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Noches tristes - por A.M.

Darío está pensativo, con el cigarrillo entre los dedos. Se encuentra sentado en una silla frente a la ventana, en el antiguo piso madrileño en el que vive. Observa el movimiento de las hojas de los árboles que están en la calle, mientras se dedica a expulsar lentamente el humo del tabaco. Unos pocos minutos antes, estaba despidiendo en la escalera al menor de sus hijos, Manuel, que había decidido hacer una visita para felicitarle su reciente cumpleaños. Desde que su esposa falleció, hace ya doce años, Darío vive aquella fecha en soledad. El anciano piensa que cuando se es un nonagenario como él, el mejor regalo que le puede dar a uno la vida todos los años es poder llevar la vejez con cierta dignidad, conservando la cabeza y sin ser una carga para los demás. Eso hacía que su familia no hubiera decidido aparcarle en un geriátrico por el momento.

Había estado conversando aquella tarde de asuntos habituales a tratar entre un padre y su hijo, sentados en el elegante sofá negro que hay en el salón, frente a la mesita de cristal que tiene en el centro. Darío no deja de dar vueltas a la respuesta de su hijo al preguntarle por su familia. Había dicho que los chicos ya no vivían en casa, que se habían independizado y que estaban tan mayores que seguramente no les reconocería. Él le había respondido que si hubieran ido a verle más a menudo, sería más fácil reconocerles cuando les viera. Tras su tajante respuesta, Manuel había pasado a hablar de su mujer. De cómo todo seguía bien entre ellos y cómo se estaban acostumbrando a vivir solos. Pero Darío conoce bien a su hijo y sabe que no es tan feliz. Le delataba el cansancio en su mirada, propia de alguien que trabajaba más de lo que debería, tal vez para refugiarse de sus problemas familiares.

Ahora se concentra en apagar el cigarro en el cenicero que tiene junto al frasco de pastillas. Juguetea con la alianza entre sus dedos y le viene al recuerdo Rosita, su mujer. Se levanta para coger su foto de cuando era joven, en blanco y negro. La había querido intensamente hasta el final, y lamenta que el de su hijo Manuel sea uno de esos tantos matrimonios a los que se les acaba el amor de la noche a la mañana, en los que lo único que queda es un acuerdo para compartir los bienes.

Suspira entristecido. Mira su tenue reflejo en la ventana y se imagina como aquel joven periodista que una vez, por los años cuarenta, se arreglaba frente al espejo en una habitación del Hotel Esplendor, en Buenos Aires. Entonces tenía bastantes arrugas menos y debía entrevistar a una prometedora cantante de tango cuya carrera apenas acababa de comenzar. Recuerda que la estuvo esperando en el vestíbulo durante largo rato hasta que apareció. Al ver aquellos hermosos ojos negros por vez primera, sintió un amor roedor en sus entrañas. Ella le propuso pasarse aquella misma noche por el café El Nacional para oírla cantar. Darío todavía la imagina bajo la luz naranja del escenario, acompañada de la orquesta. Su don para cantar era portentoso, y recuerda que tras aquella actuación la felicitó. Ella agradeció mucho el halago y accedió a bailar un tango con él. Su amistad se consolidó a medida que se veían en los bares y clubes nocturnos para bailar, hasta que se dieron cuenta de que se amaban. Entonces comenzaron los paseos por Buenos Aires y las escapadas románticas. Su historia de amor solo se vio amenazada todos estos años por aquel secreto que Rosita, afligida, le acabó confesando. Darío recuerda todavía el momento. Entre lágrimas, le dijo que estaba casada con un marido que la trataba como un trofeo y como talismán en el juego. Se marchó aquel día diciendo que no se verían más y que no podía seguir con aquella farsa. Menos mal que él le propuso irse a Madrid por amor y empezar de cero juntos, piensa.

Piensa también, mientras mira el retrato de su Rosita, que prefiere ser él quien la eche de menos, y que no haya tenido que ser ella la que se quedase viuda.

Ahora pone en marcha su viejo tocadiscos, pues sigue encontrando en los tangos que escucha la mejor manera de acompañar su soledad. Vuelve a la ventana para ver anochecer. Mientras tanto, nostálgico, escucha la voz de Carlos Gardel cantando “Mi noche triste”.

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7 comentarios

  1. 1. Guagner dice:

    Es una escena nostálgica y tierna. Eso está muy logrado.
    Me parece que hay un problema con la historia, nunca termina de tomar rumbo. Primero parece que tiene que ver con el hijo, o la familia. Después con su propio pasado. Y termina pensando en algo que no devela un gran misterio para él.
    Los diálogos podrían tener formato de diálogo, es una cuestión de estilo, pero me parece que tendrían más fuerza.
    Otra cuestión es que hay demasiado contado y poco mostrado. Supongo que tiene que ver el largo permitido ahí. Lo mismo con los recuerdos: el protagonista debería “transportarse” a ese momento.

    Escrito el 17 febrero 2017 a las 20:19
  2. 2. Edetana dice:

    Hola! Me ha gustado tu relato, bien estructurado, de tono nostálgico, en el que reflejas muy bien el estado de ánimo del protagonista. Lo he leído sin dificultad, pero el fragmento que dedicas a sus recuerdos se me ha hecho un poco largo. Quizás has querido contar demasiadas cosas en poco espacio. Por lo demás, me ha parecido una bonita historia bien contada.
    Saludos

    Escrito el 18 febrero 2017 a las 12:14
  3. 3. Marián dice:

    Hola A.M. Tu texto me parece muy tierno y me ha gustado.
    Yo te sugiero que incluyas algunos diálogos directos, por ejemplo en el párrafo segundo, en la conversación con su hijo, porque aligerarían un poco el relato.
    Y te diré que me sorprendió que, al final, el tango que escuchaba no fuera de Rosita.
    Me parece que el reto no está bien conseguido porque hay muchos verbos en tiempo pasado aunque tengo bastante confusión al respecto.
    Saludos, (121)

    Escrito el 20 febrero 2017 a las 12:11
  4. 4. SUH dice:

    Hola A.M. me he quedado un poco pensativa después de leer tu relato. Me gusta que transmite esa emoción de Darío, de su nostalgia por el pasado. Lo que me ha molestado es que siento que Darío es el protagonista y hubo mucha descripción del hijo y su familia que no tienen aporte al final de la historia.
    Saludos.

    Escrito el 22 febrero 2017 a las 02:38
  5. 5. Arnoldo Supiar dice:

    Estimado/a A.M.:

    Enhorabuena. Es una gran historia muy bien contada. Con todo respeto por mi parte y desde mi particular punto de vista, me parece que en vez de contar la historia, estás explicando la historia. Es decir, pareces un/a critico/a literario/a haciendo un comentario sobre un relato que has leído. Es como la contracarátula de un DVD. Creo que más que “explicar” la historia tienes que “mostrarla”. Creo que tienes mucho potencial. Espero haberte ayudado.

    Un saludo,

    Arnoldo Supiar.

    Escrito el 25 febrero 2017 a las 10:40
  6. 6. Wurunkati dice:

    Es una bonita, aunque triste y melancólica, historia de amor.
    En estos casos siempre te quedas con ganas de conocer más de saber cómo fue aquello. Me choca un poco que ella le ocultara unos años su secreto. En mi imaginación ella tenía que dejar de cantar tangos para huir precipitadamente de Argentina y por eso solo les quedaba Gardel.
    Lo siento, me he emocionado…
    Buen trabajo

    Escrito el 25 febrero 2017 a las 13:44
  7. 7. A.M. dice:

    Muchas gracias a todos los que habeis comentado mi relato hasta ahora. Me hace ilusión siempre que veo un comentario de alguien que lo ha leído y quiere compartir su opinión, como supongo que nos ocurre a todos. Estos comentarios me resultan además bastante útiles para mejorar, y no hay ninguno del que no se pueda obtener algo interesante.

    Un saludo.

    Escrito el 25 febrero 2017 a las 18:10

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