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Una noche de Julio - por Lisbeth Gómez

Era la 1:11 de la madrugada. Así marcaba el reloj digital que había pegado en el tablero de esa vieja Combi color azul cielo, su compañera de aventuras desde los 18 años cuando la tomó prestada a su padre, y quien al extenderle las llaves a la par de las palabras “llévatela, es tuya”, no midió la magnitud del regalo que le había hecho.
Hacía frío y llevaba un par de minutos estacionado en esa gasolinera de carretera. Sus manos entumidas no cesaban de frotarse entre sí, y las pegaba a su boca como una fuente alterna de calor, pues era un frío que calaba hasta los huesos.
No se veía nadie en la gasolinera. Las luces del interior del pequeño local se encontraban apagadas y no se detectaba movimiento a través de los amplios cristales. Se distinguían al fondo las luces de un viejo refrigerador. Descendió del vehículo esperando que alguien se percatara de su presencia. La luz blanca y tintineante de la estación daba un lúgubre toque, por lo que lejos de sentirse aliviado, se estremeció al escuchar una voz detrás.
– Ahorita salen, joven- Era un hombre de pequeña estatura, largos y grasientos cabellos, barba crecida y cana, gorro grisáceo y unos guantes sin punta. Empujaba un carrito de supermercado, el cual contenía algunas bolsas.
– Empiezo a dudar que este lugar funcione- Dirigió su mano al establecimiento – ¿Sabe de algún otro lugar con servicio?
– No desespere… El próximo está a 15 kilómetros. Y si hizo parada aquí es porque necesita el combustible inmediatamente.
El hombre se acercó al vehículo y notó la cantidad de objetos que traía en la combi. Resaltaba un armario de madera con dos puertas, barnizado en tono natural, y pilas de libros dentro de las que destacaban algunos títulos.
Julio no pudo evitar sentirse incómodo. En medio de la soledad de la carretera y a esa hora, esa actitud lo hacía plantearse el peor de los escenarios. Esa noche salió únicamente con su cartera, las llaves de su combi, ropa, y libros que había acumulado durante sus años de universitario, además de ese armario, regalo de su padre. Fue todo lo que quiso traer consigo de casa de Valeria. Esa ruptura le dolía un poco menos que el día en falleció su padre, un año atrás. Pero bastaba para replantearse un nuevo comienzo aunque ahora, esa idea no tuviera pies ni cabeza.
Estaba ahí, atrapado en una gasolinera, sin combustible, sin saber a dónde ir, con un hombre que no conocía.
Señaló a través del cristal el mueble que traía en el vehículo. Julio movió la cabeza tratando de comprenderlo.
El hombre solo musitó: – “Está lindo y bien hecho. La madera es de excelente calidad, el barnizado lo hizo alguien con mucho detalle, como las casas antiguas que estaban especialmente diseñadas, y que a veces les adaptaban lugares secretos y especiales”.
Julio, al escuchar esto, trató de ser cortés mostrándoselo. Abrió la puerta lateral del vehículo, y empezó a tirar del mismo para poder abrir una compuerta, atascándose en una esquina del vehículo. Tiró tan fuerte que desprendió una de las molduras, lastimándose un dedo. Al voltear a ver el sangrado, de reojo pudo apreciar una ranura debajo de la moldura que despegó. Tenía un pequeño pergamino de papel amarillento. Se olvidó de la lesión y despegó el pedazo de papel, y lo desplegó cuidadosamente. Reconoció la letra.
“Todo a su tiempo. La vida, el amor, la familia, se viven a su momento para poder impregnarnos totalmente de ellos. Termina y se va. Está en nuestras manos la voluntad de conservar lo bueno y aprender de lo malo. Lo único que no podemos es controlar el tiempo. Paciencia. Cosas buenas siempre llegan, y a ti te llegarán. Siempre orgulloso de ti.”
Respiró profundamente, con los ojos inyectados de lágrimas. Sintió su caricia y su mano en su hombro mientras leía esas palabras, y se dio cuenta que lo que no quería dejar en ese mueble era lo más importante: la esencia de su padre. Se había olvidado del vagabundo con quien estaba platicando, por lo que volteó a buscarlo. Tuvo la idea de darle el armario como agradecimiento, mas ya no estaba. Olvidó su urgencia de la gasolina, olvidó incluso el frío. La luz del local se prendió, y se asomó un hombre de bigote con chamarra roja del lugar:
– Discúlpeme joven, ahorita lo atiendo.
Julio solo pensó: – Tengo todo el tiempo del mundo.

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4 comentarios

  1. 1. el chaos one dice:

    A pesar de todas las adversidades nunca dejaste de creer en ti, traza nuevos objetivos, te felicito y admiro!

    Escrito el 18 noviembre 2017 a las 04:17
  2. 2. Gio Méndez dice:

    Òrale! Muy bien, sin duda un texto que podría dejar huella y servir a infinidad de personas.
    Hay veces que no escribimos por no saber de qué hablar, pero los mejores temas son los de la vida diaria, los que cualquier ser humano pasa.
    Sabiendo acomodar las palabras y con algunas figuras retóricas, pueden hacerse maravillas. Felicidades.

    Escrito el 18 noviembre 2017 a las 15:00
  3. 3. Mirsha dice:

    Cool… Muy padre la historia me involucre… La viví… Me hizo viajar al lugar… Muchas mas de estas… Las esperare… Felicidades…

    Escrito el 18 noviembre 2017 a las 18:17
  4. 4. Trevor Green dice:

    Buenas Lisbeth,

    me a gustado tu historia. Vamos descubriendo aspectos de lo sucedido a cada punto.

    En lo tecnico solo diria que en la frase ‘que el día en falleció su padre’ faltaria ‘…el día en el que falleció…’, por lo demás impecable.

    Sigue así, nos vamos leyendo.

    PD: Mi texto anda por el 15 😉

    Escrito el 22 noviembre 2017 a las 11:31

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