El Legado de los Mass - por Kein V. Raad

Se giró al escuchar el grito de Christine y retomó su postura tras ver pasar la sombra, así de entendedor de tales menesteres era Raúl. En su cuaderno, el recién nombrado experto anotó la hora aproximada del suceso y junto a ella, una respectiva nota. Con intención de leerla, la joven se acercó rápidamente al escritorio, pero afortunadamente Raúl logró evitarlo. El procedimiento no admitía errores.

La casa de los Mass era tan aterradora como inofensiva para su anfitriona. Christine simplemente se espantaba porque aún no se acostumbraba a su incipiente reinado de la oscuridad. Cuando Raúl dijo que tendría que vivir en la enorme casa, Christine lo consideró una broma; sin embargo, fue su misma cliente quien luego de varios días lo sugirió sutilmente. Ésta renegaba de la casa que su abuela le había dejado antes de morir; de haber decidido refugiarse allí días después del divorcio de sus padres. En tres meses su vida se había convertido en un insomnio tan eterno como la misma.

Esa noche era especial, el trabajo de Raúl al fin tendría resultados concretos. Un año exacto había pasado desde la muerte de la abuela de Christine y la oportunidad para deshacer su indeseable legado estaba servida. Esperar un nuevo aniversario no estaba entre los planes, aunque la señorita Mass, que era precisamente eso, no había tenido hija y mucho menos nieta. El paso de dos generaciones estaba aún muy lejos.

Finalizando labores de reconocimiento del caso, Raúl fue un día testigo de un fuerte quebranto en la cordura de Christine. En ese momento comprendió cuánto significaba para ella acabar cuanto antes con su tortura. Sus muestras de alegría eran cada vez más efímeras; sólo restos de su jovial personalidad permitían aún reconocerla con seguridad.

Faltando escasos segundos para las once, Christine se vio rodeada de sangre al despertar de un breve sueño en el sofá, esta vez el grito que dejó salir fue mucho más estruendoso, con mucha más ira que miedo. Raúl procedió a tomar el consecuente registro de lo ocurrido en su cuaderno.

Raúl conocía de antemano y con certeza lo que podía lograr, pero no se encontraba convencido de poder revertir el final. El debate en su mente era permanente. Solía dejar sus lentes en algún mueble y subirse a un pequeño taburete para quedarse absorto viendo su reflejo en el espejo. Pero al ver el deplorable estado de Christine sus dudas parecían desaparecer.

Media noche, un coro siniestro acompañó la imponente entrada de Christine a la sala. Lucía un vestido negro, pero en realidad, no tan intimidante como su mirada fija. Raúl temblaba mientras escribía la que sería su última anotación. La reina de la oscuridad, ya en pleno ejercicio, se fue acercando a Raúl mientras éste extraía de su maletín un arma enigmática y leía de su cuaderno, sin que se le entrecortase la voz, los tres conjuros correspondientes al acto.

Fue así como Christine finalmente entendió lo que sucedía e hizo un gesto retador. Raúl no tuvo el valor de actuar como cobarde ante ella y se lanzó a hacer lo que sabía que era necesario.