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Edén - por Aner

Web: http://www.fricciones.com

Era más que un simple robot.

En muchos aspectos se asemejaba a las criaturas con las que compartía medio; al fin y al cabo, conformaban un mismo ecosistema. Habitaba en él, sin embargo, la amarga inquietud que bordea la conciencia, la angustia irresuelta derivada de la necesidad de significado.

Esto último brotó de forma espontánea; jamás lo hubiese cargado voluntariamente con semejante lastre. Supongo que surgió de conexiones en sus tejidos, del choque permanente de estímulos en su interior. Quién sabe. Desbordó, en cualquier caso, mis expectativas de programación.

Mi carrera hasta entonces estuvo centrada en la creación de escenarios. Tras una eternidad en ello, había conseguido ser francamente hábil. Publiqué varios volúmenes sobre clima autogenerativo, fondos oceánicos, renderizado de anocheceres en naturalezas densas. Tal vez mi obra más popular fue Combinaciones Meteorológicas, un sobrio tratado con algoritmos simplificados de huracanes y tormentas. Con el tiempo me adentré tímidamente en el ámbito animal. Observé que su autonomía se optimizaba aplicando bajos niveles de conciencia relativa. También mejoraban su integración en el entorno y, en consecuencia, sus posibilidades de reproducirse y permanecer. La fascinación por aquello y la obsesión por obtener consistencia en mis programas me llevaron a crearlo a él, tan orgánico, tan genuino que el código subyacente parecía mutar en sus entrañas, evaporarse en el sudor sobre su piel desnuda.

Una mañana lo encontré inmóvil, de pie sobre unos riscos, mirando a la distancia. No ejecutaba ninguna acción prevista. Mis artefactos arrojaban lecturas desconocidas, la mayoría de ellas redundantes o, directamente, erróneas. Inicialmente sospeché de una anomalía en los parámetros de conducta. Un chequeo rápido reveló mi equívoco. Cuando volví la vista seguía allí, con el gesto ligeramente más elevado, mesándose la barba rizada. Claramente, pensaba sobre algo no directamente asociado a sus patrones. Pretendía la formulación racional de una explicación al vacío posterior a sus necesidades satisfechas. Buscaba sentido. Me buscaba a mí.
A la primera mañana sucedieron otras, infinidad de ellas, rendidas al estado contemplativo. Lo examinaba con tal deleite que programar se volvió muy secundario. Mientras él divagaba, yo me imaginaba acercándome, abrazándolo, ofreciéndole respuestas, endulzando su falta de consuelo. No lo amaba por ser mi más brillante obra; lo amaba como a un igual, aún a sabiendas de que mi sistema siempre sería inadvertible desde el suyo.

Con el tiempo, su conducta autoespeculativa anuló las demás. Profundizó en ella a costa de toda interacción con el entorno. Apenas hacía nada salvo preguntarse hasta caer exhausto. Modifiqué sus rutas habituales; aumenté los días luminosos; facilité sus condiciones de supervivencia; nada surtió efecto. Una noche lo oí llorar, y tuve que tomar la decisión más difícil. Rescaté los archivos del código con el que configuré la arquitectura de su núcleo. Hice un duplicado exacto y añadí algunas actualizaciones que depuraban pequeñas carencias detectadas en él. Solo me quedaba esperar que, tal como ocurrió la primera vez, la réplica excediese los confines preestablecidos de su programa para estar a la altura.
Al amanecer lo despertó una firme calidez. El sol amagaba, pero era temprano para calentar tanto. Dio media vuelta y, aún recostado, dejó que su vista viajase inocente por la anatomía de su recién llegada compañera.

Las cosas no tardaron en cambiar. Pronto fueron inseparables. Dos seres completados mutuamente, plenos al fundirse, concebidos el uno para el otro. Maximizaron su adaptación al escenario, y aún más: se comunicaban en términos endógenos. Una mañana volví a encontrarlo a él asomado a los riscos y me sentí reconfortado, pero fue un aliento fugaz: llegó ella como hubiese deseado hacerlo yo, lo abrazó desde atrás y mezclados cubrieron sus abismos con besos y caricias.

Traté de verlos como meros robots. Sin fortuna me deshice en anular lo que sentía y ceñirme al rol de creador. La ira es un mejunje adictivo y poderoso que se propaga con rapidez. Cerca estuve de destruirlo todo, pero me limité a cerrar la interfaz y dejar que el programa funcionase por sí solo. Antes de replegarme en la soledad de mi sistema quise, como maestro de escenarios, concederles un último componente de entropía: un vasto jardín salpicado de manantiales, coronado en su centro por un árbol inmenso abundante en las más irresistibles manzanas.

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8 comentarios

  1. 1. Estel Vórima dice:

    Un Edén robótico y un creador que observándolo todo rebusca en sus adentros y se pierde en sus pensamientos— escena curiosa—Me ha dado la sensación de que son esos pensamientos los protagonistas ocupan la mayor parte del relato y encajarían perfectamente en un capítulo de libro en los que el personaje ahonda en su interior.

    Escrito el 18 octubre 2017 a las 20:56
  2. 2. Alma Rural dice:

    ¡Genial, Aner!

    Me ha encantado tu versión del jardín del Edén en versión robot. También me ha parecido muy apropiado el punto de vista que usas para esta historia, el del creador de escenarios.

    La historia se lee del tirón, sin dificultad, resultando interesante hasta el final.

    En cuanto a la forma de tu relato no tengo nada que decirte salvo que la veo perfecta. Los párrafos y la longitud de las frases son de un tamaño adecuado. El vocabulario que usas está en concordancia con el tipo de relato que escribes. Todo ayuda a leer la historia con facilidad, lo que es de agradecer.

    En resumen, Aner, que me gustó tu historia. ¡Te felicito!
    Un saludo.

    Escrito el 18 octubre 2017 a las 22:26
  3. 3. cesar henen dice:

    Hola Aner, me has dejado sorprendido con tan excelente relato, no muchos como el tuyo con ese lenguaje propicio al tema.

    solo tengo algo que mencionar pusiste “irresuelta” como antónimo de resuelto/a lo correcto sería irresoluta.

    Un gusto leerte Aner, espero volver hacerlo el próximo mes. Por cierto, será la primera vez que nos leemos pero no es mi primera vez escribiendo aquí. ¡Saludos!

    Escrito el 21 octubre 2017 a las 03:00
  4. 4. Rafa dice:

    Atrapado desde el principio. Como han dicho antes que yo, una suerte de jardín del Edén binario, a la vez que también me lleva a asociarlo ligeramente con Tron, en el sentido del usuario viendo interactuar a sus programas de un modo antropológico más que codificado (aunque obviamente ese parece su objetivo).

    No puedo ponerle ninguna pega más que la enumeración que haces en el sexto párrafo separando los elementos con punto y coma en vez de con comas, que me ha resultado extraño. Al margen de eso, nada más. Ha sido un placer leerte.

    Escrito el 21 octubre 2017 a las 18:43
  5. 5. Marcelo Kisi dice:

    Hola Aner!

    Mil gracias por pasarte por mi relato y dejarme tu generoso comentario. No recuerdo haberte visto por estos lares, pero qué suerte haberlo hecho ahora.

    Pues tu relato me ha parecido sencillamente brillante. El hecho de haber entendido bastante temprano en el texto de qué iba la cosa, ello no obstó para que lo disfrutara de punta a punta con una sonrisa pintada en el alma.

    Conozco bastante el relato del Génesis. Le has dado una vuelta de profundidad inusitada, una exégesis que es original y a la vez llena de sabiduría. Sencillamente sublime! Te aplaudo de pie y me anoto para seguir leyéndote!

    Escrito el 21 octubre 2017 a las 20:42
  6. 6. Doralú dice:

    !Hola Aner!

    Me ha parecido un relato maravilloso. Pasó a paso vas dando a conocer las interioridades del maestro de escenarios. Está bien redactado por lo que se lee sin contratiempos, sin equívocos. Tiene muy buen ritmo y es fluida su lectura.

    Un abrazo

    Escrito el 26 octubre 2017 a las 06:44
  7. 7. Anael dice:

    ¡Hola Aner!

    Muchas gracias por tu comentario, vengo a devolverte la visita.

    Tu texto es precioso, está lleno de tecnicismos cuidados, y yo, que soy lentita para pillar las cosas, he ganado mucho con la relectura, saboreando los detalles. Un relato del génesis robótico brillante, me ha encantado el punto de vista, cómo introduces la idea de que Dios (o el humano que ha creado a los robots y que no es tan perfecto como él, y a lo mejor por eso tiene esos sentimientos encontrados) puede haber puesto el árbol de la ciencia del bien y del mal en un acceso de celos.

    Creo que la naturaleza robótica responde mucho a la humana, y es que cuando se ve completa y satisfecha deja de buscar y de indagar el significado de su existencia. Gran relato, felicidades. Hace pensar, y eso es un detalle que aprecio mucho en otros textos y creo que no es fácil de conseguir. Enhorabuena.

    ¡Un abrazo, nos leemos!

    Escrito el 27 octubre 2017 a las 11:53
  8. 8. José Torma dice:

    Hola Aner, en mi blog tengo un relato que se llama “El experimento”. Toco un tema similar a lo que haces aquí. Te voy a decir que me gustó mucho como lo llevaste.
    Felicidades.

    Escrito el 31 octubre 2017 a las 00:31

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