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Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

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El refugio de las sombras - por LILA G

Sonaron las sirenas incesantemente.
Todos corrimos hacia el refugio ubicado en un espeso bosque de coníferas.
Habíamos hecho tantos simulacros que parecía mentira que ese día fuese realidad.
Después de la explosión de aquel 28 de noviembre otra vida comenzó en el bunker subterráneo.
Se activaron todos los protocolos para la generación de energía, producción de agua y alimentos y circulación de aire.
Formábamos parte de una comunidad entrenada para sobrevivir al holocausto y cada uno sabía lo que tenía que hacer.
El General Morrison, Comandante Supremo del Comando Armando, salía a la superficie periódicamente para ver el estado de la situación, con sus soldados. Vestían trajes especiales, muy sofisticados, por la radiación residual.
Cada mañana, en las pantallas holográficas, el General nos informaba las novedades, pasaba videos del exterior, y nos daba ánimo para seguir adelante. Lo que veíamos en las pantallas era escalofriante. Todo estaba destruido. Cuando terminaba el informe todos respondíamos con un “LIDER TE HONRAMOS”. Era un himno y una plegaria. El General era nuestro dios. Solo había gratitud en nuestros corazones.
Trabajábamos todo el día, y al finalizar la jornada teníamos una hora donde charlábamos, jugábamos a las cartas o teníamos sexo.
Mantener el bunker en funcionamiento requería un gran esfuerzo; el equilibrio podía romperse por la más mínima circunstancia. La vida allí era un delicado hilo de seda.
Desde que entramos al refugio no vimos más el sol. Nos administraban vitaminas y suplementos con los alimentos para compensar cualquier faltante de nutrientes que el cuerpo necesitara.
Adentro no había relojes ni almanaques. Rápidamente se perdía la noción del tiempo tal como se concebía afuera. Una computadora nos anunciaba los momentos de nuestra vida con distintas alarmas: hora de comer, hora de dormir, hora de levantarse.
Los lazos sanguíneos no existían, todos éramos miembros de la comunidad, nuestra gran familia.
Había muchísima tecnología para hacer funcionar el refugio de las sombras, pero nada de comunicación con el mundo exterior, salvo esas escaramuzas que realizaba el Comando Armado.
Sus miembros eran los únicos que no socializaban con el resto; se mantenían aislados, como si siempre estuviesen en cuarentena. El General no permitía ningún contacto con nosotros.
Teníamos prohibido acceder al área de escotillas, desde donde se salía al exterior. Existía un protocolo muy estricto debido a la radiación ionizante. Las escotillas estaban diseñadas para poder salir, pero no se podía volver a entrar sin una clave de acceso, de generación aleatoria, que sólo sabía el Comando Armado y que cambiaba diariamente. Para entrar era necesario descontaminarse.
Soy bióloga, encargada de la huerta hidropónica, una parte indispensable para nuestra supervivencia. La doctora Evans, la bacterióloga, me alertó acerca de un posible virus que podía aniquilar los cultivos. Algo no andaba bien. No tenía lógica. Nuestra atmósfera era cuasi estéril.
Como pudo filtrarse una amenaza biológica a un ambiente tan controlado, si además afuera todo estaba irradiado.
Mi curiosidad de científica me impulsó a romper las reglas. Tenía que salir para ver que estaba pasando. No lo comenté con nadie. Tomaría el riesgo yo sola.
Al día siguiente, y aprovechando un momento de calma en la zona de escotillas, salí.
Me dolió el pecho al respirar el aire frío del bosque y el aroma penetrante de los pinos.
Mis ojos lagrimeaban intensamente al percibir la luz del sol que se colaba entre las ramas.
Los pájaros estaban cantando. Vi alguna ardilla corretear por ahí.
Corrí. Corrí durante no sé cuánto tiempo. Escuchaba un ruido que me llegaba desde lejos. Fui en esa dirección. Subí por una cuesta muy empinada y me encontré en una carretera. No lo podía creer. Le hice señas a una camioneta y me levantó. La conductora me miraba extrañada.
– ¿Le pasa algo?-, me preguntó, -está tan pálida-, agregó.
Le expliqué de dónde venía, y le pregunté la fecha.
Hacía dos años, ocho meses y once días que había entrado al refugio.
La mujer me confirmó que no hubo ninguna explosión nuclear, que la vida transcurría con absoluta normalidad, mientras tomábamos un café que ella había invitado.
Saboreé un muffin que estaba delicioso…cuanto hacía que no comía algo dulce…
Miré hacia afuera. El sol brillaba con fuerza y calentaba los vidrios de la cafetería.
Le pedí que por favor me acompañara a la estación de policía.
Había escapado.

Por eso hoy puedo contarles esta historia.

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4 comentarios

  1. 1. Raul dice:

    Hola Lila! Qué tal? disfrute de leer tu relato! Me quedé con las ganas de saber por qué mantuvieron a esas personas encerradas en el bunker, es decir con qué proposito lo hicieron. ¿Para eliminar parte de la humanidad por escasez de alimentos? No sé. Pero me gusto!
    Perdón por el comentario un poco escueto! Saludos
    Te invito a leer mi relato! “Salto” Número 106.

    Escrito el 18 mayo 2017 a las 01:28
  2. 2. Mara dice:

    Hola Lila ¡gran relato! Me ha encantado. Has construido una distopia muy buena, detallada y perfectamente descrita y eso, en tan poco espacio no es facil.
    La historia me ha enganchado desde casi el principio, consigues interesar al lector y hacer que desee conocer que ocurre, ya desde el principio hay algo que “huele mal” y quieres descubrir cual es “la trampa” del general.
    Por ponerle alguna pega diría que se me quedó muy corto, me hubiera encantado conocer porque los tenían retenidos, si era un experimento o algo parecido. Lo cierto es que tengo una intriga enorme. Pero es lo que tiene el límiete de palabras.
    Muchas felicidades, es una gran historia.

    Escrito el 19 mayo 2017 a las 12:15
  3. Hola, Lila. No encuentro muchos fallos, la verdad. En el lema, pon una coma para separar el apelativo del resto de la frase: “Líder, te honramos”.

    En la primer mención que haces al Comando Armado, se te ha colado una “n” (Comando ArmaNdo).

    ¿Me lo parece a mí o hay demasiados párrafos muy cortos? No sé, no digo que esté mal, sólo que es la primera vez que lo veo y me choca.

    Respecto a la trama y tal, está bien. El líder, más que un militar, parece el cabecilla de una secta, ¿no? Eso de convencer a un grupo de gente de un desastre que no ha tenido lugar para ejercer sobre él su poder… La reacción de la conductora que salva a la bióloga me resulta poco natural, muy fría. Tanto que esperaba que perteneciera al Comando Armado y llevara a la superviviente de vuelta al búnker. Sin embargo la invita a café y todo. ¿No quedaría más natural denunciar ante las autoridades, y luego ya habrá tiempo para café y magdalenas? Si te paras a disfrutar de la esponjosidad del bizcocho, corres el riesgo de que te encuentren. Mejor ponerse a salvo primero, que lo demás ya vendrá con el tiempo, pienso yo. Aparte de eso, la historia está muy bien, aunque siempre te queda la cosilla de que es imposible que todo sea tan bonito y funcione tan bien, sin peros. Yo es que soy muy conspiranoico, y eso de que me lo den todo hecho sin tener que aportar nada, me da que sospechar, como a tu bióloga.

    Y nada más. Felicidades por tu trabajo y a seguir así. Un saludo.

    Escrito el 19 mayo 2017 a las 14:07
  4. 4. Alycia dice:

    Hola, Lila:

    Una tontería, en “El General Morrison, Comandante Supremo del Comando Armando, salía a la superficie periódicamente para ver el estado de la situación, con sus soldados. Vestían trajes especiales, muy sofisticados, por la radiación residual”, de repente hay muchas palabras que empiezan por y/o contienen “s”. Me ha chocado.

    “Al día siguiente, y aprovechando un momento de calma en la zona de escotillas, salí”: me ha resultado demasiado fácil, después de describir antes toda la exclusividad y el secretismo del Comando Armado, que hubiese códigos y demás.

    Por lo demás, me ha gustad mucho el planteamiento y la descripción de la cotidianeidad de los días dentro del búnker.

    Saludos,

    Alycia

    Escrito el 20 mayo 2017 a las 18:51

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