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Amor vacío - por Elena Mahía

Era más que un robot de cocina, de eso no cabía la menor duda. Había sido la celestina que los había emparejado y ya sólo por eso, Aurora sentía por él un cariño especial.
Sin embargo, y contra todo pronóstico, el final de sus días había llegado: no calentaba, no encendía las luces, no hacía ruido. Lo único que hacía era permanecer silencioso en su rincón habitual.
Aurora lo miró con cierto enfado. Detestaba ese tipo de contratiempos. Desde que tenía uso de razón cualquier avería la ponía nerviosa y ésta mucho más.
Desenchufó, enchufó y probó de nuevo a encenderlo, pero no sucedió nada. Con fastidio sacó el recipiente con la comida cruda y lo depositó sobre la encimera. Se dejó caer en una silla y dio un sorbo al café caliente.
Nunca había sido buena cocinera, de hecho no tenía ni el más mínimo conocimiento culinario. Su madre le había repetido hasta la saciedad: “Si no sabes cocinar jamás encontrarás un marido. Te quedarás vieja y sola”. Pero el destino había desmentido esa sentencia profetizada con tanto ardor por su progenitora. Gracias a ese robot había conocido a Raúl.

Tras independizarse económicamente de sus padres, se había mudado a su nuevo apartamento. Los dos primeros meses subsistió a base de bocadillos y comida precocinada calentada en el microondas. En el fondo su madre puede que estuviera en lo cierto, se quedaría sin marido, soltera y vieja, pero sobre todo, enferma y anémica. En absoluto era el estilo de vida que había soñado, así que decidió ponerle solución.
A la semana siguiente se dirigió al centro comercial en busca de algo que cocinase por ella y encontró una oferta inmejorable: el robot y Raúl.
Aquél chico delgado y moreno fue quien le explicó el funcionamiento del aparato y más tarde quien la invitó a salir. De eso hacía ya ocho años….una eternidad….
Aurora encendió un cigarrillo con una expresión nostálgica en el rostro. Si, habían sido buenos tiempos y como si su relación estuviera conectada de alguna extraña manera al robot, ambos entraron en su vida y la abandonaron a la vez.
Aurora rió con ganas ante este pensamiento y una gran cantidad de humo salió de su boca. Era una idea absurda, pero en lo más hondo de su ser sabía que ese simple electrodoméstico, ya viejo y anticuado, significaba mucho. Sí, era más que un simple robot. Era lo único que le quedaba de una relación acabada, un tronco de madera al que agarrarse tras un naufragio.
Raúl se había marchado hacía 15 días, aunque la ruptura se había ido gestando durante los meses previos como un cáncer sin síntomas, y pese a que algunos cambios sí eran visibles, Aurora cerraba los ojos ante ellos.
Una tarde Raúl le dijo que debían hablar. De su boca brotaron palabras frías, vacías de sentimiento y múltiples excusas sin sentido. Aurora sabía que ese momento llegaría tarde o temprano y lo esperaba con temor, pero nunca creyó que fuese tan falto de compasión. Aquello era una estocada, un golpe seco en el pecho.
Más de mil preguntas flotaban en su cabeza mientras Raúl hablaba; le gustaría saber cómo era la otra, cómo la había conocido, cómo era su físico… Pero ninguna tomó forma y se limitó a escuchar y observar como él recogía sus cosas y se marchaba. Sin discusiones, ni peleas ni enfrentamientos. Tampoco hubo lágrimas, aunque Aurora envejeció diez años en un instante.
Tomó otro sorbo de café y dio otra calada al cigarrillo. Por primera vez sintió el vacío profundo de la soledad y de la misma manera que el humo salía de su boca, ella se sentía vagando, confusa y sin fuerza. El dolor del abandono estaba empezando a ser demasiado grande.
El sol de la mañana entraba por la ventana de la cocina. Aurora miró de nuevo al robot muerto. Los botones parecían ojos que la observaban adormecidos y aburridos. Una multitud de viejos recuerdos intentaron emerger de la profundidad de su mente. Notó como se le humedecían los ojos, pero no estaba dispuesta a derramar ni una sola lágrima. Apagó el cigarrillo de golpe, aplastándolo con fuerza contra el cenicero y se levantó de la silla.
Por el momento se daría una ducha. Ya tendría tiempo para pensar qué hacer con aquel trasto. Quizás comprase otro y quien sabe, hasta podía encontrar al amor de su vida. Volvió a reír ante su ocurrencia y abrió el grifo del agua caliente.

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8 comentarios

  1. 1. Ramón Temes dice:

    Muy bueno. No tengo nada que decir sino gracias por un relato encantador.
    No se que haces en este foro; se supone que es para aprender a escribir y tu ya sabes escribir muy bien.

    Saludos y felicidades

    Escrito el 19 octubre 2017 a las 18:24
  2. 2. Gloria dice:

    Enhorabuena Elena. Me encanto tu relato, humanizaste al robot de cocina. Me dio lástima.
    Excelente redacción.
    Comparto la opinión de Ramon.
    ¡¡Felicidades!!

    Escrito el 20 octubre 2017 a las 08:29
  3. 3. Pablo dice:

    Muy bueno le has puesto cara a un electrodoméstico. Comparto la opinión de Ramón.

    Escrito el 20 octubre 2017 a las 18:05
  4. 4. Doralú dice:

    ¡Hola Elena Mahía!

    ¡Qué gusto volver a leerte! excelente relato, hiciste que viera claramente la escena, los sentimientos, las sensaciones.

    En cuanto a la ortografía, nada que importe, un desliz diría yo; en el último párrafo “Quizás comprase otro y quien sabe,…” lo correcto es “Quizás comprase otro y QUIÉN sabe,…”

    Me encantó leerte nuevamente,
    ¡Un abrazo!

    Escrito el 20 octubre 2017 a las 20:43
  5. 5. José Torma dice:

    Que tal Elena, te visito por ser la primera después de mi relato.
    En términos generales el texto está muy bien construido, es una prosa vertiginosa que no deja de avanzar, sin que te fíes mucho de mí, yo no vi problemas de ortografía, fuera del “quién” que ya te mencionaron.
    Cuando un texto es tan corto, te recomiendo que busques la manera de contarlo sin estar reiterando el nombre de la protagonista o protagonistas. Hay veces que es necesario para no perdernos, pero en un texto lineal como es este, no creo que sea necesario nombrar a Aurora (8 veces) y a Raúl (5 veces).
    Al no tener texto y acotaciones, corremos el riesgo de hacer párrafos muy largos, aunque a veces no se puede evitar.
    Bueno eso en la parte odiosa. Ahora te diré que me gusto la visión de la mujer, que bien la defines con un par de líneas, la pude imaginar sin problemas. Me queda un poco de ruido con el robot, que no supe si era un hornillo eléctrico o una parrilla, pero poca cosa.
    Me gusta el hecho que el robot es incidental y no protagonista. Me parece que tienes tablas en esto, felicidades.
    José

    Escrito el 20 octubre 2017 a las 22:43
  6. 6. Rafa dice:

    Me ha parecido un recurso interesante el usar el robot como eje sobre el que se sustenta la historia sin que este realmente tenga una parte “activa” en ella. No lo esperaba.

    La parte negativa, como ya han comentado, es que veo demasiada repetición y demasiado junta de los nombres propios, pero al margen de eso nada más.

    Escrito el 21 octubre 2017 a las 00:23
  7. 7. Servio Flores dice:

    Hola Elena.
    Bonito, sencillo, humano y atrapante texto.
    Me gustó la propuesta de usar el robot como un personaje secundario que únicamente sirvió para que los protagonistas se conocieran, y obviamente para cocinar durante ocho años…
    Hasta el momento es el único texto de los que he leído que hace esa propuesta.
    Profundiza en la parte humana haciéndolo de una manera sobria, sin caer en la cursilería y sin dejar de ser sentimental.
    Saludos.

    Escrito el 21 octubre 2017 a las 13:42
  8. 8. Héctor Romero dice:

    No redundaré en las observaciones que ya te han hecho los compañeros. El relato es sumamente agradable. Muy bien logrado el no darle el protagonismo al robot, de parte de tu compañero Literauta 76 felicidades.

    Escrito el 24 octubre 2017 a las 04:27

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