetas para asegurarse el punto en el que debía sacarlas del fuego y, con la cuchara de madera, las removió para rehogarlas en el aceite. "Es una buena madre" pensó, "siempre quiso lo mejor para su hijo". Su mente buscó el perdón por todos los momentos tristes y el dolor que vivió al lado de su marido a causa de ella. Entonces las lágrimas rodaron, otra vez, por las mejillas, cayendo en la sartén con aceite caliente. El chisporroteo la sobresaltó.

Al mediodía se escuchó la puerta de la mansión y reconoció la voz de su marido; regresó a la casa con la madre. Se aventuró a la sala para recibirla. La anciana, en silla de ruedas, era un poco más que una piltrafa, una bolsa de huesos con tan poca carne, que parecía que iba a romperse con solo soplarla. La anciana le clavó los ojos en su rostro. Ambas se miraron con intensidad; en los de ella había lástima, en los de su suegra, burla. —Aún no he cumplido con mi promesa, todavía eres la esposa de mi hijo, aun no moriré— Dijo con voz baja y temeraria.

Se sentaron a la mesa y acomodaron a la anciana en la cabecera. La nuera, como siempre, atendió a la señora de la casa, quien jamás permitió que, aunque fuera la esposa de su hijo, compartiera la mesa con ella; era parte de la servidumbre y con el resto de ellos debía comer. La nuera, vestida con el delantal habitual, trajo la bandeja humeante y aromática con el caldo. —Imagino que no le habrás puesto sal— Dijo, demandante. —No señora, tiene saborizantes para celiacos— Afirmó ella y, sin más, se retiró.

La ambulancia llegó tan pronto como pudo, pero nada pudieron hacer. La anciana había ingerido tanta sal que la presión se le disparó con rapidez a niveles insostenibles, provocándole una muerte rápida y muy traumática. La autopsia detectó la ingesta desproporcionada de sodio, por eso la policía llegó a la casa poco después, en busca de la cocinera. La mujer, había dejado una nota para su marido; decía que lo amaba y que la perdonara. La nota estaba dentro de la bolsa vacía de sal que compró esa mañana en la feria, de dos kilos.

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6 comentarios

  1. 1. Luis Ponce dice:

    Hola Fernando:
    Tu relato cumple las condiciones necesarias del taller. Pero… no tienes que escribir 750 palabras obligado. Podrías suprimir algunas que no afectaría a la idea general ni le restaría valor a lo que escribes. Es más, creo que mejoraría el ritmo del relato.
    “Se fue y se detuvo en otro” para detenerse en otro, tiene que haberse ido del primero.Así hay algunos que le quitan valor a imágenes como la de:” Entonces las lágrimas rodaron, otra vez, por las mejillas, cayendo en la sartén con aceite caliente. El chisporroteo la sobresaltó”, que me parecido genial.
    Una revisión adicional puede darte una obra obra interesante.
    Un gusto leerte.

    Escrito el 17 octubre 2016 a las 16:57
  2. 2. Ciudadano de Mastia dice:

    Hola Fernando:

    Me agrada tu relato, pero tengo que destacar algo que debes revisar:

    -Los personajes y sus acciones deben ser creíbles; una alta adición de sal, en una taza de caldo, se aprecia rápidamente.
    -El problema de los celíacos es el gluten.
    -¿El hijo, no tiene nada que decir a la madre, que menosprecia a su mujer?
    -Las rayas en los diálogos.

    Por lo demás, animarte a esta bonita afición; entre todos, con nuestros comentarios, vamos puliendo el metal para que brille.

    Te invito a leer mi relato y espero tu comentario.

    Un saludo

    Escrito el 17 octubre 2016 a las 19:22
  3. 3. beba dice:

    Hola, Fernando:
    Somos vecinos inmediatos. Además ya he leído alguno de tus otro cuentos en ediciones anteriores.
    Has escrito con lenguaje claro y gramaticalmente correcto.
    La historia aparece dividida en dos partes y el ritmo las acompaña: lenta y meticulosamente, ella prepara la comida que puede matar a su suegra. De pronto, se precipitan los acontecimientos, y sin saber cómo aparece la ambulancia y llegamos al tema de la sal; queda algo muy importante sin solucionar: el marido.
    Como te señalan hay algo poco creíble: la sal, dos kilos, para colmo, se nota inmediatamente; y algo mal documentado: la celiaquia no tiene nada que ver con la sal.
    En resumen, una revisadita, compensar descripciones en la feria con recuerdos y emociones que deben abundar en una pareja tan particular.
    Beba- 141

    Escrito el 18 octubre 2016 a las 01:05
  4. 4. María Esther dice:

    Hola Fernando,leí tu relato y concuerdo con los compañeros en varias apreciaciones.Al comienzo tiene un ritmo lento y monótono.Luego se acelera pero como que se pasan por alto algunas cosas importantes, que ya te las marcaron.
    Bueno, yo diría que en el afán de trasmitir el odio recíproco entre suegra y nuera, puede ser que te pasado un poquito de la raya,en la descripción de la señora en la silla de ruedas, como en la cantidad de sal que le pusiste a la comida.
    En fin,creo que te faltó leer con mas detenimiento y corregir.Tal vez las vacaciones te jugaron en contra.
    Nos leemos en la próxima porque esta vez pasé de largo. Saludos y persiste.

    Escrito el 22 octubre 2016 a las 04:54
  5. 5. Tatei Jautze Kupuri dice:

    Hola Fernando Caporal: He leido tu texto y he encontrado algunos errores de dedo al escribir que con una relectura que hagas con atención podrán ser eliminados y de paso corregir algunas palabras que se repiten muy pronto como disco rayado, ejemplo: “Al regresar lo hizo por otro pasillo, el de los quesos” y “Al regresar a su casa”.

    Te invito a visitar y a dejar tu opinión sobre mi texto en el #167.

    Gracias.

    Escrito el 22 octubre 2016 a las 05:23
  6. Hola a todos, gracias por tomarse el tiempo para leer y comentar. Debo reconocer que éste mes no me sentí “sintonizado” con la escena, por eso me resultó muy difícil escribir, creo que lo hice algo forzado. Esto me lleva a pensar que, antes de escribir solo por participar, es preferible decir “paso”, ¿no es cierto?
    Gracias a todos, se aprecian mucho sus sus sugerencias.
    Sl2

    Escrito el 29 octubre 2016 a las 17:30

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