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¿O NO? - por Anastasio de la Torre

Se giró al escuchar el grito, era otro más de los que venía oyendo desde que el mar empezó a ponerse bravío. Esta vez sonó muy cerca de ella y supuso que había salido de la mujer embarazada que se asía torpemente a una de las abrazaderas de la lancha.
– Otra que ha caído – pensó.

Hubo un pequeño remolino de gente intentando cogerla, lanzarle algo o simplemente animarla a que flotara, pero de nada sirvió. No se veía nada, la noche era muy oscura, aquello se movía sin control empujado por todas las olas del océano; al cabo de unos segundos, muy pocos, el grito desapareció.

El silencio volvió a la barcaza, todos se encerraron en sí mismos, todos intentaron asegurar su posición agarrándose a lo que podían, todos se alegraron en lo más íntimo de su egoísmo, de no haber sido ellos los que habían caído.

El mar pareció calmarse un poco, las nubes se empezaron a disipar y algo de esperanza volvió a emerger en la lancha.

– Era de un poblado cercano al mío – le dijo un adolescente que estaba a su lado ¬– su familia vendió casi todo lo que tenía para pagarle la travesía, quería estar con su marido cuando diera a luz y que su hijo naciera en una tierra con futuro.

Esa frase le hizo pensar en los motivos que ella misma tenía para estar allí y en la dificultad que siempre había tenido para explicarlos. Allá de donde venía, el destino de las mujeres estaba escrito desde el mismo momento de su nacimiento, todas las etapas de su vida estaban reguladas por antiquísimas tradiciones, respaldadas por inamovibles creencias religiosas y legitimadas por algo tan respetable como una cultura propia.

Ciertamente había límites se podían traspasar a cambio de algún castigo, pero otros eran absolutamente infranqueables. Uno de esos era el que le había llevado a embarcarse en algo, que más parecía un ataúd flotante que otra cosa.

Y había intentado dominarlo, vaya que si lo había intentado, pero cuando comparaba los sufrimientos de su noche de bodas con los placeres furtivos en el claro del bosque con su cuñada, algo muy poderoso le surgía de lo más profundo de su ser, manifestándose en un grito, no por silencioso menos vibrante:
– ¿Por qué me tengo que esconder para esto? ¿Por qué tengo que estar con alguien que no quiero y no puedo hacerlo con quien quiero? –

La única diversión permitida a las mujeres en su aldea era ver la televisión, allí empezó a darse cuenta de que lo suyo no era algo sacrílego y pavoroso, no era ningún monstruo por tener unas apetencias distintas a las de la mayoría; además en aquellos sitios que se mostraban en la pantalla había muchas mujeres con sus mismos gustos, que eran respetadas y valoradas en función de lo que hacían y no de lo que sentían.

Lo habló con su amante una noche, después de uno de aquellos juegos amorosos, que le compensaban de todos los sinsabores de su vida cotidiana.
– No te compliques la vida, esto que hacemos es una travesura, como cuando de pequeñas íbamos a robar dulces a la cabaña de tu abuelo – le contestó ella.

La respuesta se la dio aquel mercader que apareció una mañana; tras ofrecerle toda clase de aparatos electrónicos le insinuó que podía llevarla a aquel sitio paradisiaco que había detrás de las pantallas de televisión:
– Ten preparado el dinero para dentro de seis meses y entonces te ayudaré a cruzar el mar – le dijo.

Y así fue, tras días de agotadoras caminatas por la selva, de sufrir el sol abrasador del desierto, había llegado a una playa, allí se embarcó en una especie de lancha junto a muchos otros como ella, todos provenientes de la misma desesperanza, todos rumbo al mismo futuro.

Lastima que el mar se hubiera embravecido y que se hubieran escuchado no uno, sino muchos gritos en aquella noche tormentosa, pero por fin, ya parecía que el temporal pasaba, que las nubes se abrían y que se divisaba un horizonte de tierra, lo peor ya había pasado, los gritos que a partir de ahora escucharía solo iban a ser de alegría, de satisfacción por empezar un nueva vida plena en un sitio en el que las diferencias no estaban penalizadas, en el que a las personas se les iba a juzgar por sus hechos y no por atávicos perjuicios, un lugar en el que poder ser feliz.

¿O NO?

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2 comentarios

  1. 1. SBMontero dice:

    Hola, Anastasio de la Torre.

    Me encanta el texto, eso sí, no por la forma, sino por la idea.

    Sé que tendría que hacerte un comentario de texto más extenso porque eres de los tres que vienen después del mío, pero, dejando a un lado la idea, lo cierto es que la forma falla porque cuentas, no muestras, y no deberías contar nada, deberías mostrar qué quieres que el lector vea.

    Repito, la idea me encanta, ojalá más gente escribiera más textos y relatos sobre esto, porque es el genocidio del siglo XXI.

    Sigue escribiendo.

    Un saludo.

    Escrito el 18 enero 2017 a las 00:20
  2. 2. Yoli dice:

    Hola Anastasio.
    Me gusta tu relato porque cuentas una realidad durisima para muchisima gente que tiene que huir de sus paises y lo hacen de una forma que se arriesgan sus vidas y tú lo has plasmado muy bien, sobretodo el final.
    Si quieres leer el mio, soy el 229.
    Saludos.

    Escrito el 18 enero 2017 a las 14:36

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