Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Mar de sensaciones - por Alma Rural

Web: https://almaruralblog.wordpress.com/

Era más que un simple robot. Había llegado a convertirse en el alma máter de la casa. De su maestría y dotes de organización dependía que aquel hogar funcionara cada día. Desde la muerte de Julia, el que parecía un auténtico autómata era Adrián. Actuaba por inercia, siguiendo las instrucciones que Robert le daba.

Robert había llegado a aquella casa por el décimo aniversario de boda de Julia y Adrián. Él lo había traído para que realizara las tareas de la casa y poder así tener más tiempo libre para disfrutarlo juntos. Era un androide K2356. Su aspecto y funciones se correspondían con las de un mayordomo. Pero a Julia no le gustaba llamarlo por su nombre técnico, así que decidió rebautizarlo como Robert.

Al androide no le gustaba nada ver a Adrián cada día más decaído y triste pero su programación no estaba preparada para contrarrestar esos sentimientos. Sus funciones eran más operativas. Podía limpiar y ordenar toda la casa, lavar y planchar la ropa, incluso podía hacer comidas ricas y nutritivas; sin embargo sus capacidades a la hora de relacionarse con los humanos eran muy limitadas.

Una mañana en la que Robert ya había comenzado con sus tareas diarias llegó a la habitación de Adrián con la intención de hacer la cama, pero se encontró con que éste todavía no se había levantado. Seguía allí, durmiendo abrazado a un portafotos que contenía un retrato de Julia de hacía unos años en el que estaba muy hermosa. Entonces a Robert se la encendió el circuito de las ideas. Ya sabía cómo tenía que actuar. Ahora solo le quedaba hallar la manera más efectiva para implementar sus planes de modo que fueran todo un éxito.

La rutina de la vida continuó con una única diferencia. Robert había añadido a sus labores cotidianas una muy particular. Se pasaba el día recorriendo la casa así que no le fue difícil comenzar a recopilar todo lo que se fuera encontrando de Julia. Comenzó por grabar en su memoria las fotos que había de ella por todos lados; después copió los vídeos en los que Julia salía; por último, revisó el ordenador y el teléfono móvil de Adrián sin decirle nada y extrajo de ellos todo lo que tenía que ver con la mujer. Una vez que tenía toda aquella información recopilada la ordenó por fechas, por eventos y por momentos vividos por la pareja. Ahora Robert se sentía preparado para contrarrestar la tristeza de Adrián.

Una tarde en la que Adrián estaba sentado frente a la pantalla del televisor apagado, llorando en silencio, abatido por completo, Robert puso en funcionamiento su plan. Buscó dentro de su memoria un vídeo que sabía que era el favorito de Adrián cuando Julia vivía. En el vídeo salía ella paseando por la playa mientras el sol se ocultaba en el horizonte. Al oír el sonido de las olas del mar Adrián salió del ensimismamiento en el que estaba, levantó la cabeza y buscó con la mirada el lugar del que provenía el sonido. Parecía que venía del estudio de pintura de Julia. Al llegar pudo ver la imagen en movimiento de su esposa reflejada sobre un lienzo en blanco que ella había dejado instalado en el caballete para su próximo cuadro. Del otro lado de la habitación estaba un hierático Robert proyectando el vídeo desde sus ojos.

Adrián sonrió por primera vez en mucho tiempo. Era como si Julia nunca se hubiera ido. Allí estaba otra vez: serena, mojando sus pies en el mar; sonriendo al descubrir que Adrián la estaba grabando.

—¿Te ha gustado el vídeo? —preguntó Robert al acabar la proyección.
—Mucho —contestó Adrián—. Ha sido una agradable sorpresa. ¿Puedes poner otro?

Robert rebuscó con rapidez entre los vídeos que tenía en su memoria. La boda de Julia y Adrián comenzó a visualizarse sobre el lienzo en blanco. Adrián cogió el taburete que Julia usaba cuando sus sesiones de pintura se alargaban y se acomodó en él. La sonrisa que Robert observó en la cara de Adrián fue la confirmación de que su plan estaba funcionando. Él no podía sentir la felicidad que los humanos sentían pero lo que sí que sabía era que ese sentimiento les gustaba mucho, que para ellos era un mar de sensaciones.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

6 comentarios

  1. 1. Estel Vórima dice:

    Hola, me ha encantado e final, ese mar de sensaciones que ni siquiera la organizada mente de un robot puede describir (y oye yo también quiero un Robert que me limpie la casa y me cocine bien jaja).
    El relato es como un pequeño cuento que te va sumergiendo en los “sentimientos” del robot, que se ve un tanto frustrado porque es capaz de hacer muchas cosas pero no de que su dueño esté del todo bien y atento y servicial, además de pragmático, según su programación, busca como cambiar esa situación.

    Escrito el 18 octubre 2017 a las 20:45
  2. 2. Alma Rural dice:

    Gracias, Estel, por tu comentario.
    Me alegra saber que te gustó mi robot.
    Cuando creen este tipo de robots yo también me voy a pedir uno, jajaja…
    Un saludo

    Escrito el 18 octubre 2017 a las 22:42
  3. 3. Sabina Duque dice:

    Un relato con buena ortografía, puntuación y fluidez.Es una historia muy bonita, con personajes interesantes, diálogos creíbles y un final casi feliz.
    Me atrevo a sugerirte unos cambios, que quizá enriquezcan tu texto:
    La frase, había llegado, está repetida en el primer y segundo fragmento. Y la palabra había, también se repite varias veces:
    Fragmento uno, dos, cuatro y cinco.
    Encuentro, que si suprimes esta frase: La rutina de la vida continuó…
    No pasa nada. A mi parecer sobra.
    También creo que sería bueno, que la escena en la que Robert entra a la habitación de Adrián, empezara antes de la mitad del cuento.
    Por lo demás, me gustó bastante. Felicitaciones.
    Nos vemos en escena.

    Escrito el 19 octubre 2017 a las 15:50
  4. 4. Alonso García-Risso dice:

    Saludos Alma Rural:

    Mi primera apreciación sobre este escrito, tiene que ver con la propiedad invaluable de que hace gala: “da que hablar”. Si un texto carece de esta propiedad, no aporta valor alguno.
    Tu protagonista, el robot, se afana por sacar del estado depresivo en que ha caído el humano con el que convive. “Le ha tomado cariño”, podríamos decir.
    Lo que hay detrás de todo esto es lo que empezamos a conocer como «Inteligencia Artificial» y la controversia que conlleva: beneficio/subordinación. De esto último conocemos bastante. Armas letales de destrucción masiva… por ejemplo.
    Excelente trabajo. Felicitaciones

    Escrito el 21 octubre 2017 a las 21:00
  5. 5. Rafa dice:

    Si puedo ponerle una simple pega a la historia es que querría una linea donde se diese a entender la razón de que Julia decidiese bautizarlo como Robert. Lo lógico sería pensar que era un nombre al azar de su gusto, pero quizá Adrián no pensase lo mismo en su momento, no se si me explico.

    Pero bueno, como digo es simplemente algo que me ha venido a la cabeza al releerlo.

    Por lo demás, es una buena historia. A diferencia de gran parte de los relatos que he leido, aunque la acción gira en torno al robot, la historia de amor no le afecta directamente, sino que es un elemento externo a ella, lo cual es refrescante de leer.

    Escrito el 22 octubre 2017 a las 11:06
  6. 6. Héctor Romero dice:

    Felicidades Alma Rural por este bonito relato que te mantiene y te transmite sensaciones. Me gusta el ritmo y el desarrollo que le has dado. Te seguiré leyendo. Soy tu compañero Literauta 76.

    Escrito el 22 octubre 2017 a las 14:21

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.