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Luces que rompen la oscuridad - por Esteban LR

Simón Santiago se sentó con la espalda apoyada en el tronco del nogal. Aquel árbol centenario imprimía una penumbra bajo la luz azul que derramaba la Luna. Protegido en la oscuridad, abrió el cofre que compró kilómetros atrás y con la vista echa a la negrura examinó un instante el hueco del pequeña caja. Luego carraspeó y desde su garganta, en una melodía susurrada, emergieron versos. Fuera del nogal, las sombras se estiraban a medida que el astro descendía al ritmo de un cúmulo inagotable de estrofas.

La mañana llegó sin nubes, Simón Santiago se levantó, se colgó el morral a la espalda y antes de empezar a caminar, echó un vistazo a las hojas que camuflaban donde había enterrado el baúl. Un ritual que repetía antes de entrar a los pueblos y ciudades que encontraba en el camino.

El día no le dio respiro. Recién estrenada la tarde la gente del pueblo despertó de la siesta bajo los acordes de su guitarra. Se movilizaron ante aquella llamada novedosa. Unos niños que jugaban más abajo se acercaron poco a poco hasta los pies de Simón y mujeres y hombres salían de sus casas en dirección a la plaza.

El poeta subido en el muro de un jardín se dirigió a las personas que se aproximaban
―Luces que rompen la oscuridad. ―Decía grandilocuente.
―Versos que te sacan de la prisión de la ignorancia, que liberan al pensamiento de la tragedia de estos, aquellos y los tiempos que vendrán. ―Exclamaba mientras gesticulaba de forma exagerada.

Relajó su postura y comenzó a recitar. El público no pestañeaba. Boquiabiertos, las facciones de los espectadores parecían descolgarse de la tensión que minaba los días. A medida que la narración avanzaba, el encuentro con una realidad hasta ese momento vedada a su entendimiento, hacía restallar las cadenas que los ataban. Sus actitudes se transformaban y, poco a poco, se liberaron voces en forma de versos. Poesías, cargadas de recuerdos y exigentes de futuro, se precipitaban retumbando en la verticalidad de las fachadas. Simón callaba para memorizar. Recuperó versos para difundir y proteger.

Mientras el recital florecía, en el horizonte cuajaba una espesa nube. En sus arrugas, un color cobrizo se retorcía de oscuridad y el resplandor que tronaba desde su interior rugía como un motor que la hacía andar.

En un canto liviano y seco, una brisa anunciadora deslizó sobre los adoquines las hojas que descansaban en la plaza. Simón Santiago sintió en el roce del aire que, de nuevo, sus versos habían sido descubiertos, que el canto libre de un pueblo iba a ser sepultado. Apenas sin tiempo para cubrirse con la capucha de su parka, el cielo se tornó rojizo y unas gotas del color de la herrumbre se descolgaron en latigazos hasta el suelo.

El público quedó reducido a una mancha ocre sobre las baldosas. Un silencio súbito lo invadió todo de nuevo. Los versos se resguardaron bajo el chaquetón de Simón Santiago. El poeta se apresuró a abandonar la plaza bajo aquella lluvia abrasadora. Agitado, corría rumbo al norte pensando en cómo resistir al diluvio de óxido que, a sus espaldas, carcomía la solidez de lo tangible y lo intocable.

A kilómetros de allí, la milicia se movilizó ante la aparición de la nube color cobrizo. Los soldados, casi sin recibir órdenes levantaron el campamento donde habían aguardado hasta se manifestara aquella señal. Hacía años que perseguían a Simón Santiago. Los generales reproducían órdenes y mensajes de poderes que desconocían.
―¡El poeta ha vuelto a asesinar con sus palabras! ―Repetían incesantes.

Una formación cargada de filas con semblantes idénticos de ceños fruncidos y labios apretados, avanzó a trote al son de proclamas que reivindicaban la muerte del agitador. Se dirigían, con la tierra temblando bajo sus pies, hacia el pueblo que en el horizonte se consumía bajo la nube.

Simón Santiago huía sin decir palabra, esperaba que la ausencia de poesía disiparía la nube. Jadeando, atravesó un terreno pedregoso hasta el bosque. Escapaba sin saber que un ejército le pisaba los talones. Antes de adentrarse en la profundidad de los árboles, miró al sur. El nogal se alzaba, como muchos otros del camino, guardando en sus raíces todos los versos liberados del olvido. Confiaba en ver algún día brotar de la tierra tantas palabras que las tormentas se quedarían sin agua antes de poder callarlas. Suspiró y con los ojos ahogados en lágrimas se introdujo en la maleza.

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3 comentarios

  1. 1. G. Sugonz dice:

    Hola Esteban,

    Muy interesante la historia, con una evolución que va ganando fuerza y mantiene al lector con la incertidumbre de qué es exactamente la realidad que se está contando y con un giro final, que además da para reflexionar.

    Ya estoy esperando a leer tu siguiente historia!

    Felices fiestas!!

    Escrito el 18 diciembre 2016 a las 12:18
  2. 2. Yoli dice:

    Hola, Esteben.
    Me gusta tu relato, me ha parecido original lo del poeta que mata con las palabras. Te seguiré leyendo. Saludos.
    Si quieres leer el mio, soy el 137.

    Escrito el 20 diciembre 2016 a las 14:17
  3. 3. Otilia dice:

    Hola Esteban,
    Soy tu vecina del 47, un poco lejos,pero tu nombre, Esteban, es importante en mi vida.También lo utilicé para el protagonista del relato que me publicaron en el libro de Literautas. El árbol de mi Esteban era un tilo, no un nogal.
    Bueno dejando las batallitas, te diré que tu relato me ha gustado, no es fácil de leer y no sé si lo he entendido bien, pero me gustan esas frases rimbombantes “…las facciones de los espectadores parecían descolgarse de la tensión que minaba los días.”
    Con estas frases “liberaron voces en forma de verso” o “Recuperó versos para…” me he sentido identificada con el poeta porque en algún pueblo he preguntado a los viejos del lugar por historias, canciones, poemas.
    ¿El objetivo del ejercito era aplastar la cultura y conseguir un pueblo sin libertad, ignorante y sin sentimientos?
    En cuanto a la forma, en los diálogos pones, Decía, Exclamaba, Repetían, son con minúscula por ser verbos dicendi o declarativos.
    Buen trabajo. Saludos.

    Escrito el 22 diciembre 2016 a las 18:18

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