Esa voz que me llama - por Y.D.

Los ruidos empezaron des del armario.
Cada noche, cuando se apagaban todas las luces y mis padres se dormían, unos pequeños ruiditos salían a trompicones del armario y llegaban hasta mi cama por un caminito sinuoso hecho de luz de luna y motas de polvo.
Al principio pensé que sólo era el crujir de la madera en la noche, un vecino con insomnio o una corriente de viento. Sin embargo, agudizando el oído y la concentración pude discernir una pauta.
Esto pasó varios meses después de comprarnos ese armario, ese enorme y grotesco armario cuyo al parecer único lugar en el mundo era mi cuarto; y mi cuarto sigue siendo a pesar de los varios meses que les pedí a mis padres que lo quitaran, que les dije que me asustaba y en los cuales ninguno me hizo caso.
Así que hace un par de días descubrí esa pauta y aunque al principio estaba asustada, si me hubiera querido hacer daño lo que sea que haya al otro lado ya lo hubiera hecho así que voy a intentar comunicarme y descubrir qué quiere.
Entro y nada. Los ruidos están siempre y cuando yo esté en la cama, no haya luces y estén todos dormidos menos yo. Cuando entro, los ruidos desaparecen y no hay nada dentro, así que se me ocurre una idea: ataré dos vasos a cada extremo de un cordón y hablaré con él como cuando era una niña hablaba con mis amigas.
Un vaso va a lo más profundo del armario, el otro a mi cama y después sigo yo; me tapo con la sábana, mantengo mi respiración al mínimo y mi oído se desliza solo, transportándose dentro.
Me da miedo, mucho miedo, pero soy valiente y estoy sola, siempre estoy sola. Así que sigo escuchando, asustándome del propio sonido de mi corazón, hasta que por fin “pum”, un golpe de verdad suena al otro lado de la habitación y aparto el oído por inercia del vaso.
Me obligo a calmarme y a volver a pegar el oído al vaso para escuchar otros dos golpes consecutivos. Ahora ya más calmada vuelvo a separar la oreja pero es solo para poner la boca y decir que no le entiendo.
Esa noche ya no escucho nada más. Me siento extraña. Ahora que no hay nada, que es lo normal, me asusta más el silencio que el ruido que me atemorizó las primera veces.
La noche siguiente tampoco; ni la siguiente, y mientras más tiempo pasa, más sola me siento y más desesperada estoy. Desesperada por escuchar unos golpes; mientras más me oigo decir estas cosas más absurda me siento.
Por fin. Han pasado como diez días hasta que por fin he vuelto a escuchar los golpes. “Gracias” es lo único conseguí decir, una palabra que me salió de lo más profundo del corazón; hasta a mí me parece raro que fuera esa palabra. Pero es como si esa fuera la llave que abre todo un sinfín de palabras, pues después de eso también empezó a hablar. Es la voz más dulce que he oído, la más amable y seductora que he escuchado en la vida.
Me llama sin voz, la oigo aunque no hable. Ya no como, ya no duermo, sólo pienso en esa voz… mi voz… esa voz tan directa, gutural, atrayente… sólo dice las palabras que quiero oír, sólo las que necesito oír. Es una droga para mí, una droga sin la que no puedo vivir.
Hasta mis padres se han dado cuenta de que me pasa algo, pero a mí no me pasa nada, les pasa a ellos, a todos ellos. Él es el único que me entiende, que me comprende, que sabe lo que necesito en cada momento; ese susurro anodino y empático penetra más y más en mis adentros, confundiendo mis sentidos y mi personalidad. Se ha hecho dueño de mí, yo ya no soy yo.

…un año después yo ya no soy yo. Ahora, soy ese ruido pautado del armario esperando por un alma solitaria que me busque.