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El mentiroso - por Juan Chukofis

Web: http://www.nadiesabeellugar.blogspot.com.ar

Papá decía que las cosas que habían pasado en la casa de enfrente eran “cosas que pasan”, accidentes. A nosotros nos gustaba llamarla “la casa de la escalera encantada”. Mamá no decía mucho pero tenía sus dudas. Y abuela Ramona, incrédula, también desconfiaba.
Papá también decía que nunca teníamos que alejarnos de casa, sobre todo cuando él no estaba (que era casi siempre). Porque si estábamos lejos cuando “la noche se traga al día” (así lo decía) “pueden despertar a los seres hambrientos del inframundo” (así también lo decía).
Por aquel tiempo no sabíamos muy bien qué quería decir todo eso. En nuestra imaginación desfilaban personajes de miedo (de las películas que hermano mayor veía) como el hombre de la bolsa, la bruja depravada, el espantaniños, el hombre polilla, la marsopa desequilibrada. En el silencio oscuro de nuestro cuarto imaginábamos a todos esos horribles monstruos deambulando por las calles. Y una vez que la noche vomitaba al amanecer los veíamos buscar refugio en la casa de la escalera encantada. Por eso Rita, la dueña de la casa, nos daba miedo
Varias noches hicimos el intento de aguantar despiertos. Para espiar con espanto el momento del regreso de las bestias. Pero, a veces antes, a veces después, siempre, nos vencía el sueño.
No sospechamos nada al principio cuando no vimos más a Rita. Papá nos dijo que había tropezado y rodado por las escaleras. Tampoco en el barrio llamó la atención: Rita sabía manejarse muy bien sola, pero ya tenía cerca de 90 años. Vino la ambulancia y ella nunca más volvió. Abuela Ramona estaba desolada: era la última amiga que le quedaba. A los pocos días, una mañana, apareció su único hijo, Filomeno, arrastrando una valija estropeada marrón. Papá dijo que le estaba llevando una muda de ropa a Rita al hospital. Filomeno tampoco volvió a la casa. Después de un tiempo se instaló una familia desconocida. Un matrimonio joven con un hijo. No se metían con nadie. Papá decía que eran ocupantes ilegales. Pero nunca nadie se quejó abiertamente, quizás por miedo a enfrentamientos innecesarios. Nuestro barrio era tranquilo. De gente mayor. Pero ellos, el matrimonio y el hijo, al final, también se fueron, pocos días después, sin necesidad de que alguien llamara a la policía.
Una madrugada escuchamos gritos. Vimos al padre con el hijo en brazos, en la vereda. La cuadra entera salió a ver. El reflejo de una sombra de luz de calle ennegrecía la cara del chico bañada en sangre; disimulaba, también, un agujero profundo, letal, en la cabeza. La mujer, al lado de su marido, gritaba desesperada. Le echaba la culpa a la casa, a “esa escalera que se mueve”. Al día siguiente papá nos dijo que el chico era sonámbulo y que había bajado las escaleras. Tropezó antes del último escalón y golpeó la cabeza contra el piso. Esa fue la versión que circuló entre los vecinos.
Pasó el tiempo. Habíamos enterrado el miedo a los monstruos. La casa ya tenía el deterioro propio del abandono y del encierro. En las tardes, desde la vereda, podíamos ver, en parte, el interior: la gruesa capa de polvo sedimentada en los pisos, las telarañas grises colgando de los ángulos de las paredes y de los techos; imaginar también la humedad y el olor a madera pudriéndose. Una madera que había perdido su forma original. Era como un cuerpo comido por el tiempo y los gusanos que deja ver parte de su esqueleto. El óxido rancio de los postigos; ventanas despojadas, poco a poco, de los vidrios. Por la desidia natural de la espera y las piedras que, en los momentos de aburrimiento, tirábamos. Desde los jardines, los yuyos crecidos, imparables, verdes, amarillos, invadían el interior. Daban un color más vivo, tristemente alegre. Por las paredes exteriores enredaderas tupidas penetraban y envolvían la casa. La atmósfera del lugar parecía permanecer quieta, imposibilitada de mezclarse con el afuera.
Quizás fue esa aparente quietud la que, entre otras cosas, nos movilizó a entrar. También las dudas que siempre habíamos sentido. Ahora no dejo de pensar que si no hubiéramos creído a papá, hermana menor estaría viva.

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6 comentarios

  1. 1. Jose Luis dice:

    Hola
    Interesante relato de suspense, con un toque psicológico, me parece. Dominas la metáfora, la descripción, y eso nos imbuye en el mundo creado por tu persona en este cuento, que es incluso algo macabro al final. Hay cosas que no entiendo, como lo de quitar el artículo que precede al nombre de algunos personajes, pero supongo que no es un error, que es adrede. Por ejemplo: “hermana menor estaría viva.”
    En resumen, creo que tu cuento está logrado y es entretenido.
    Un saludo

    Escrito el 17 marzo 2017 a las 18:46
  2. 2. Juan Barcena de Amenabar Pastor de Castros dice:

    Hola Juan. Primero de tode decirte que esto me recuerda a los “crepypastas” típicos que se pueden encontrar por internet, o como siempre se han llamado, leyendas urbanas, por lo menos donde vivo yo.
    No me queda muy claro si la familia se va o se queda por que en el parrafo anterior dices que la familia se fue a los pocos dias y después escribes que el niño salió de la casa con un agujero en la cabeza.
    Escribes, “la noche vomitaba al amanecer” y de la sensación que la noche al amanecer vomita. Yo hubiese escrito mejor: la noche vomita EL amanecer.
    Me encantan este tipo de historias muchas gracias por compartirla con nosotros.

    Escrito el 17 marzo 2017 a las 19:13
  3. 3. ortzaize dice:

    hola Juan. una historia de misterio muy tragica, sangrienta imaginaria, por eso te me ha tenido pendiente toda la historia.
    tu lenguaje me cuesta a veces comprender, tengo que volver a leer, pero asi aprendemos unos de otros,
    gracias me ha gustado.

    Escrito el 19 marzo 2017 a las 11:54
  4. 4. Maria Jesús dice:

    Hola Jose Luis, tu relato es escalofriante, te imaginas perfectamente todo lo que describes, a mí al contrario de lo que han dicho por ahí arriba, me ha gustado que quites el artículo que precede al personaje, eso le da carácter. Y la frase “la noche se traga al día”, me ha encantado. No es el tipo de lectura que yo prefiero, pero no le quito mérito. Se la daré a leer a mi hijo, que a él si le gustan. Un saludo.

    Escrito el 22 marzo 2017 a las 21:57
  5. 5. Maria Jesús dice:

    Perdona, te he cambiado el nombre, Juan.

    Escrito el 22 marzo 2017 a las 22:00
  6. 6. Diego coppa dice:

    Juan, me gustó mucho. Me gustaría algo más del final como que termina muy rápido. Quizá decir que el padre le hechó la culpa al hijo pero en general el cuento está bien.
    Cabría justificar por qué la flia del que cuenta la historia no se mudaron a otro lado. Con un simple “pasábamos un mal momento económico”. alcanza.
    La hermana quedó muy lejos fíjate de mencionarla por el medio para que no sea una sorpresa que tenía una hermana.
    En general me gustó.
    Pasá por el 128, el mío.
    Saludos

    Escrito el 24 marzo 2017 a las 00:58

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