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La epifanía del androide - por Jose Luis

Era más que un simple robot. En su corazón, henchido de orgullo, así lo sentía el profesor Narcisius. Al fin había logrado crear su obra maestra. Dédalo, como el científico lo había nominado, era casi perfecto, en todos los sentidos. Por fuera, el prototipo era similar a un ser humano; casi no se podía distinguir de uno real (excepto por el hecho de que Narcisius no le había colocado genitales, por ser innecesarios); sin embargo, por dentro sus tripas rebosaban de chips y circuitos cibernéticos, huesos de metal, neuronas artificiales conectadas entre sí mediante finos hilos de plata, procesadores internos, válvulas de regulación, unidades centrales de proceso a la velocidad de la luz y algunas otras cosas más que nadie entendería, salvo los científicos locos.

El profesor Narcisius, bostezando porque estaba agotado, se retiró para dormir y descansar tras un largo día de trabajo, pensando en el Premio Nobel que podría ganar por haber hecho realidad el sueño de la inteligencia artificial. Mientras tanto, Dédalo, el robot, o mejor dicho, el androide, se quedó a solas en el laboratorio, todavía encendido (¿o tal vez despierto?), con la batería interna al mínimo, y cerca de un espejo.

Había adquirido la consciencia hacía poco tiempo, por lo que no comprendía del todo las vicisitudes de la vida, o lo que su creador esperaba de él. El androide mantuvo su mente artificial en blanco, hasta que se dio cuenta de la existencia del espejo y, al mismo tiempo, de la suya propia.

Al principio, no sintió nada. Se miraba en el cristal plateado, pero era como si no se viera a sí mismo, como si sus ojos artificiales fueran más allá y simplemente atravesaran la plata del cristal. Con apariencia de un hombre joven desnudo, Dédalo era tan hermoso como un modelo de revista, o como un gimnasta de las olimpiadas. En cuanto aquella realidad se hizo eco en su cerebro artificial, algo cambió dentro de él de manera radical. Sonrió complacido, y su reflejo hizo lo mismo. Dédalo se admiró de su propia belleza. Su cabeza, ovalada, enmarcaba unas facciones de ángel de los cielos, con una nariz alargada pero proporcionada, unos ojos grandes y azules como el cielo limpio de nubes, unos pómulos masculinos cincelados por un artista y un mentón agraciado con un hoyuelo. El androide, aunque un ser artificial, era inmensamente bello, y cualquier persona con un mínimo de sentido estético lo hubiera confirmado sin tapujos.

Había estado tumbado sobre la mesa de trabajo, con la cabeza ladeada hacia el espejo, el cual colgaba de la pared más cercana, pero Dédalo se bajó para poder admirar mejor su cuerpo y realizar posturitas. El cristal plateado era lo bastante grande como para observar el cuerpo entero: desde los pies, pasando por sus piernas perfectamente proporcionadas, siguiendo luego por su abdomen musculado, emulando la famosa tableta de chocolate, continuando con el ancho pecho fibrado, para llegar hasta la cabeza, que reposaba sobre un cuello poderoso.

Una alarma interna saltó, avisando de que su batería estaba a punto de quedarse sin energía, y Dédalo buscó con presteza una terminal eléctrica; o sea, un enchufe. No debía apagarse; no en aquellos momentos de epifanía y gloria autocomplacientes. Dédalo agarró su clavija, especialmente diseñada al efecto, y la introdujo vigorosamente en el enchufe. Al instante la corriente eléctrica, electrón por electrón, fue recorriendo sus circuitos internos, hasta llegar a la batería, llenándola lentamente. La sensación era fenomenal, y la alarma interna dejó de sonar. Fue todo un descubrimiento. La electricidad lo revivía; lo llevaba hasta el Nirvana… La unidad central de proceso, situada en su cerebro artificial, no paraba de proporcionarle oleadas de energía positrónica, que hacían vibrar todo su cuerpo cibernético. La sensación era tan electrizante y apasionada, que Dédalo tuvo que tomar asiento para no caerse al suelo.

La batería se llenó. Sin embargo, Dédalo no quería parar de chupar energía. Debía volver a sentir, a toda costa, la misma sensación. No sacó su clavija del enchufe en toda la noche, y continuó dejando que la electricidad, electrón a electrón, estimulara sus chips y su unidad central de proceso. El placer era doble porque, mientras tanto, se deleitaba practicando poses delante del espejo. Así es el amor… Y no existe mayor amor que el que pueda profesarse uno a sí mismo.

El profesor Narcisius no lo sabía, porque seguía durmiendo a pierna suelta, pero el importe de la factura de la electricidad de aquel mes iba a ponerse por las nubes…

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9 comentarios

  1. Hola José Luis, celebro volver a encontrarte por aquí. Para inicio de taller nos regalas un relato rico en descripciones minuciosas y precisas. Nos haces ver … y tocar, me atrevo a decir, tu Dedalo. Creo que, en realidad, tiene más de dios del Olimpo —una versión cibernética —y castrada— de Narciso. De hecho su creador se llama Narcisius (no será casualidad por supuesto).El relato está elegantemente planteado y redactado con fineza. Castigas a Narcisius con un final bajamente prosaico (la factura de la luz). Tal vez se lo tenga merecido pero el término, junto con las “posturitas” y la “tableta de chocolate” me desentonan en un texto por lo demás tan exquisito. Todo son gustos. Me encantó.

    Escrito el 18 octubre 2017 a las 18:59
  2. 2. violeta dice:

    Hola José Luis:
    Gracias por la visita. Tu relato me ha gustado, así como las descripciones, la transición de un Dédalo inerte a uno enamorado de sí mismo y la pincelada final de humor. Felicidades.

    Escrito el 20 octubre 2017 a las 09:47
  3. 3. Juana Medina dice:

    Hola José Luis,
    He disfrutado mucho tu sentido del humor para pintar un “Narciso-sin-atributos” que goza con descargas de energía eléctrica. El final es un remate excelente.
    Felicitaciones. Nos seguiremos leyendo

    Escrito el 21 octubre 2017 a las 06:25
  4. Hola, José Luis. Me ha gustado mucho la historia. Está bien escrita y conforme la lees, te adentras en ese escenario que va recreando el narrador sobre un androide que despierta y se autodescubre. Hasta aquí un relato cuya sobriedad se rompe cuando el robot pone “posturitas” y se fija en su “tableta de chocolate”. Ambas expresiones son unos matices que le dan ese toque especial de humor al texto. Y volvemos a la sobriedad del relato cuando se enchufa a la red elećtrica. El narrador nos muestra qué y cómo siente el androide para, al final, romper de nuevo la dinámica y recordarnos, o por si lo habíamos pasado por alto, avisarnos; de que la lujuria del robot va a salirle cara al inventor.

    Esos tres puntos que he señalado, en otros textos, te sacan de la historia y te hacen perder el ritmo o el hilo. Aquí, sin embargo, José Luis, son breves paréntesis que te arrancan una sonrisa y, lejos de interrumpir el relato, al menos para mí, lo que hacen es darle chispa. Te felicito por ello. Saludos.

    Escrito el 21 octubre 2017 a las 15:40
  5. 5. Osvaldo Vela dice:

    Hola José Luis, es un gusto volver a tus dominios sobre todo al de la escritura. Que descripciones tan perfectas haces del entorno y de las sensaciones de lo halagüeño que es saberse hermoso.

    Hubo una palabra que me golpeó durante la lectura; “tripas”. Creo que se oiría mejor entrañas.

    Te felicito por un escrito que nos pasea por la cultura griega con miras a un escenario del futuro.

    Nos leemos.

    Escrito el 22 octubre 2017 a las 14:21
  6. 6. Roger Nhicap dice:

    Hola José Luis,
    Estoy en el 62 y me aplico con la lectura de los tres colegas siguientes.
    Me ha gustado mucho tu excelentes descripciones del coqueto androide y de sus primeras experiencias. Es un texto de calidad lingüística alta y bien redactado. Engancha bien al lector, el ritmo es bueno y logras trasmitir lo que has querido expresar.
    Además de “tripas”, “posturitas” y “tableta de chocolate” que citan los compañeros, me llama la atención lo exagerado de “las unidades de proceso a la velocidad de la luz “. Detalles menores para un buen relato, muy ameno.
    Un abrazo.

    Escrito el 22 octubre 2017 a las 18:34
  7. 7. Javier López dice:

    Hola, Jose Luis. Me encuentro un poco dividido entre lo dulce y lo amargo de tu relato. Me gusta cómo lo has llevado y se lee fácil, con lecciones que aprender y moraleja; Dédalo como representación mitológica, queriendo acercarse al sol y cayendo con estrépito, no encaja tan bien en el androide como Narciso, pagado de sí mismo en demasía, como ya te han mencionado. Por lo que quizá se cambiaron los papeles, o esa era tu intención, no lo sé. En cualquier caso, me parece que no se logra dar esa lección moral sobre las vanidades poniendo por castigo únicamente la factura de la luz. Además, y ya de coña, un androide tan avanzado debería tener un sistema que corte la corriente de carga al llenar la batería(como los móviles XD), o un sistema de energía algo más futurista no?
    En lo técnico me he fijado que utilizas varias veces la palabra “plata”: “hilos de plata”, “cristal plateado”, “atravesaran la plata del cristal.” y despista un poco de la historia.
    Por lo demás, ya te digo que me ha gustado.

    Un saludo.
    Nos leemos.

    Escrito el 24 octubre 2017 a las 12:22
  8. 8. Cryssta dice:

    Hola José Luis, tu relato me ha gustado mucho aunque yo le quitaría lo de las posturitas y la tableta de chocolate que ya han comentado los compañeros pues desentona bastante con el resto.

    Ya que has jugado con el nombre del creador y el carácter del androide, muy bien, por cierto, yo seguiría con otro guiño: Narcisius crearía otro androide, al que por supuesto llamaría Ícaro, después ïcaro, desoyendo a Narcisius, se enchufaría una semana entera y acabaría con los circuitos quemados, jajaja.

    Felicidades por un relato muy bien escrito. No me busques, este mes no he participado.

    Un abrazo.

    Escrito el 25 octubre 2017 a las 12:43
  9. 9. Anael dice:

    ¡Hola Jose Luis!

    Muchas gracias por pasarte por mi relato y tus elogiosas palabras. Algo de la ironía y humor que me achacas lo he encontrado también en tu relato, jejejeje.

    He de decir que me ha encantado el final, quizá porque estaba esperando algo dramático que explotase por lo aires y de pronto me he encontrado con el drama de la factura de la luz. Me he reído en voz alta, no he podido evitarlo. Leyendo los comentarios de los compañeros, veo que no les gustan las posturitas ni las tabletas de chocolate. A mí me han resultado el preludio del ácido sabor del final, un robot muy humano que no puede más que admirarse a sí mismo, del que nos reímos por no reconocer cque somos iguales…

    Esta vez no hay lentejitas, lo he leído de corrido y me parece que la forma está estupenda. Me ha gustado el tono, que he visto coherente en todo momento, y la forma de cumplir el reto con el narcisismo. Muy buen relato, he disfrutado mucho con él y me ha arrancado tres sonrisa y una carcajada. Enhorabuena.

    ¡Un abrazo, nos leemos!

    Escrito el 25 octubre 2017 a las 20:04

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