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Cabecita - por Marisa

Se giró al escuchar el grito, y el rojo brillante se expandió por la cara de Cabecita. Era carnaval, miércoles de ceniza. Todo estaba permitido para jugar. Nosotros usábamos bombuchas con agua y la llenábamos para que fueran grandes y las mojaran de una sola vez a las mujeres de la cuadra. A ellas les gustaba, aunque pegaban alaridos agudos que seguramente se escuchaban del otro lado del planeta.
Una banda de otro barrio, apareció en una camioneta. Se bajaron a los gritos y nos fajaron con bombuchas pequeñas, llenas de agua y tinta de colores. Quedamos todos rojos, azules, y doloridos. Los tiradores, sin municiones, subieron a la camioneta. Escaparon raudo hacia algún otro lugar. Nosotros los maldecíamos a media lengua, las chicas gritaban desaforadas.
“A la derrota se la apacigua con una chocolatada”, arengó Cabecita. Su mamá era experta. Allá fuimos.
En la etapa de la escuela secundaria, las chocolatadas fueron reemplazadas por paseos en el viejo Ford negro del papá de Cabeza. A la hora de la siesta, mientras los padres dormían, sacábamos el auto del garaje. Entre todos lo empujábamos, primero hasta la calle y luego cuesta abajo hasta la esquina. Recién ahí, el conductor de turno daba arranque y nos subíamos los cinco que formábamos el grupo de amigos. Recorríamos un par de cuadras y regresábamos. En los veranos, la siesta era más larga, lo cual nos daba tiempo para ir hasta la costanera. Nos excitábamos con las mujeres en bikinis que desfilaban por la playa.
A Cabecita le gustaban las mujeres con importante trasero, a diferencia de mí, que las prefería tetonas. No nos interesaban si eran rubias, morochas, altas, bajas, gordas, flacas, inteligentes, huecas. “Hermano, yo busco de donde sostenerme”, aclaraba Cabecita cuando alguno de los vagos decía “¡esa mina es hueca!”
Una tarde, habíamos salido los dos solos y nos excedimos en la hora de regreso. Cuando llegamos a la esquina de la casa vimos que el papá salía hacia su trabajo. Yo estaba al volante. Atiné a girar a la izquierda y escapar de la zona de peligro. Nos pusimos unos sombreros tipo Gardel que usábamos para despistar apariencias, y dimos vuelta a la manzana. Rogamos que ningún vecino nos viera.
Nos salvamos del padre pero no del hermano menor de Cabecita. Cada vez que nos descubría, teníamos que llevarlo en el auto y pasar por delante de la casa de su compañerita más linda del grado. “Códigos son códigos. El silencio lo vale” decía el benjamín.
Estas travesuras duraron hasta que finalizamos el cuarto año de la secundaria. Los dos nos habíamos puesto de novio formal y pasábamos más tiempo con ellas. Aunque, cada tanto, nos escapábamos de nuestras novias para ir a un cabaret; eso sí, con permiso oficial de nuestros padres para manejar el auto.
En tiempos de la universidad, la barra de amigos se diluyó, por eso de que elegimos o nos imponen rutas que no coinciden con la de nuestros amigos.
Me recibí de ingeniero y pronto conseguí trabajo en Brasil.
—Vamos. Hay trabajo y posibilidades de buen salario.
—Hermano, soy de estos pagos y aquí me he de quedar —respondió Cabecita intentando parodiar a Larralde.
Cuando venía a la Argentina, él se encargaba de reunir a los vagos de la vieja cuadra. Un asado, tintos, anécdotas de juventud, deseos no cumplidos, historias de vida, nos refrescaba que la barra de amigos seguía intacta.
“Ya voy a ir. Vos sabés que estoy acá”, era su respuesta cuando le pedía que fuera a visitarme.
—La arquitectura de Río te va a gustar.
—Sí, siempre la sigo en las revistas especializadas. Hermano, un día te sorprenderé.
Y un día apareció en Río de Janeiro. Fue con su nueva pareja. “Encontré el amor”, me dijo en secreto para que nada ni nadie alterara esa relación. Ella, una mujer simple, sin necesidad de cuestionar acción o palabra alguna. Se los veía compinches uno del otro. Felices.
Una tarde salimos los tres por unas cervezas al centro comercial. De pronto, mientras caminábamos, escuchamos un grito atrás nuestro. Ella se dio vuelta y un proyectil atravesó su cráneo. Esta vez no era una bombucha con tinta roja en la cara de Cabecita. Era una 45 con destino equivocado. Tampoco arengó por una chocolatada. Sólo dijo “no debí salir de mis pagos” y abrazó a su amor que yacía en la vereda.

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6 comentarios

  1. 1. Leonardo Ossa (Medellín - Antioquia) dice:

    Hola Marisa, tu historia me ha gustado mucho. Me agrada la forma en que abordas la historia, pues en un comienzo me hiciste pensar en una herida en la cabeza, luego, fui avanzando y olvidando la posible herida, pues comprendí que eran bombuchas con pintura. Finalmente aterricé en una historia trágica con bala perdida. Ese recorrido que hago como lector a través de tu texto, me parece una estrategia tuya muy buena, pues me llevas de la mano experimentando distintos sentimientos. Hasta pronto.

    Escrito el 18 enero 2017 a las 03:58
  2. 2. Amanda Quintana dice:

    Hola Marisa, gracias por comentar mi relato. En cuanto al tuyo, lo leí con gran atención, ya que me fuiste llevando por una historia que, por larga en tiempo pero corta por límite de palabras, me hizo navegar por la vida de dos amigos con los cuales empaticé enseguida. El desenlace trágico es muy contundente, creo que no había otro mejor final para tu historia.
    Muy buen relato, me gustó muchísimo.

    Escrito el 19 enero 2017 a las 00:06
  3. 3. Eteivi Karina dice:

    Hola…
    Es bonita la historia, pero la verdad es que el final triste me ha descolocado un poco… me imaginé cualquier cosa menos eso… igual eso es lo lindo de leer… yo creo que hubieras podido escritbir un poquito menos y hubieras logrado igual mantener el hilo de la amistad, es que siempre que escribo me pregunto para que coloco algo, con que objetivo? En cualquier caso felicidades, me ha gustado!

    Escrito el 19 enero 2017 a las 06:00
  4. 4. Keapler dice:

    Me encanta la forma en que relacionas el final con el principio. Es maravillosa la forma en la que resumes un gran número de acontecimientos en tan pocas líneas.
    He disfrutado mucho tu historia.

    Escrito el 20 enero 2017 a las 19:36
  5. 5. Nora C.P. dice:

    En un principio pensé que había ocurrido lo que ocurre al final, esa forma de confundir al empezar y al terminar me ha gustado. Lo que veo más flojo es el núcleo del relato; quizá demasiado extenso sin necesidad para la conexión entre el inicio y el final.
    A seguir escribiendo y gracias por pasarte a comentar.

    Escrito el 20 enero 2017 a las 23:10
  6. 6. Jean Ives Tibauth dice:

    Hola Marisa.

    Tu relato me ha gustado, aunque confieso que la diferencia geográfica ha causado que no pudiera entender muchas palabras correctamente. Me he tenido que conformar con entender de manera global el relato.

    Aunque has unido con maestría el principio con el final creo que el resto de acciones que ocurren a lo largo del relato son excesivas. Aparentemente no tienen conexión con el tema en sí. Sé que es una relación de amistad a lo largo del tiempo pero se me antojan explicaciones de más. Un lector que no esté interesado en leerlo todo podría haber abandonado antes la lectura por no entender a dónde iba la historia. Y eso que el final lo pone todo en su sitio. Pero da a impresión de que no va a llegar, que el narrador se limita a divagar.

    Nos seguimos leyendo.

    Te invito a que despellejes el mio a gusto:
    https://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-40/6901

    Escrito el 22 enero 2017 a las 12:46

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