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BUSQUEDA - por MT Andrade

Es viernes de tarde. Bajo por la improvisada escalera, no muy larga, y entro en el sótano, grande, enorme, con escasas sillas y mesas. La luz es exigua, las paredes tan oscuras que impiden conocer los límites del lugar. Parecería infinito.
Más atrás, contra la pared del espejo grande, en una esquina del piso de madera rústica; allí donde reina el piano, varios hombres han comenzado a retirar los instrumentos de sus estuches; bandoneones, guitarra y violín.
Hay ambiente de tango. De tango sentimental y valeroso. Me siento afortunado.

La veo. Detrás de la barra ella prepara su propio coctel, una copa cónica de color verde con una rodaja de naranja en el borde. Luego camina despacio desplegando la negrura de su vestimenta de mujer. En su andar armónico, deslumbra la blancura de su pierna toda, en el cruce del tajo de su pollera. Se sienta, leve, en la mesa de siempre. Inclina la cabeza con su gacho negro, del que pende un velo. No la distingo, no sé siquiera su nombre, los asiduos concurrentes la llaman la viuda. Alguien me lo ha dicho. Como otras noches de viernes, no puedo moverme, siento que mi alma la comprende.

Despierto sobresaltado. Doy vueltas en la cama. Estoy fatigado y atontado. Mi mujer duerme a mi lado indiferente. Miro su rostro dulce, casi inocente. No sé por qué, estoy triste.

Regulo los tiradores con esmero, veo resplandecer el lustre de mis zapatos al pie de mis pantalones a rayas verticales. Ajusto mi sombrero aludo algo de lado y espero que el espejo me devuelva esa imagen de galán arrabalero que busco. Encuentro una mesa próxima a la suya y dejo sobre una de las sillas el poncho y el facón.
Otras noches, en otros sueños, he intentado hablarle, acompañarla en su mesa, pero no he obtenido una sola palabra como respuesta. Ya no lo intento.

Vuelvo a cambiar de posición en la cama, tomo agua. Mi mujer sigue ahí, dormita hermosa, como en una nube.

Voy hacia la pista. Ella está de pie esperándome. La tomo entre mis brazos. Comienza a girar ingrávida y me arrastra en sus movimientos alegres, épicos.
Me inclino sobre ella. Huelo su aliento fresco. Ella se escurre girando sobre su pie izquierdo.
Juega conmigo como el gato con el descorazonado roedor. Casi como la letra de la música que suena.
En su largo dedo he visto refulgir su aurea alianza. Mientras bailo, sueño que tiene un maleficio. Que ha sido conjurada desde los inicios del tiempo para separarla de mí.
Continuamos girando. Todo el movimiento está acotado, un pequeño círculo imaginario es el escenario. A nuestro lado otros bailarines se mueven presos en un espacio similar. Ella gira y me arrastra en sus movimientos tristes, casi agónicos.
Al otro lado del espejo, los bailarines se han detenido y nos observan. La música allí es más fuerte y más rápida, aquí es más lenta. Detrás del espejo alguien canta, aquí alguien llora.

Un sonido me despierta, vuelvo a mirar a mi mujer. Continúa en la misma posición. La veo algo borrosa, duerme, pero su expresión ha cambiado. ¿Habrá soñado conmigo? ¿Con mi pinta de calavera en el barrio tenebroso?

Ella ha regresado a su mesa, de su cartera negra extrae un frasco de exótico perfume y lo esparce al aire en su entorno. El aroma lento llena el recinto. Pero, al destaparlo la música cesó. ¿Volverá ella el viernes próximo?
Del otro lado del espejo el baile no ha comenzado aún. Estoy yo y está ella. Ella y yo solos. Su talismán no ha funcionado en ese mundo de amantes.

Miro a mi lado. Ha dejado un regalo sobre la cama, miro alterado, es el chal negro atado a su sortija. Ya no volverá el viernes próximo.
Intento ver a mi mujer dormir plácidamente. Mañana le contaré mi secreto. Le hablaré del enigma de la viuda cuyos sueños me han cautivado. Ha oscurecido tanto que casi no la veo, la cama me parece vacía. Entonces alargo mi brazo, intento tocarla aunque se sobresalte.

Despierto solo como siempre, como en los últimos días. Las sábanas trenzadas, parte de ellas en el piso. Mi almohada mojada. Tengo la boca seca. Miro el techo. El viejo reloj de péndulo. Tañe. Cuento los golpes. Son doce. El chal negro de ella, atado a la sortija continúa ahí, sobre su almohada vacía.

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5 comentarios

  1. 1. Maria Jesús dice:

    Mientras leía tu relato, me parecía estar escuchando un tango, triste y a la vez apasionado, de amantes que se buscan y no terminan de encontrarse. Me ha gustado mucho.

    Escrito el 18 febrero 2017 a las 13:26
  2. 2. Maria Jesús dice:

    Me ha parecido estar escuchando un tango triste y apasionado mientras leía tu relato. Muy bonito.

    Escrito el 18 febrero 2017 a las 13:40
  3. 3. Laura dice:

    Hola M.T.Andrade.
    Me ha encantado tu relato, de principio a fin. No he encontrado nada que señalar más que la belleza que nos remonta a tu escenario de tango.
    Felicitaciones.
    Si te place, estoy en el 33.

    Escrito el 20 febrero 2017 a las 10:40
  4. 4. violeta dice:

    Hola M.T.Andrade.
    Es un relato muy bonito e intenso. Un sueño lleno de pasiones, encuentros y desencuentros.Me ha gustado.
    Saludos!

    Escrito el 21 febrero 2017 a las 10:05
  5. 5. Amanda Quintana dice:

    Me llevaste a un plano intermedio donde no supe -ni quiero saber- cuál de los dos es el sueño, si el de la esposa o el de la viuda con el chal negro. Hermoso relato, genial la forma de escribirlo.
    Excelente! Felicitaciones!

    Escrito el 25 febrero 2017 a las 02:53

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