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Marion - por JOSE VICENTE PEREZ BRIS

Era más que un simple robot. Y no solo por los gestos. Marion se sometía a todo lo que él ordenaba. La abrasión que ocupaba parte de su cara y cuello, le hacía sentirse como un pedazo de mierda seca, que se pudre bajo el sol.
Tenía un trabajo basura, en un centro comercial de segunda categoría. Pero no le importaba. Todo lo que necesitaba era oír la voz de Peter, dándole ordenes, tareas, decisiones ya tomadas por él. A pesar de que la humillaba a veces, era lo único que tenía.
—Hoy quiero que traigas mis zapatos del zapatero, cuando salgas del trabajo.
Ella le miró de reojo y sintió la mirada fría taladrándole. La quemadura se puso más roja por momentos. Aquel maldito invierno no acababa nunca.
—Está bien —dijo en cambio—. Salgo a las cinco. Los recogeré entonces.
Se guardó su amargura, como tantas veces. Dio media vuelta y se fue.
En el trabajo, su compañera, Susie le miró con descaro cuando entró y se cruzaron.
— ¡Eh, Marion! ¡Está roja como un tomate de temporada! ¿Te duele?
Ella se sintió cohibida, diminuta como un gusano que se atreve a cruzar una carretera transitada.
—No, ¡Qué va! Solo se pone roja por el frío.
Se volvió, dándole la espalda, mientras cargaba la fotocopiadora con un mazo de facturas.
Y fue allí, viendo pasar los folios de una plancha a otra, cuando se disparó su ira.
— ¡Estúpido engreído!, ¿quién te has creído que eres? “Marion haz esto, Marion haz aquello”
Como de costumbre, no supo cuál fue el pico de ira. Solo se encontró con miradas atónitas, asustadas, con miedo. Marion se turbó por un momento, pero luego, agachó la cabeza y continuó con el trabajo. Las horas se hicieron eternas, espesas, como un plato de potaje.
Cuando dieron las cinco, no salió corriendo. Con la cabeza baja, murmurando un hasta mañana, eludió cualquier contacto, cualquier conversación. Los compañeros le saludaron distraídos, temerosos de su presencia. Esperando que se marchara antes de que fueran al vestuario. Se cambió y enfrentó al frío de la tarde. Las nubes estaban bajas y cargadas de lluvia. La negrura que las teñía, no presagiaba nada bueno. Recogió los zapatos de Peter, evitando la mirada curiosa del comerciante. Siempre era lo mismo, babosos que se preguntaban cómo sería hacérselo con una tullida. Miró hacia la calle. Soledad, frío, desesperación. Un día de invierno.
Al final, el zapatero no se portó tan mal y decidió regalarle la reparación. Peter estaría satisfecho.
Cuando llegó a casa lo primero que vio, fue la tenue luz del televisor que mantenía encendido todo el santo día. Y la otra luz, más brillante, del tragaluz del sótano. La guarida del joven.
Entró y bajo las escaleras directamente, sin quitarse el abrigo. Cuando llegó al sótano, miró por fin a la cara al hombre que estaba limpiando una escopeta de caza. El capricho de Peter.
—Hola, nena. ¿Cómo te ha ido el día?
—Bien, sin más. A propósito, he recogido tus zapatos.
— ¿Han quedado bien? — Todavía no le había mirado a la cara siquiera.
-Creo que sí. Además, te ha salido gratis.
Eso sí que hizo prestarle toda la atención.
— ¿Qué has hecho, Marion?
—Lo que había que hacer. Los he dejado en el coche.
Peter dejó la escopeta, pensativo. Otra vez había ocurrido. Algo hizo que se descontrolara. Subió las escaleras despacio y, tras coger una parka del recibidor, salió a la fría noche. Tardó unos instantes en acostumbrar la vista a la oscuridad. Luego se acercó despacio al coche. Antes de abrir el maletero, ya sabía lo que iba a encontrar.
El cuerpo de un hombre aparecía doblado en una difícil torsión. Se diría que le habían roto todos los huesos. La cara estaba mutilada. Había mucha pasión en aquellas fracturas. Peter golpeó la puerta del maletero con furia ¡Maldita Marion!
Cerró el maletero y volvió a casa. Ya se ocuparía de limpiar más tarde.
Marion se encontraba en el piso superior. Llevaba puesto un camisón transparente. Sus finos huesos y la constitución anoréxica le daban un aspecto cadavérico. La habitación estaba fría.
— ¿Estoy vestida a tu gusto, Peter? — dijo casi implorando.
El recorrió su cuerpo con lentitud. Desde los dedos de los pies a la desordenada cabellera.
Ignoró la roja mancha que le cubría el cuello y media cara. El recuerdo que el fuego le dejó a cambio de su protección. Aún era muy atractiva. Y era suya. Cerró la puerta mientras decía:
— Estas perfecta, querida.

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4 comentarios

  1. 1. PaulaC_99 dice:

    Tu historia me ha gustado, sobretodo el final.
    Ha sido inesperado, no pensaba que fuera a acabar de esa forma.
    No me ha gustado la forma en la que Peter trataba a Marion, pero el resto estaba muy bien.
    Mi historia es la 172, por si quieres pasarte
    Un saludo!

    Escrito el 20 octubre 2017 a las 14:55
  2. 2. Alma Gatuna dice:

    Hola, Jose Vicente.
    Dura historia la que nos narras. La rabia de Marion, reprimida en casa y que solo explota cuando Peter no está presente; y el odio hacia sí misma volcado en los que solo ven, al mirarla, la lesión en su piel.
    El amor a Peter se fundamenta exclusívamente en que le hace sentir hermosa. O eso es lo que yo interpreto.

    Me gustan mucho los símiles y adjetivos que empleas, pero cuidado con “frío” que lo repites hasta 6 veces.

    En general, me ha resultado una lectura fluída que desde el primer momento engancha y está bien escrita.
    Repasa si acaso alguna tilde que falta y yo cambiaría algunos signos de puntuación.

    Solo tengo una duda, cuando dice, “El recuerdo que el fuego le dejó a cambio de su protección”, a qué protección se refiere? Da la sensación de que hay algo importante que nos quedamos sin saber, pues al principio, visto el trato que Peter le da, pensé que este le había quemado con ácido, pero con esa frase final veo que no fue así.

    Desde luego el desenlace es sorprendente e in crescendo.

    ¡Felicidades!

    (Si te apetece leerme estoy en el 115 con “La mejor compañía”)

    Escrito el 22 octubre 2017 a las 09:38
  3. 3. elisa dice:

    Tu texto me ha gustado. Creo que tiene bien definido el inicio, en que conocemos a Peter a través de los ojos de Marion y se plantea un problema grave de autoestima de Marion . En la parte central adivinamos que ella no es una santa, e incluso sus compañeros de trabajo le tienen algo de miedo. En el desenlace sabemos que no se trata solo de un problema de pareja, sino de uno de salud mental.
    Creo, eso sí, que el conflicto es algo débil: No me quedan claros los motivos por los que mata al zapatero, ¿solo por la mirada lasciva? Y ¿por que hablas de pasión referido al asesinato, cuando Peter ve el cadáver del zapatero? En lo que se refiere a los personajes, una vez leído todo el texto, sabemos que el la quiere, pero no se nota. Falta sutileza en el lenguaje de Peter, palabras que nos muestren ese amor teñido de fastidio por las consecuencias de lo que hace ella. Creo que el texto pide más profundidad en cuanto a los personajes.
    Pero ya te he dicho al principio que me gusta; engancha, que es lo más importante, y sorprende. Me quedo con ganas de más: de saber más de los protagonistas, de ver el final de la historia…
    hasta otra

    Mi texto es el 119

    Escrito el 22 octubre 2017 a las 19:14
  4. 4. Amparo Rouanet Moscardó dice:

    Hola José Vicente. Una historia macabra resultado de una relación enfermiza, protagonizada por un robot femenino con tintes paranoicos.
    Me ha gustado la relación que haces de las nubes cargadas de lluvia con lo que que sucede más tarde.Me hubiera gustado que desentrañaras más, el miedo que le tienen sus compañeros. Un giro final inesperado, que aumenta la calidad del relato.

    Escrito el 26 octubre 2017 a las 18:58

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