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La invitación - por Yolvi Efraín Cauro

Consigue abrir los ojos y colocarse de pie. Siente los párpados pesados como un metal. Se acerca al armario que esta cerca de la ventana de su habitación. Mira a través de ella. Una inmensa esquina se divisa a lo lejos. No hay tráfico. Oye un rumor de voces más allá de la puerta. Gira el torso. Allí están. No recuerda haber invitado a nadie, pero la fiesta parece estar en su mejor momento. La gente fuma y bebe en medio del murmurio silencioso de la bruma. La bruma de los pasillos. Hay botellas vacías sobre las baldosas del apartamento. Cajas de preservativos. Las colillas apagadas y los restos de las botellas que quedan se disputan entre ellos.

No les mira directamente a los ojos; percibe que es capaz de adivinar lo que cada uno está pensando en ese momento. Son comentarios banales, que casi nunca tienen que ver con su vida. Alguno, más osado, susurra escenas olvidadas.

La gente de la fiesta se divide en dos clases: los que van de un lado para otro, como si patinaran, invadiendo el espacio personal, haciendo muecas lujuriosas, riéndose a carcajadas, y aquellos otros que permanecen cerca de los muebles y los electrodomésticos, camuflándose en ellos, imitando sus formas. Los primeros son casi todos hombres. Las mujeres prefieren, sin embargo, quedarse cerca de los enseres, taciturnas, estáticas.

Va a la cocina por otro trago. La sed es como un aguijón clavado en la parte seca de la garganta. Encuentra a dos mujeres desconocidas. Están hablando. No puede oírlas, pero conoce sus pensamientos. Una es enormemente atractiva. No hay contacto ocular. Se le ocurre la idea de abrir la nevera con el pretexto de hablar con ellas. La abre. Hay una última botella de cerveza entre la mugre. Las dos mujeres vuelven los rostros ante su presencia. Una de ellas se aproxima al lavaplatos y se acopla perfectamente a él; la otra, prefiere ocultarse en el microondas. Los juegos forman parte del cortejo. Buscar. Buscarse. Necesita bañarse. El agua diluye la sensación de irrealidad. Cae sobre las sienes como una corriente eléctrica dulce y complaciente que se distribuye por la piel como una manta. Se enjabona. Las manos se agrandan, la espuma lo envuelve todo. La mujer del microondas surge de la pared transparente, como una cortina de agua, como un chorro de aire caliente. Avanza su rostro húmedo y lo pega a sus fosas nasales. Una rodilla sedosa resbala por la entrepierna y se detiene ahí con la intemporalidad del éxtasis. La convulsión del deseo desciende por la nuca y se apodera del torrente sanguíneo. Toma a la mujer entre sus brazos y siente que sus cuerpos se fusionan ¿Cuántas personas forman parte del acto amoroso? ¿Cuántas sobreviven a su latigazo efímero? Rueda por el suelo y contra su frío colorido la pelvis se agita. Desciende, se eleva, vuelve a caer. La espalda se arquea. Las sacudidas son cada vez más violentas. La mujer abre la boca, agranda los ojos, muda su rostro, gime, se desvanece. Por un momento se ve en ella, siente que es ella misma. Deambula por la casa, exhausto. Apura la cerveza. Entre la multitud, encuentra un hueco frente al televisor y lo enciende. Programas de videncia, tarot y santería. Los invitados ríen. Pasan frente al televisor con sus cigarrillos encendidos, extrayendo de sus pulmones esos hilos de humo que van tejiendo una especie de tela de araña por todo el apartamento.

Suena el timbre. Es el hermano mayor, que viene para recuperar el coche que ayer se llevó la grúa. Mejor bajar a la calle. Que no vea el desastre del apartamento. Vienen las explicaciones sobre cuánto marcaba el alcoholímetro en el momento de ser detenido en el control. Las cuentas sobre el pago de la fianza para retirar el coche y dónde preferiría que lo dejara aparcado durante los diez meses de retirada de carné de conducir. “Yo me ocupo de moverlo”, había dicho. “Ahora no puedes manejar un auto” había contestado con gesto adusto el hermano mayor. “Tienes que ir al médico”.

Vuelve a la soledad del apartamento. Busca a la mujer del microondas. Aún queda gente cerca de sus muebles de referencia. Se diría que custodian los objetos, indiferentes a su presencia. Los que pululan se han marchado. Una paloma agita las alas junto al televisor. Las botellas de licor están vacías. Hay más de veinte. No queda dinero para seguir bebiendo ¿Hay ratones debajo del sofá? Piensa que es muy probable que lo esté imaginando.

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4 comentarios

  1. 1. Erika Koh dice:

    Hola.
    Bueno, me parece una historia bien escrita en el punto de que lo hiciste en tercera persona como testigo (espero no equivocarme respecto al tipo de narrador) y en tiempo presente. La verdad, para mí, escribir en presente es difícil, sin embargo he disfrutado lecturas escritas en este tiempo y es fluido.

    Bien, respecto al texto, parece que pones demasiados puntos, ralentizando la lectura y la hace muy mecánica, como un robot, sin embargo las descripciones son muy buenas y los detalles perfectos sin ahondar en lo sentimental.
    En lo personal, no entendí una parte de la historia en cuando va a la cocina y toma una cerveza en el refrigerador, ¿lo hace con la dama con la que se encontró? y ¿lo hace en la cocina? esa parte me la perdí. Al final puedo tal vez pensar que todo es producto de su imaginación o que siempre hace alguna clase de reunión para drogarse. Dime si estoy equivocada.
    Saludos.
    P.D. Lee el mío el el 44, osea después del tuyo. Comenta. 🙂

    Escrito el 17 noviembre 2017 a las 19:24
  2. 2. José M. Fernández dice:

    Hola:
    Creo que es una historia bien tramada pero hay que llegar al final para comprender el principio y comprender que todo es una alucinación.
    El lenguaje me gusta: pero algunas frases podían interrelacionarse más y hacerlas más largas para introducir matices o explicaciones.

    Un saludo

    Escrito el 18 noviembre 2017 a las 18:09
  3. 3. Calèndul dice:

    Un texto muy interesante y bien escrito. Me gusta cómo narras las secuencias de toda la historia y sobretodo ese final.
    Un saludo, Y.E. Cauro.

    Escrito el 19 noviembre 2017 a las 22:38
  4. 4. Juan Chukofis dice:

    Hola Yovi Efraín Cauro
    Me gusta el narrador que tiene este relato. Creo que es un narrador mezcla de una tercera persona con el personaje (no forma parte de la historia, por eso no creo que sea un testigo como leí en algún comentario) y al mismo tiempo es un narrador que funciona como una cámara que parece estar en la retina de los ojos del personaje. De ahí la preponderancia de detalles visuales. Además también tiene opiniones más allá del personaje (“La gente de la fiesta se divide en dos clases…”) Casi no hay referencias a pensamientos, se desliza el conocimiento de pensamientos, creo que más como una pista de que en realidad todo se trata del protagonista imaginando (“percibe que es capaz de adivinar lo que cada uno está pensando en ese momento”, “No puede oírlas, pero conoce sus pensamientos.”)
    Lo que sí me parece confuso es el primer párrafo. La inclusión de la palabra “armario”, que era parte de la consigna, creo que es arbitraria.
    Lo de la gente camuflada en muebles y electrodomésticos me parece una idea excelente. Le da todavía un sentido más extraño y particular.
    La parte que se vuelve más lírica del encuentro que hay con una mujer creo que se va un poco del del tono, del registro.
    Me gustó mucho el relato, sobre todo el narrador, la forma en que cuenta y la idea de la gente camuflada en muebles y electrodomésticos.
    Muchas gracias, saludos
    Juan Chukofis

    Escrito el 23 noviembre 2017 a las 15:12

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