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El Bolso - por Elena Mahía

Susana esperaba que la migraña se fuese mitigando. Desde hacía cinco años acudía todos los viernes al cementerio, pero en pocas ocasiones le había dolido tanto la cabeza como esa tarde. Deseaba llegar a casa y acostarse. Las sienes le palpitaban y por momentos sentía que le faltaba el aire.
Dejó sobre la piedra fría de la lápida, el ramo de flores que había comprado de camino. No sabía el nombre de flores, sólo le parecieron muy bonitas. La dependienta se lo había dicho, pero había pagado sin prestar atención a sus palabras.
Recogió la maceta con las flores marchitas de la semana anterior y al sacarlas, se quedó perpleja y extrañada al descubrir en el fondo, un pequeño bolso de mujer de color negro.
Miró a su alrededor. Nadie la miraba. Hacia su derecha, una mujer gruesa limpiaba un panteón a unos metros de donde ella estaba y al fondo, un matrimonio charlaba alegremente mientras se dirigía hacia una de las salidas laterales.
Tomó el bolso con cuidado entre sus manos. Sin lugar a dudas alguien lo había colocado allí. Sus ojos y su boca se abrieron en un gesto de auténtica sorpresa. Estaba lleno de billetes. Era difícil calcular la cantidad, pero sin duda, era más dinero del que había visto junto en toda su vida.
Buscó en un bolsillo interior alguna identificación, no había ningún dato sobre su propietaria. Así que colocó la maceta con las flores frescas en su sitio, recogió su rebeca blanca y metió el bolso de los billetes dentro del suyo, mucho más grande y viejo, y se dispuso a ir a la comisaría.
Faltaba poco para que el sol se pusiera en el horizonte y ya no quedaba nadie allí. La mujer gruesa y morena salía en ese momento por el gran portalón negro de la entrada principal. A medida que caminaba por el sendero de grava una idea acudió a su mente: en vez de ir a la comisaría, podía quedarse con ese dinero. Lo cierto es que lo necesitaba.
Susana apuró el paso. Estaba acostumbrada a la soledad del lugar, pero sin saber por qué se sintió intranquila.
Un repentino repiqueteo en las sienes la hizo gemir de dolor. Le temblaban las piernas y tuvo que apoyarse en el portalón negro, por el que hacía solo medio minuto había salido la otra mujer.
Su rostro afilado empalideció y se contrajo en una mueca. Un martillo dentro de su cráneo golpeaba rítmicamente pum,pum….Se le nubló la vista…Temió perder la consciencia, pero respiró y abrió los ojos. Las lápidas grises y negras aparecieron ante ella.
Se sentó sobre el bordillo de la acera que bordeaba el cementerio. Meditó la posibilidad de que alguien conociese sus aprietos económicos y desease ayudarla. Se había quedado viuda con 32 años, sola, sin marido, sin hijos y sin otra familia cercana. Pero había salido adelante, aunque con infinitos esfuerzos.
De repente le pareció escuchar unos pasos, dudaba de si eran realmente pasos o el latido frenético de su corazón, sin embargo se escondió detrás del portalón.
-Mierda!! – se escuchó como un trueno en la quietud del cementerio.
Susana asomó la cabeza con cuidado. Al lado de la lápida de su marido vio a un hombre corpulento que buscaba nervioso. Tiró con violencia las flores y también las de las lápidas vecinas.
El cementerio se estaba sumiendo en la oscuridad y desde su improvisado escondite no alcanzaba a distinguir el rostro del hombre, aunque el tono de su voz la hizo temblar.
Escuchó los pasos apurados de otra persona sobre la grava y sintió más miedo aún. Se llevó la mano a la boca, unas náuseas potentes hicieron aparición. No sabía por qué, pero no quería ser descubierta. El dolor de cabeza se hizo insoportable.
-Sabes que tenemos que recuperar ese dinero- le oyó decir a uno de los hombres mientras pasaban a su lado.
-Marco nos dirá si el tipo ahí enterrado tiene familia…..-la voz se fue alejando y Susana no pudo escuchar más.
Claro que el tipo tenía familia! Ella era su familia. Y en una ciudad tan pequeña como aquella, era verdaderamente fácil averiguarlo.
Permaneció escondida hasta mucho después de que los hombres se hubieran marchado.
Era consciente de que no volvería allí en mucho tiempo, quizás nunca. Echó un último vistazo a la tumba de su marido, se secó las lágrimas y se marchó, aturdida por el giro que acababa de dar su vida.

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4 comentarios

  1. 1. amadeo dice:

    Elena Mahía:
    Buen texto. Se lee de corrido. No encontré tema para comentarios adversos, solo que no termino de explicarme tanto dolor premonitorio.
    Excelente trabajo
    Estoy en el 122 si gustas leerlo y comentar, agradecido
    Amadeo

    Escrito el 18 abril 2017 a las 19:22
  2. 2. Silvia Peregrina dice:

    Elena Mahía: sufro de migraña y la descripción que hacés de ella es perfecta: los latidos, las náuseas, el martilleo, la vista nebulosa…¡tal cual!!

    La alegría de haber encontrado dinero se trastoca en el terror de la amenaza, cambio que lograste mostrar muy bien. El relato atrapa desde el principio y la sensación de terror del final está, también, muy bien lograda.

    ¡Felicitaciones por tu trabajo!!

    Escrito el 18 abril 2017 a las 22:05
  3. Hola,Elena Mahía.
    Buena historia se lee muy rápido, pero me faltó algo más. Desarrollar más el final.
    * En cuanto a los diálogos se usa guión largo — (Alt+0151) igual que para los incisos dentro del diálogo.
    * Si cierras un signo lo tienes que abrir y no se colocan dos casi nunca. -Mierda!! – se (—¡Mierda! —se escuchó como…)
    * Solo se ponen tres puntos el último funciona como cierre y antes de la enumeración yo pondría una coma. (/rítmicamente pum,pum….Se le nubló la vista…/ rítmicamente, pum,pum… Se le nubló la vista…
    Creas muy bien la tensión y llevas al lector al desenlace sin perder interés.
    Un buen relato.

    Escrito el 19 abril 2017 a las 09:22
  4. 4. Clau Cruz dice:

    Hola Elena

    Gracias por tu comentario a mi relato, lo tomaré en cuanta. El tuyo me ha gustado mucho… me mantuvo enganchada de principio a fin, en verdad, que moría de nervios de que la descubrieran.

    Coincido con Silvia Peregrina, en dos cosas: el padecimiento de la migraña y en considerar buena tu descripción de la misma.

    Felicidades por tu buen trabajo.

    Nos seguimos leyendo.
    Bendiciones.

    Escrito el 20 abril 2017 a las 23:11

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