¿El espía? - por Iñigo

Susana esperaba, pienso que ni ella sabe a qué. La veía todos los días desde la ventana de mi habitación. Corría levemente la cortina, se asomaba y cuando me veía se volvía a meter. No salía hace bastantes días, quizás ya un mes. Antes a media mañana solía pasear a su yorkshire bajo su paraguas rosado y su aspecto juvenil mientras se le oía cantar. Ahora cuando abría la ventana llegaban los ladridos lastimosos del animal. Tampoco arrastraba el carrito de la compra bajo el paisaje mojado mientras reía a carcajadas. Empecé a dar vueltas por mi casa pensando, no imaginaba a que se debía ese cambio.
Los días seguían pasando, el sol se hacía protagonista de ellos. Los gritos de los niños llegaban a mi ventana, unos montados en los columpios, otros se agolpaban e en el tobogán. Mientras las madres distraídas chillaban contándose los últimos chismorreos. Pero eso no me apartaba la vista de su ventana. En ella se podía ver su figura raquítica sentada reflejada en las cortinas. Exploté, empecé a llorar pegando un puñetazo a la mesa. No recordaba a esa mujer triste, creo que nunca lo había estado, me enjugué las lágrimas.
No aguanté más llave, cogí la llave que aún conservaba y subí hasta su piso. Me acerqué a su rellano, me temblaba todo el cuerpo. Unos sollozos que provenían del interior me alertaron y de puntillas mire por la mirilla. Pude ver una figura muy alejada de la Susana que yo conocía. Era una persona huesuda con el pelo largo canoso que caminaba con dificultad de un lado para otro con los ojos perdidos. Temblando llamé al timbre, notaba como el sudor me caía por la frente. Tras unos segundos esperando vi como una silueta menuda se acercaba a la puerta. Al llegar dijo con voz andina en tono serio:
__ ¿Quién es? La señora Susana no puede recibir visitas, tiene una gripe muy fuerte.
__Vale __contesté, mientras noté como una lágrima me resbalaba por la mejilla.
Baje a la calle, la figura de Susana ya no se reflejaba en la cortina. Los días iban pasando, ya no se veía movimiento en su casa.
Un día de trabajo, cogí el paraguas, Noté como el viento me daba en la cara. Las primeras gotas empezaron a precipitarse. Alcé la vista hacia la ventana de Susana, sonreí, una débil luz iluminaba su habitación. La sonrisa se dibujó en mi cara y no se me quito en toda la mañana.
Cuando salí de trabajar el diluvio continuaba, gran cantidad de charcos profundos se habían apoderado del suelo de la ciudad. Me arremangué los pantalones del traje al tiempo que controlaba mi paraguas. Este estaba teniendo una lucha encarnizada con el viento. Se dobló y el agua me empezó a caer en la cara. Entonces vi algo en el parque de los columpios, una silueta reptaba por el tobogán de arriba abajo con el vestido rosa empapado de agua de lluvia. Al instante la identifiqué. Era Susana, había recuperado el color de la cara, hasta hace poco mortecina. Reía mientras resbalaba con su melena, otra vez rubia, seguido por su perro que chillaba mientras le lamía la cara .Me acerqué a unos pocos metros ,al notar mi presencia se giró y tras guiñarme un ojo dijo con una voz apenas audible:
__Gracias por preocuparte por mí. Ya estoy bien.
Le guiñe el ojo y la sonrisa se plasmó en mi cara.