Ella era una Dama - por El gorrión testarudo

Se giró al escuchar el grito. Un tipo de tez oscura, escuálido y mirada aviesa cruza la calle. Sus manos tan grandes como la cabeza de un caniche, se mueven sin parar…
—Eh, usted, si usted, espere— el hombre puede parecer poca cosa pero su voz retumba con fuerza.

Al otro lado estaba ella enfundada en su magnífico traje de los domingos, aunque fuera lunes, mirándolo de la misma manera que debe mirarse a un fantasma. Ese ser invisible que desde el inframundo intentaba comunicarse con aquella aparición angelical, tenía que ser una broma. Nuestra maravillosa dama quedo petrificada al darse cuenta de que su estudiada indiferencia no parecía desalentar al hombre que insistía cada vez más. Aquel esqueleto furibundo y mal oliente, se plantó ante sus narices. De cerca la mezcolanza de perfumes etílicos y corporales hicieron palidecer a la nariz de la dama, que no pudo más que mirar hacia otro lado intentando disimular la cara de asco. De repente pensó que lo había visto antes.
Esta mañana al salir del banco. Sentado en el suelo, justo en frente. Pidiendo limosna. Le acompañaba un perro pequeño y el cartel de rigor donde rezaban todas sus miserias. Paso por su lado con la malsana intención de darle una patada al perro, pero cambio de idea, prefiriendo tirarle el cartel al tiempo que le decía al hombre que ella no malgastaba su dinero en vagos. Se marchó haciendo sonar sus tacones, dejando al hombre hablando solo. Total, nada bueno podría salir de aquel escombro de persona que ni arrestos tenia para luchar en la vida.
El perro no está, debe de haberlo dejado en el agujero donde seguro duerme. Viene a vengarse. Esta gente suele ser rencorosa, no suelen tener nada que perder.
—Oiga, señora, no sea maleducada, míreme a la cara, le estoy Hablando— ahora el hombre se tambalea, apesta a vino barato, pero consigue no perder la compostura. La señala con uno de sus huesudos dedos mientras la mira fijamente, frunce el ceño. Sabe bien cómo se las gastan este tipo de gente, se creen dioses o algo así, les tratan como basura, olvidan que son personas y al igual que ellos la vida puede hacerlos caer sin esperarlo. Le asquea la dama, su perfil inmaculado, su olor a polvos de talco, contento tendrá al marido cuanto más finas son…
Ni un alma por la calle, hace rato que los ejecutivos se marcharon a comer, parece mentira que estemos en el centro, malditos sean, todos quieren vivir sin pegar golpe. La dama mira a su alrededor buscando ayuda.
El tipo se acomoda el abrigo. En otro tiempo elegante y de paño negro, se confundiría en estos momentos con el musgo verde del parque. Se le tensan los tendones del cuello. Alarga una de sus manos. Agarra a la dama que intenta marcharse a sí sin más. Ah no, piensa, esta vez no vas a largarte.
El vestido se le pega al cuerpo, el sudor comienza a empaparle la espalda. Un escalofrió le sacude la nuca. Va a matarme, dios mío, tiene la certeza porque se ha perdido en los ojos del tipo, la dama no puede dejar de mirarlos. Puede ver la rabia saliendo a borbotones por ellos.
Un bulto sospechoso en el bolsillo del abrigo, donde acaba de meter la mano que le queda libre, descomponen a la dama. Va a sacar un arma, y dispararme aquí a plena luz del día, se retuerce como puede intentando evadirse de la pinza de cangrejo que la retiene.
El tipo la mira asombrado cuando la ve llorando desconsolada. Saca la mano de su bolsillo.
— Tome señora, su monedero, se le cayó al suelo esta mañana—
Impávida,sentada en el suelo y con el monedero en la mano solo dice,gracias.