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Parca coral - por Amanda Quintana

Se giró al escuchar el grito. Sé que fue un error, que no debí haber hecho tal exclamación, pero el miedo que me invadió al ver a una víbora coral delante de mí, atravesada en medio del sendero por donde iba caminando, me aterró.

El cuerpo de ese animal, de color negro con anillos rojos y blancos, ocupaba el estrecho espacio del sendero rocoso, en medio de la serranía por donde yo iba caminando. Había concluido una travesía maravillosa; ascendí hasta la cima de aquel cerro y ahora, descendía contenta, en medio de un paisaje agreste y lleno de paz, rodeado de piedra y aves rapaces que volaban a varios metros sobre mi cabeza. Elegí ascender sola, ya que nunca me gustaron los contingentes que llevan al grupo con un guía, como un pastor conduce al rebaño. Al ver a la coral, me maldije por mi espíritu aventurero.

Me detuve en el preciso instante en que la vi, como si me hubiera clavado en el suelo. El animal no hizo más que erguir la cabeza al escucharme gritar. Entonces tuve la sensación de que ambas estábamos igualmente aterradas, en aquel paraje solitario, bajo el sol abrazador de un verano intenso.

Los pensamientos atormentaron mi mente a una velocidad enloquecedora. Estábamos ella y yo, solas, una frente a la otra, lejos de cualquier forma humana que pudiera ayudarme, o dirigirme para tomar alguna decisión. Había sido lo bastante estúpida de gritar al verla, como para cometer otra equivocación. Los ojos de la coral, a ambos lados de la cabeza, la mantuvieron atenta a mis movimientos. Mi cuerpo estaba paralizado, aunque no por astucia; el miedo que me invadió de pies a cabeza congeló todos mis músculos y articulaciones.

Mi mente, en esa vorágine de elucubraciones fuera de control, me trajo a la memoria que el veneno de esas víboras es el más potente de los que se conocen en las serranías argentinas, siendo su mordedura, causal de muerte de un adulto en lapsos de tiempo que pueden alcanzar las tres horas. Unos metros antes, había observado el paisaje; estaba comenzando el descenso, o sea, llegaría a la base del cerro en unas cuatro horas. Si cometía un solo error más, podía costarme la vida.
La serpiente se mantuvo echada sobre la roca, atravesada en medio del camino, inmóvil. Yo permanecí parada delante de ella. Ambas supimos que, al primer intento, una de las dos debía lanzarse a la locura; ella tenía la ventaja de su veneno, yo tenía la ventaja de… No, no tenía ninguna ventaja. Mi garganta se cerró, por suerte, impidiendo que volviera a cometer otra torpeza; la cabeza de la víbora se mantuvo erguida sobre lo que parecía ser su cuello, pero que en verdad era la extensión de su cuerpo uniforme.

Todo comenzó a girar como un torbellino. No había forma de hacer nada. Estaba allí, sola frente a la víbora, a más de cinco mil metros de camino rocoso en descenso; detrás de mí nadie venía descendiendo y adelante, el camino se veía tan solitario como los negros jotes volando sobre la cima del cerro. Las palpitaciones de mi corazón fueron tan fuertes que llegué a pensar que la víbora podía escucharlas. Todo el cerro, las plantas sacudidas por la suave briza veraniega, los insectos que volaban entre las matas y hasta las aves, dejaron de moverse en esos cuatro o cinco segundos eternos.

Mis ojos no dejaron de mirar a la serpiente ni por un instante; hiciera lo que hiciera ese animal, yo debía saberlo, aunque no tuviera la más mínima chance de defenderme. Entonces, como si hubiera comprendido que yo estaba más aterrada que ella y no representaba ningún peligro para su integridad, su cuerpo escurridizo se deslizó entre las rocas. Se arrastró serpenteando, en movimientos parecidos a los de una “S” abierta, que la llevaron a desaparecer en apenas una fracción de segundo, con el mismo silencio y la misma velocidad con la que se produjo nuestro encuentro.

Mi cuerpo me impulsó a correr alocadamente, saltando entre las rocas camino abajo, hasta que la agitación me obligó a detenerme. Sin poder continuar, me dejé caer sobre una piedra, tomé la cantimplora y vacié toda el agua que había en ella en mi garganta. Mientras pensaba en el reciente encuentro, la tensión de mi cuerpo continuó cediendo y, sin poder controlarme, rompí en llanto; jamás había visto tan de cerca la cara de la muerte.

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7 comentarios

  1. 1. Leonardo Ossa (Medellín - Antioquia) dice:

    Hola Amanda Quintana, me has recordado las dos o tres ocasiones, que en mi vida, he visto de cerca a una coral. Con respecto al texto, me parece que en el segundo párrafo mezclas demasiadas cosas. Allí describes los colores del animal, calificas de maravillosa la excursión, nos cuentas de los aspectos del paisaje, nos confiesas la preferencia o relación con los contingentes y en fin, considero (es mi opinión) que podrías dedicar el párrafo a uno de los varios temas de los que hablas.
    Me alegra haber leído tu texto. Saludos.

    Escrito el 18 enero 2017 a las 04:00
  2. 2. Marisa dice:

    Hola Amanda Quintana. Me ha gustado tu texto. Buen ritmo. Quizás habría que darle un ajuste a la frase final que inicia con “jamás…” para que sea más contundente.
    Saludos. Por si quieres pasar, soy el nro. 73.

    Escrito el 18 enero 2017 a las 17:31
  3. 3. LUIS dice:

    Hola Amanda Quintana, soy Luis(171). Me ha gustado mucho tu relato. Mantienes la intriga desde el principio y lo has narrado muy bien. Yo no entiendo mucho, pero el reto pienso que sí lo has conseguido.Felicidades. Un saludo.

    Escrito el 19 enero 2017 a las 18:57
  4. 4. Don Kendall dice:

    Hola Amanda Quintana,
    Una estructura estable y sin fisuras. Una trama bien urdida con independencia de los gustos,personales de cada quien. Una narradora en primera persona, que es posible que hasta pueda ser identificada con la autora. En resumen una escena adecuada para el,taller de este mes. Gracias por permitirme disfrutar de tu trabajo.
    Un abrazo

    Escrito el 20 enero 2017 a las 16:28
  5. 5. Noemi dice:

    Hola Amanda Quintana: es un gusto volver a leerte en un relato de tan alta tensión dramática, manejas estupendamente la tensión y sobre todo el paisaje aunque creo que repites demasiado ciertas ideas (soledad, distancia, etc.) que en lugar de aumentar el suspenso más bien lo desarticulan un poco por ejemplo “forma humana” en lugar de persona o directamente nadie resulta un poco rebuscado para una situación tan sobrecogedora “Mi mente… tres horas” es información pura que cambia el registro lingüístico y corta el relato, si el lector no lo sabe puede bien imaginárselo. En cambio una frase que me pareció no solo oportuna sino sobresaliente es ” ella tenía la ventaja de su veneno, yo tenía la ventaja de… No, no tenía ninguna ventaja” no solo es verosímil, es fantástica.Ahora nos queda por resolver un problema: las víboras son sordas. La coral no pudo reaccionar a tu grito pero es muy sensible a las vibraciones que capta con su lengua por ahí puedes encontrar la solución a la dificultad, un malpaso, la caída de una piedra,en fin te sobran recursos para arreglar el detalle de un contenido por otra parte estupendo. Te felicito por lograr un relato tan interesante con apenas tres elementos: protagonista, antagonista y medio ambiente.
    Un saludo y si me quieres encontrar estoy en el 208

    Escrito el 22 enero 2017 a las 19:34
  6. 6. Menta dice:

    Hola Amanda Quintana: Me ha gustado mucho tu relato. Me has hecho pasar un rato de mucho miedo… Yo también hubiera gritado y llorado.
    Muchas gracias por compartir tu relato. Menta

    Escrito el 26 enero 2017 a las 09:05
  7. 7. piloska dice:

    Hola Amanda: Me ha gustado tu relato. Me ha hecho recordar un encuentro con una serpiente en mi adolescencia.Yo no iba sola pero el miedo que pasé me dejó inmovilizada sin poder emitir ni un sonido. Fue ella quien huyó…
    Me habría gustado describir el momento como lo has hecho.
    Enhorabuena
    Un abrazo

    Escrito el 31 enero 2017 a las 23:55

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