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El púlpito - por Ubarte

Se giró al escuchar el grito.

Graciela no estaba.

Hacía tan sólo un segundo Claudio contemplaba con placer y disimulo su silueta. Ella estaba vuelta de espaldas, mirando hacia una nada de niebla que lo cubría todo, la melena negra agitada por una brisa suave y helada. Y entonces, un grito corto, ahogado. Donde hacía un momento se alzaba su figura diminuta y sinuosa, agarrada a su marido Esteban ante la cercanía del precipicio, ahora sólo estaba él. Graciela se había esfumado.

<<Dios mío, Graciela. No debimos venir.>>

Pero su mujer, Laura, y Esteban habían insistido.

Aquella mañana los cuatro se habían reunido muy pronto en el restaurante del hotel. Graciela fue la última en llegar. Claudio se deleitó con el movimiento lento pero preciso de las pocas cabezas masculinas del salón orientándose como un único ser hacia la aparición de Graciela. Llevaba unos tacones anchos y no demasiado altos, unos tejanos azules bien ceñidos y un suéter rojo también muy apretado.

<<Miradla chicos. Miradla lo que queráis, pero no es vuestra, ni siquiera de su marido. Es toda mía>>.

Claudio sintió una potente erección viéndola acercarse a la mesa. Cuando ella llegó saludó y sonrió, pero al cruzar sus miradas supo que esa sonrisa estaba dedicada en exclusiva a él. Se dio cuenta también entonces que estaba perdidamente enamorado

Su relación comenzaba apenas un año antes. Los cuatro, Esteban, Graciela, Laura y él, solían verse todas las semanas. Sin embargo ,aquel sábado tanto Esteban como Laura cayeron enfermos y solo ellos acudieron a la cena de antiguos compañeros. Nadie se extrañó cuando abandonaron juntos el restaurante. Tampoco ellos se extrañaron cuando, una hora después, se devoraban a besos en la habitación de un hotel.

Desde aquel momento consiguieron verse al menos dos veces al mes y en cada ocasión esa espera se les antojaba más penosa. Y ahora, en estas vacaciones en Noruega, Claudio se subía por las paredes. Verla cada día sin poder tocarla, besarla…

Además, aquella mañana, le poseía cierto sentido de culpabilidad. La noche anterior, después de no sabía cuando tiempo, había hecho el amor con su mujer. Incluso por un momento, tan apasionada se había mostrado ella, dejó de pensar en Graciela y había besado con auténtico entusiasmo los pechos y el cuello de Laura.

Tras el desayuno, Esteban insistió en visitar el Preikestolen. Graciela y él se opusieron, el tiempo no acompañaba y para llegar allí había que caminar unas cuantas horas. Además, la niebla densa que lo cubría todo no parecía que fuera a disiparse. Sin embargo, para extrañeza de Claudio, Laura se mostró entusiasmada con la excursión. Su mujer no era amante de caminar. Acabaron yendo.

La niebla persistía, hacía frío, estaban solos allí arriba, en el <<Púlpito>>. Claudio miraba a Graciela, pensando en regresar a este lugar solo con ella. Estaba decidido, la amaba. Luego se volvió ante una pregunta de Laura y entonces escuchó el grito.

En dos zancadas fue hasta el borde del precipicio. Nada se oía, tan sólo el sonido del viento.

—¡Dios mío! ¡Graciela! ¿Esteban…cómo…?

Miró a Esteban. Los ojos de él estaban clavados en los suyos. Tuvo un destello de conocimiento que explotó en su mente, una certeza paralizadora. Sintió la mano de él apoyada en su brazo, luego sus ojos desplazándose hacia la izquierda, a su espalda. Se volvió, ese giro pareció llevar mucho tiempo. Allí estaba Laura, a muy poca distancia de él. Sonreía. Un borrón de movimiento, las manos de ella en su pecho, un empujón. Y de repente no había nada bajo sus pies. Profirió un grito escaso, ahogado. Cayó.

Mientras recorría los seiscientos metros que le separaban de la roca, no emitió ningún sonido. La niebla, el frío y el intenso terror lo eran todo. No vio su vida pasar ante los ojos, no había tiempo, ni tampoco el cuerpo destrozado de Graciela esperándole al fondo del acantilado, muy cerca del agua. No vio, porqué no podía, a Esteban y a Laura fundidos en un abrazo más que apasionado. Sí contempló el súbito resplandor dorado que adquiría la niebla a su alrededor, pero no el sol asomando tímido tras una nube. Luego ya no vio nada.

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4 comentarios

  1. 1. Marcos Sebastiá dice:

    Hola Ubarte.

    La frase: “<>”, bajo mi opinión no suena bien “(Miradla lo)”. La frase la haría de esta forma: “<>.”

    En la frase: “Pero su mujer, Laura, y Esteban habían insistido.” la coma después de Laura creo que sobra. Cuesta emparejar a las personas, no me ha quedado claro quien es quien en la historia, deduzco tras leer 2 veces el texto que Claudio es el marido de Graciela, ¿no?

    El argumento es muy bueno, me ha tenido atrapado desde el principio hasta el final, imaginaba las escenas, ha sido una lectura muy entretenida.

    Ánimo y sigue escribiendo.

    Un saludo.

    Escrito el 19 enero 2017 a las 10:55
  2. 2. Marcos Sebastiá dice:

    Upsss…: No entiendo como se ha podido suprimir el texto que va entre “”… El texto que va entre “” es este: “<<Miradla chicos. Miradla lo que queráis, pero no es vuestra, ni siquiera de su marido. Es toda mía.

    La frase la haría de esta forma: “.”

    Escrito el 19 enero 2017 a las 10:59
  3. 3. amadeo dice:

    Ubarte:
    Buen texto. Lo único que comentaría es que se me confundieron los personajes, Me costó saber quien es esposo de quien y viceversa. Tal vez con descripciones de las características de cada uno, ayudaría

    Estoy en el 96
    Amadeo
    Buen final

    Escrito el 22 enero 2017 a las 19:46
  4. 4. Emilio dice:

    Hola Ubarte, gusto de saludarte. Tienes una buena historia pero me fue difícil entender no solo a los personajes si no que también el tiempo y la ubicación de todo el relato. Si la escritura fuera un poco más ordenada se pudiera entender mucho mejor. Coincido con un mensaje anterior, el final me gusto. Éxitos en tus futuros escritos.

    Saludos, Emilio.

    Escrito el 27 enero 2017 a las 17:36

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