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Desdudos de toda dignidad - por Juan Carlos Oyuela

Web: http://www.eticaysociedad.org

Se giró al escuchar el grito. Sin quererlo, me encontraba en una escena aterradora. Estaban a punto de matar al conductor de un automóvil y yo, impotente, en el suelo después de recibir una patada en el estómago, por negarme a entregar la cartera con el dinero. Era la segunda desobediencia del día y a estábamos a punto de ser testigo de varias increíbles coincidencias.
Lo recuerdo como si fuera hoy. En 1995 me dirigía, junto con un grupo de amigos al lago de Atitlán, ubicado a unas cuatro horas de la ciudad de Guatemala, donde residía en aquel entonces. Teníamos dos opciones de ruta para hacer el viaje. Contra todas las recomendaciones, esta fue mi primera desobediencia, optamos por el trayecto de la costa, que era el más corto. Por ser la menos transitada, nos habían advertido que teníamos altas posibilidades de toparnos con un grupo guerrillero.
Doce universitarios tripulando un busito Mitsubishi teníamos como destino pasar un fin de semana en la casa de un amigo en el lago de Atitlán. Era el plan perfecto para descansar después de una semana extenuante de exámenes.
A unos cinco kilómetros antes de Godinez, nos interceptaron en una curva cuatro encapuchados, armados con pistolas y rifles desgastados por el uso.
El mal estado de la carretera en la curva maldita, grabada para siempre en mi memoria, nos obligó a bajar la velocidad. Fue allí donde aparecieron los cuatro maleantes con pistolas y la cara cubierta. La escena parecía un cuadro de terror esperando la estampa del personaje principal.
Cuando percibí la posibilidad de ser asaltado, me quité el anillo de graduación, regalo de mi padre y con un gran valor sentimental para mí. Intenté ocultarlo sin éxito debajo del asiento. Pasaron pocos segundos cuando ya estábamos con varias pistolas apuntándonos a la cara y escuchando los gritos de los indeseables ordenándonos, en un mal español, que les pasáramos todas nuestras pertenencias de valor: relojes, carteras, dinero…como yo iba de responsable, en mi cartera estaban los quetzales para los gastos del viaje.
No les entregué mi cartera, pensando aprovechar un descuido de los asaltantes y tirarla a la orilla de la carretera, para luego recuperarla. No conté con que nos tendrían bien vigilados, así que cuando se acercó uno de ellos para revisarme los bolsillos, se topó con la dichosa cartera. Entonces el ladrón me pateó con fuerza en el estómago y caí al suelo presa del dolor. Después de apuntarme con la pistola a la cara me dijo: “Vos querés que te mate hijo de…”. Se hizo el silencio y quedamos viéndonos fijamente a los ojos. El pasamontañas me dejó ver unos ojos enrojecidos por el odio, y la marca de una herida reciente en la cara. Con una valentía desconocida le dije “Animo” dispuesto a sufrir las consecuencias. Justo en ese instante escuché el sonido de otro automóvil que se acercaba. El malviviente dejó de apuntarme y fue detrás de sus próximas víctimas.
Me incorporé. Cuando fui más consciente de lo sucedido, la adrenalina me jugó una mala pasada: comencé a temblar involuntariamente de pies a cabeza. Sensación desconocida a mis veinticinco años. Todos los intentos de tomar el control de mis piernas fueron en vano. Por más que lo intentaba, mis extremidades no respondían y no dejaban de temblar presa del pánico.
Unos segundos después, al regresar a la realidad, uno de los asaltantes tenía en el suelo al conductor del otro automóvil, con el pie en la nuca, apuntando con su pistola a la cabeza y diciendo: “miren a quién tenemos aquí, ahora si nos las vas a pagar”. Temiendo lo peor, instintivamente, mis compañeros y yo rezamos con la urgencia que da la proximidad de un desenlace mortal. Todos teníamos tal desesperación que incluso, sin darnos cuenta, gritábamos en voz alta las plegarias para que se escucharan en el cielo. En ese momento toda la atención se dirigía a pedir que no mataran a esa persona desconocida.
Providencialmente de nuevo, apareció otro automóvil. Una vez más, para fortuna nuestra, los delincuentes dejaron inconclusa su tarea y se dirigieron a sus nuevas víctimas.
Despojados de todo objeto de valor, excepto de nuestras vidas. Desnudos de toda dignidad y respeto. Fue entonces cuando escuchamos la voz fuerte de uno de los asaltantes que nos hizo volver a la realidad: “Cuento tres y no quiero verlos hijos de…” ni siquiera había terminado de decirlo, cuando todos, menos uno, estábamos en automóvil listos para huir a toda velocidad.

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2 comentarios

  1. 1. Otilia dice:

    Hola Juan Carlos Oyuela,
    Imagino que el titulo es “desnudos”. Tu historia muy real me ha gustado.
    La estructura la veo bien. En el desenlace dices “menos uno” no sé por qué y creo que falta un “el”, “…en el automóvil…”
    En la frase del trayecto corto, pones la menos transitada,será el menos,¿no?
    Nos leemos. Saludos.

    Escrito el 18 enero 2017 a las 18:44
  2. 2. Pilar dice:

    Hola, Juan Carlos!!! soy Pilar del 105.

    Enhorabuena por tu relato que me he imaginado escena tras escena… Uff!, qué mal rato pasaron los chavales y menos mal que tuvieron suerte. Paso a comentarte:

    Lo mejor de él:
    • El ritmo con el que lo narras: trepidante, con mucha tensión desde el principio hasta el final.
    • El lenguaje limpio y claro.
    • Las descripciones acertadas en esa situación tan extrema.

    Las cosas mejorables:
    • Hay un fragmento en donde repites varias veces “cartera” muy seguidas. Podrías haber utilizado un sinónimo: billetera o monedero, por ejemplo
    • Las comillas que utilizas para transcribir los pensamientos o frases de los agresores deben ser «» y no “”.

    Y en plan personal, unas dudas que me han quedado:
    • No encuentro mucha conexión entre la primera frase, obligatoria, y el resto de la acción: ¿quién gritó? ¿quién se giró? ¿en qué momento?
    • Al final del todo dices: “Cuento tres y no quiero verlos hijos de…” ni siquiera había terminado de decirlo, cuando todos, menos uno, estábamos en automóvil listos para huir a toda velocidad: ¿Quién se quedó abajo del bus? ¿Mataron al final al conductor?
    Y esto es todo. Te vuelvo a felicitar por tu gran historia y sobre todo te animo a seguir escribiendo. No leemos!!!

    Escrito el 19 enero 2017 a las 13:50

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